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  • Enrique Montañez

De divino furore


Para Aristóteles, la verdad mora en el pensamiento o en el lenguaje, no así en la cosa o en el ser por sí mismo. Es decir, resulta una revelación, a decir del estagirita, que se le otorga al hombre mediante la intuición, las sensaciones. Ambos elementos, se sabe, forman parte de las llaves de la creación estilística que abren el andiamaje de la realidad.

El priscus theologus, de acuerdo con Marsilio Ficino, se afinca en revelarle a la humanidad los cometidos divinos, primordialmente el advenimiento de la religión verdadera [la verîtas indubitabilis]. La característica sapencial del priscus extiende su teorema ínsito, y entonces incluye a la música y a la poesía [el arte] en la búsqueda de explicar el mundo con su lenguaje particular. Homero y Hesíodo fueron estimados en el Oriente latino como divulgadores de verdades sublimes.

Durante el humanismo del siglo XIV se reconsideró a la poesía y a la música como ciencias verdaderas, cuestión que los escolásticos habían abjurado. Y en esto Ficino tuvo influencia capital al pugnar desde su mística por el “valor de verdad” de éstas en su canto y composición. El alma, según Marsilio, está integrada y se eleva por los Quattuor divini furores: “Cuatro son, entonces, las especies del furor divino: el furor poético [primero], el furor de los misterios [segundo], el furor adivinatorio [tercero] y el furor amoroso [cuarto]”.

El poeta, el músico, y en general todo espíritu artístico, son para Ficino un instrumento o médium que en un trance de entusiasmo [divino furore] o de aislamiento mental [alienatio mentis a Deo] puede atender los susurros de la divinidad que posteriormente materializará en sus versos y demás composiciones eximias.

Los furores mencionados representan para Marsilio, asumido como uno de los primeros filósofos del Renacimiento florentino, un transitar ontológico, mediante los distintos saberes estéticos cuyo fin último es la posibilidad de entender los misterios del universo y, por ende, la unión mística con Dios [la verdad absoluta], y en consecuencia la salvación del alma.

Lo anterior, edifica Ficino en su obra De amore, restablece la armonía espiritual, la cual faculta al ser humano del entendimiento de su función y destino terrenal; potestad ofrendada una vez que se dilucidan los misterios sagrados de la Creación mediante el dulcedo et sonoris verborum [la suavidad de la expresión (el arte)].

Marsilio objetivaba al hombre como un ser-mago dotado desde el conocimiento para asir los materiales del mundo, a la par de que trasciende hasta su realidad ulterior e íntima. En su obra De vita, expone el concebimiento del individuo como un mago-filósofo-amante en copula mundi, es decir, en estrecha contemplación y unión con el Uno [el que está por encima de la esencia, el perfectísimo; el principio de todas las cosas, aquello de lo que todo parte y a lo que todo regresa], con lo cual materializará el anhelo supremo del conocimiento de la totalidad y su postrera afinidad con la naturaleza del cosmos. 🃆

[Foto: Carlos Ortiz]

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