
Tarde o temprano, mañana o antes de que llegue ese día las cosas suceden, y no es porque sea el destino, simple y llanamente ocurren a consecuencia de pequeños hechos que se van acumulando hasta que el buche de la gallina se llena.
Dios o el diablo, el azar o porque las cosas estaban escritas, creemos los hombres que un acontecimiento se concreta.
Nada más falso.
Aunque lo verdadero no sea mi fuerte, ni las verdades absolutas mi pensamiento. Soy más a fin a la mentira y al autoengaño. Pero enderecemos la ruta. Los eventos que se van materializando en nuestra vida son la suma de un sinfín de acciones que nos dan un norte, un camino, una desgracia, una satisfacción, una aventura; un me lleva la chingada: mi mujer me dejó, los amigos me abandonaron. Y la culpa la tienen los demás, menos nuestros actos, no estamos preparados para aceptar que la mala suerte, la desgracia, el no me va bien, son la correspondencia de mi diario vivir o viceversa.
Creo que todo sale a pedir de boca porque soy buen hombre, la mano divina me lleva de su gracia y nos olvidamos de que todo sin temor a errar es producto del esfuerzo, la dedicación, la astucia, la maña. Lo digo porque a veces ser inteligente no basta para aprovechar una oportunidad o para volverse indispensable. En concreto, este mundo no es de los inteligentes sino de los vivales. Y de eso sobran y bastan ejemplos uno sólo diré: los políticos.
La salud no se merma porque mis genes, de por sí de tercer mundo, ya traían en su nutricia estructura que soy propenso al cáncer o a la obesidad. Esto se da paulatinamente porque nuestros hábitos alimenticios con el tiempo y la propaganda consumista que a diario nos bombardea con cosas inútiles que no necesita el cuerpo se va degenerando. Cuántas veces hemos escuchado: gordito pero feliz, obeso pero querendón, siempre hay un roto para un descosido. De la misma forma una relación se deteriora porque no la alimentamos y caemos en eso llamado cotidianidad o aburrimiento. Cuando creemos segura una cosa y de nuestra propiedad, se pierde el interés que al principio fue el motor para que una realidad se fraguara.
Ocurre lo mismo con un trabajo al que le dedicamos tiempo, esfuerzo, desvelos, ganas de ser alguien. Con el tiempo se convierte en rutina, lo mismo de todos los días: levantarse temprano, medio desayunar o irse en blanco, correr porque un minuto de más es la diferencia entre llegar puntual o retardados, checar hora, saludar o cruzar directo hasta nuestro puesto, escritorio o máquina que nos corresponde y repetir mecánicamente lo del día anterior; un oficio al que se le ha dejado de consagrar imaginación, entusiasmo, versatilidad.
El deterioro del cuerpo, de la vida de las estructuras sociales, laborales, se dan porque miles de pequeñas cosas son los detonantes. Qué se hizo o qué se dejó de hacer o cuánto se realizó para precipitar ese encadenamiento que arrastró todo al abismo. Concientizarlo ahora que la metástasis hace estragos, es sólo un masoquismo que nada soluciona. Reflexionemos pues.⚅
[Foto: Gonzalo Pérez]
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