El sabio es miserable. Se halla preso en la insatisfacción y su sino es la infelicidad. Así lo considera Giordano Bruno, a contrario sensu de Platón y de Aristóteles, para quienes el docto representa el ser más feliz de los humanos. Tal naturaleza opuesta del pensamiento del filósofo y astrónomo nacido en Nola, Italia, basado en un sincretismo de hermetismo y cábala, enfrentaba al cristianismo y al aristotelismo de su época. Las consecuencias de su paganismo son consabidas: obras incautadas e incluidas en el Index librorium prohibiturium y murió en la hoguera en 1600.
“Mi primera y principal intención en la presente composición fue y es significar la contemplación divina y poner, ante la mirada y oídos ajenos, furores, pero no de amores vulgares”. Así introduce Bruno a los lectores de su obra De gli eroici furori (De los heroicos furores, 1585). El amor al que se encauza el nolano es al del conocimiento de la realidad, la sabiduría. Empero, se sabe por antonomasia un amor desgraciado, pues ésta resulta infinita, tan inabarcable que la mente finita del ser humano no puede asimilar a plenitud.
Al heroico furioso de Bruno, es decir, el filósofo, el aspirante a sabio, que se vale de la voluntad y del intelecto [sus dos alas], entonces, lo consume la miseria y la derrota, pues no le es posible aprehender por completo el conocimiento de la materialidad que lo circuye. No obstante, el filósofo se encumbra en la mentalidad del vulgo y, en especial, de los teólogos; sus verdades son superiores a las del pueblo y a las del clero. Su razón accede a un canon gnoseológico.
Sin embargo, en lo incognoscible como parte del principio de la realidad, las formas no son el estatuto último de lo real; su esencia reside allende éstas, en el Uno. Por lo tanto, la pretensión del conocimiento es en esencia la búsqueda de la divinidad; y las alas mencionadas auxilian en la ascensión al Uno, no hasta la cima de su comprensión, pero sí hasta donde sea posible. Su carácter de infinito no destruye el hálito vital del furioso en pos de intelección.
(A pesar de lo anterior, Bruno tenía sumo interés en que su obra aquí tratada no fuera asumida como mística. En varios pasajes refiere que su discurso está mandatado por un deseo teórico racional no vinculado con misterios deíficos.)
En consecuencia, el furioso debe convertirse en un candelero cuya luz [la razón] desentrañe las sombras del mundo, el principio de lo real, mediante la contemplación, para el intento de comprender, de decir [explicar] lo indecible: el Uno, lo innombrable. Sólo a través de la observación intelectiva [indagación filosófica] de lo divino bello que encarna la obra magna cósmica se desencadena la metamorfosis, la transformación, el acrecentamiento del hombre hacia su divinización obligada y definitiva.
Y lo antecedente en profundo silencio, pues Giordano Bruno preludia: “Cuando se intenta subir desde las cosas de abajo hasta lo Sumo, a medida que sube comienzan a faltar palabras, y cuando ha terminado ya la subida se quedará totalmente sin palabras”. ⚅
[Foto: DE]
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