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Lydiette Carrión

Dior y los zapatos rojos


Hace unos días Dior presentó su colección Crucero en la ciudad de México, cuya “inspiración principal” fue Frida Kahlo (ya séeee, el cliché del cliché del cliché). Específicamente rentó el Colegio de San Ildefonso, con los murales de rostros mexicanos, y sus bellos espacios para generar el «ambiente deseado». La mayoría de las prendas “retomaban” bordados originarios. Y como cereza del pastel cerró con un performance: unas veinte modelos con vestidos blancos, bordados en hilo rojo con diferentes motivos: corazones, flores, una leyenda «corre por tu vida»; y otras palabras y símbolos alusivos a la violencia feminicida. Un vestido en particular causó mucho resquemor: los bordados eran insultos o palabras peyorativas contra diversas mujeres. Cabe decir que hace años unas estudiantes de bachillerato mexicanas hicieron una protesta similar. Pero en el perfomance de Dior no se hizo referencia a esto. Vestidos blancos (como de vírgenes sacrificables), hilos rojos (como los bordados que cientos de mujeres han realizado contra los feminicidios) y zapatos rojos (ahorita hablaremos de ellos). Todo mientras se escuchaba “Sin miedo” de la compositora mexicana Vivir Quintana.

Por supuesto, la opinión pública se dividió con dicho perfomance. Desde mujeres que aplaudieron la iniciativa “desde el feminismo”, hasta quienes denunciaron no solo la explotación comercial de los feminicidios en México, así como la apropiación cultural de los bordados en México.

La artista plástica mexicana Elina Chauvet fue quien diseñó toda la propuesta.

¿Quién es ella?

Elina Chauvet es una artista originaria de Casas Grandes, Chihuahua, nacida en 1959. Estudió arquitectura, pero desde los años 90 inició una incursión en el arte plástico. En 2009 inició su proyecto “Zapatos rojos”, en los que se colocaron decenas de pares de zapatos pintados de rojo en el espacio público. La intención fue visibilizar y protestar por los cientos de feminicidios en Ciudad Juárez, Chihuahua. Las notas sobre el tema refieren que este proyecto fue también un homenaje a su propia hermana, quien fue asesinada por el esposo.

Esta instalación ha dado la vuelta al mundo, ha sido expuesta en diversos países, ciudades… Y desde ahí diversas mujeres, tanto vinculadas a la industria de la moda, e incluso desde el activismo, celebraron el desfile de Dior.

En su cuenta de Instagram, Maria Grazia Chiuri (directora creativa de Dior) agradeció a Elina Chauvet “por realizar la actuación más conmovedora, poética y fuerte que jamás haya visto”.

Leo esto y me vuelve a la memoria lo que escribió Edgar Allan Poe:

“La muerte de una mujer hermosa es, sin duda, el tema más poético del mundo”.

¿Es denuncia o la elaboración —incluso inconsciente— de una narrativa que embellece a las mujeres asesinadas?

Me pregunto: ¿En qué momento termina la denuncia, o se transforma y se acopla a la romantización de violencia feminicida… Aunque, un momento, en vez de romantización prefiero usar la palabra reificación, es decir, el congelamiento de las relaciones de opresión en objetos, lo que genera la percepción de que estas opresiones son intransformables. Entonces reformulo:

¿En qué momento termina la pretendida denuncia, y en qué momento empieza la reificación de la opresión y la violencia feminicidas?


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Está de moda la “no ficción”. La realidad en la sociedad del espectáculo. Lo sugieren los interminables documentales sobre asesinos solitarios, lo señala la proliferación de libros escritos en primera persona: mi vida, mi experiencia, mi verdad. La inconmensurable montaña de libros escritos por detectives aficionados que prometen desentrañar la verdad.

Aquí, y estoy jugando a la elucubración, creo que esta obsesión por las historias de no ficción, por los performances, como el de Dior, surgen no tanto de una necesidad de “protestar”, sino de que algunos sectores sociales, y las y los individuos que de un primer mundo global, se encuentran tan alienados de la realidad efectiva, que buscan acercarse a algo que les transmita una sensación de materialidad. Algo real, material, en este plano físico. Para sentirse anclados a algo, pero no pueden ni podrán. No pueden porque el grado de separación entre valores, cotidianidades, problemas, es tan inmenso al resto de nosotros, que simplemente no hay forma de cerrar esa brecha por medio del consumo.

Pero esa separación supongo genera cierta angustia.

¿Pero para sentirse vivos, vivas, usar feminicidio?

En realidad no es la primera vez que la moda de alta gama usa los feminicidios para anunciarse, ya sea en una supuesta “denuncia” o en una franca explotación… Me detengo, tengo una confesión por hacer antes de continuar:

Por más que lo intente y trate de ser “abierta”, me cuesta trabajo creer que hay altruismo o verdadera denuncia por parte de una casa como Dior. No sólo porque he percibido que hay una línea muy delgada entre la denuncia, la protesta, y la explotación del dolor de terceras, sino porque el objetivo principal de presentar una “colección” es posicionar la marca y vender prendas.

