Hace unos días vendieron el edificio en el que vivimos, entre cuartos y departamentos, cinco familias. No enumeraré a los vecinos ni daré cuenta de la suma total de despojados. Todos tenemos que dejar este-ese espacio que llamamos casa, guardar nuestras cosas y dar cuenta de las miserias acumuladas. Nosotros aprovecharemos para sacar lo que, a fuerza de desuso, se convirtió en basura.
Esto-eso que llamamos casa no es más que una ilusión, y para peor, una ilusión rentada. Una vez vueltos a la tierra empezamos a buscar otro inmueble en que guardar la linfa que guardan nuestros cuerpos, otras paredes en las que posar los ojos al finalizar un renglón. Tocó caminar, tocar puertas, conocer espacios. Hace unos días llegamos caminando hasta donde llegan las cumbres de Ampliación Revolución, ahí, en las faldas del cerro vimos casas que se levantaron tabla sobre tabla y también vimos una pochota inmensa que pinta siglos en su fronda. Conocimos edificios azules, rojos y color crema… pero no encontramos casa. Recorrimos la miseria que pinta las fachadas del Infonavit pero sólo encontramos lonas devoradas por el sol, edificios que enseñan departamentos vacíos en los que el abandono ha fincado su plástica y su herrumbre.
Caminamos las calles más largas esos días, llegamos hasta los lejanos Jardines de Zinea, un lugar que pinta sus fachadas arcoíris para esconder la condena de su sed. Una colonia en la que el agua se surte con pipa y así seguirá por los siglos de los siglos (¿perciben un tufillo a corrupción y connivencia?). Vimos un departamento minúsculo y oscuro en el que no había espacio para colgar la ropa, eso sumado a la amenaza del agua, a la distancia y al pésimo sistema de transporte nos invitaron a seguir buscando.
A veces uno se queda sin la casa que renta y entonces se da cuenta de que no tiene casa, de que no tiene nada. Entonces pesan los años, los libros, la ropa y las computadoras. Todo lo que se tiene cuando no se tiene casa es un estorbo, un simulacro, el precio a pagar por sentirse vivo. Una especie de renta que los morosos llevamos a manera caparazón. Uno se da cuenta, entonces, de que la casa más que para uno, es para todas esas cosas que se han acumulado y que llamamos nuestras. La ilusión de tener cuesta caro, más caro que el departamento que acabamos de apartar.
Casi agradezco que mis caseros sean priistas, quizá eso me permita tener siempre presente que esa casa no es nuestra casa, espero que su militancia me recuerde, cada ·hola, qué tal, buenos días, que nomás estamos de paso y que si pagamos tanto es para no gastar en la combi que nos lleve a la escuela. Nuestra renta incluye, a manera de placebo, un parque, un laurel gigante hermoso y la distancia y el tiempo que hacemos hasta la escuela primaria.
Mis nuevos caseros son priístas y viven el terror de ver a México convertirse en Venezuela, por eso, antes de recibir el depósito nos advirtieron “queremos vender, queremos dejar el país antes de que la cuarta transformación nos vuelva pobres”. Pobres de mis pobres nuevos caseros, su casa les estorba, la ilusión vivir como merecen los abriga desde antes de estar en Canadá. Espero que allá paguen renta para que, en caso de que la realidad los alcance, tengan oportunidad de salir corriendo. ⚅
[Foto: David Espino}
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