Alguien algún día dirá en una charla ociosa allende los años: “¿Recuerdas a Jesús Bartolo? Sí, hombre, el poeta que escribió las regresiones del mar. Ese bardo de Atoyac de Álvarez”. Y el cuestionado dirá que no, que no sabe quién es ese tipo. “No me digas, zanca, que no lo conoces, si es tu paisano. El mismito que en su responso del gato retrató algunas estampas de su tierra y sus mitos”, y el otro hará como que hurga en la memoria para negar con la cabeza que ni idea tiene de ese palabrero. “Mira, te suena: no es el viento el que disfrazado viene. Ese poemario que toca el tópico de los desaparecidos políticos y hace el eje de su poética a la abuela. Caramba amigo, entonces en que planeta vives si ese fulano tiene tu misma edad. Hasta imagino han de haber estudiado en la misma escuela, pero por tu forma de mirarme piensas que estoy loco. Deja te refresco la memoria con este otro título: diente de león, un libro cargado de referencias arbolarias curativas, entre el barroco y el folclor. No me jodas, me estás tomando el pelo. Me tomas por un charlatán. Como hago para que entiendas la importancia de ese poeta que habló más de su tierra que ningún otro, que hizo de su terruño un grito universal. En serio parna te lo digo, en las lágrimas de la abuela se encuentran todos los olores de los guisos de tu ciudad natal, voy a creer que nunca oíste de ese cuate, escribió como veinte libros, hombre de dios”.
“¿Te acuerdas de Jesús Bartolo, el que un día se desnudó en el zócalo y salió corriendo por toda la calle principal?”. Y el otro dirá: “ah, ese güey, no pos sí me acuerdo, estaba loco, pero no sabía que escribía”.
Hasta ahí la duda ociosa que puede o no revelar nada. Que puede o no decir nada. ⚅
[Foto: Gonzalo Pérez]
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