En una entrevista, Eline Chauvet acusó de ignorantes a quienes criticaron el performance y aclaró que los vestidos bordados no se vendieron porque son una “obra de arte”. Pero omitió reconocer que la escandalosa performance fue el cierre de una pasarela de moda de alta gama con un mercado en otro continente. Fue utilizada para llamar la atención sobre una colección de prendas que en unos meses comprarán mujeres de primer mundo para pasear en cruceros o tomar cafés frente alguna plaza italiana o francesa. Fue una “perfomance comercial” con miras a captar la atención de mujeres y sus maridos que ven la violencia sexual de tercer mundo en las noticias, durante el desayuno, o que la narran como una especie de cuento de terror para asustar a las niñas antes de dormir.

El propio Kapuscinski alguna vez se cuestionó: ¿es posible transmitir por televisión lo que implica una guerra? Él concluía que no. Si por medio de las noticias es casi imposible transmitir el dolor ajeno, ¿de verdad se puede ser tan ingenua que pensar que con vestidos, moda y champagne sí? Cada día nos encontramos con la imposibilidad de generar empatía hacia el otro desde una posición de dominación, mucho menos desde un desfile que vende prendas y destinos de crucero, todo al dos por uno.

De esta imposibilidad hay indicios: ¿por qué se aplaude a Dior por «denunciar»?¿Por qué se considera que hay un acto de valentía al hacer esto? ¿Qué peligro efectivo corren sus directoras artísticas, sus dueños, su mundo?


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No es la primera vez que la industria de la alta costura y la moda echan mano de la violencia contra las mujeres. En especial eligen casos de mujeres racializadas, pero incluso lo han hecho contra mujeres de sus propios países. Algunas de forma más cínica y violenta, otras, en muchas ocasiones partiendo de —quizá— un poco buenas intenciones.

Hace 13 años, la casa Rodarte (casa fundada por dos hermanas estadunidenses), en una colaboración creativa con la marca de maquillaje Mac lanzó una colección titulada Juárez (en inglés, en el original), en el que “se inspiraron” en las mujeres asesinadas en aquella ciudad. Frente a protestas, ambas casas aseguraron que en realidad buscaban conscientizar frente a problemas que estaban ahí; pero retiraron la colección en algunos mercados (no en todos, ojo).

Años después, un fotógrafo de modas indio publicó un serie creativa inspirada en la violación tumultuaria y el feminicidio de una joven estudiante en Dehli. Las imágenes retrataban a una mujer ricamente vestida, acosada por hombres en un autobús. De nuevo frente a protestas, el responsable aseguró que trataba de hacer una protesta. En su momento declaró algo así como “yo también tengo hermanas, tengo madre” (una lugar común, pues, hasta parecería político mexicano). El fotógrafo sigue obteniendo trabajo con marcas internacionales.

Dos años después, la revista Vice publicó un número dedicado a mujeres escritoras. Ahí realizó un fashion spread titulado “Últimas palabras”, con imágenes que emulaban los suicidios de escritoras y periodistas (calladitas nos vemos más bonitas). De nuevo frente a protestas, la revista dio disculpas. De nuevo aseguró que la intención era «buena» y retiró el trabajo.

Estos son los casos de la moda donde hay una referencia directa a feminicidios; pero la industria de la moda ha usado la violencia sexual y el asesinato desde hace mucho tiempo para vendernos cosas a nosotras, las mujeres. Jimmi Choo, Marc Jacobs, han usado fotos de mujeres muertas o asesinadas. Solo que en este caso no ha habido protestas.

Guy Bourdin, un fotógrafo francés que hasta la fecha es “adorado” en el mundo de la fotografía de modas. Inició con la tradición de vender zapatos con imágenes que emulaban feminicidios desde la temprana década de los 70. Hasta el día de hoy, a Bourdin se le sigue rindiendo culto como “visionario” de la fotografía. Apenas el año pasado en Francia se abrió una nueva exposición con su obra.

Intuyo que a algunos les da placer vendernos ropa con imágenes de violencia sexual.

Frente a esta tendencia, ¿el caso de Dior es distinto? ¿se puede decir que en esta ocasión sí hay efectivamente una denuncia y no una comercialización? Podemos discutirlo, pero francamente creo que, si en efecto hubo una intención de hacer las cosas diferente, no lo lograron. Y desgraciadamente, en esta ocasión hay muchas mujeres feministas defendiendo la marca. Como si de verdad lo necesitara. Es que de verdad, no es de dior… ⚅

[Foto: David Espino]

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Este texto también fue publicado en Pie de Página.

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