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El troquel de donde provengo

Analí Lagunas

Las vacaciones de Lucio me arrojaron a una realidad que hacía poco más de seis años me era conocida. En este reencuentro con la “soltería” solventé mis pendientes y pude, después de limpiar y ordenar la casa, sentarme a leer, escribir y ver algunas de mis series favoritas. A la semana de estar sola en casa, me di cuenta que mi vida ha sido bastante tranquila y quizá aburrida y en honor a ese sin sentido, dediqué muchas de mis tardes y varios fines de semana a ver La niñera una serie noventera que amaba cuando era niña.

La historia, quiero pensar, es conocida por todos: una chica guapa llega a la casa de un productor de Broadway viudo y con tres hijos que decide contratarla para cuidar a sus tres hijos. La serie, a lo largo de cinco temporadas, mantiene con pincitas la tensión erótico-afectiva entre el señor Sheffield y Fran Fine, pero hubo algo en esta nueva experiencia de visualización que me motivó más: la relación entre Fran, Silvia (su madre) y la abuela Yetta.

Espero que la comparación no resulte escandalosa, pero encontré muchas similitudes entre La niñera y Apegos feroces, de Vivian Gornick. No me parecen coincidencias casuales, las dos son mujeres judías ajustándose a un mundo con valores e ideales en constante cambio. En ambos casos, la relación entre madre e hija se encuentra en un constante estira y afloje sobre lo que se espera de una mujer, una mujer, además, de cierta edad, que por más que busca alejarse del sino familiar termina aplastada por los constructos sociales.

Pensé en mi propia madre y en mi abuela. Pensé también en algo que dijeron sobre mí y una fotografía de mi mamá: “ahí está el troquel” dijo Mr.P cuando le enseñé la foto más reciente que tengo de ella. En Taxco, los troqueles se usan para la platería, son moldes —me explicó con paciencia Mr.P— de antimonio o acero que reproducen en serie una pieza que tenga relieve o volumen. Soy eso, pensé, el resultado de un troquel (mi madre) y por más que lo intente, la impronta de su esencia me acompañará siempre.

En Apegos feroces Vivian Gornick llega a la misma conclusión cuando escribe “Nos convertimos, mi madre y yo, en mujeres condicionadas por la pérdida, desconcertadas por la lasitud, unidas por la pena y la rabia”; lo mismo sucede con las Fine, cuando Fran tiene esos saltos al futuro y se imagina igual a su madre. Yo también, con mayor frecuencia en los últimos años, me imagino envejeciendo como mi madre, excepto que yo, como si proviniera de un troquel de antimonio, ya no soy idéntica a ella, soy una pieza deformada por los golpes. Conmigo el molde se rompió y dio paso a una criatura extraña, difícil de clasificar entre su propia estirpe.

La maternidad es un tema que me inquieta muchísimo. En mi familia tenemos más historias de orfandad que de madres abnegadas y cariñosas. Desde mi abuela que perdió a su madre, por una extraña y sospechosa enfermedad, a los seis años, todas nos hemos sentido huérfanas en alguna forma. Mi madre siempre le reprochaba eso a la abuela Sonia, el haber crecido sin su presencia, arropada por la nana. Lo mismo pasó con nosotros, mis hermanos y yo crecimos bajo el cuidado de dos nanas: Mamá Ufe y Mamá Faus. Yo me prometí ser con Lucio la madre que me hubiera gustado tener, creyendo que así me alejaría de esa historia familiar. Ahora que lo pienso con más calma, no hice más que reproducir el patrón.

En mi familia las mujeres han volcado todo su ánimo a cuidar hombres: maridos, padres, hijos, cuñados, tíos. Yo misma he mirado con recelo el exacerbado amor que mi mamá prodiga a mi hermano. Enceguecida de amor por el hijo, a mi hermana y a mí nos ha dejado un poco de lado ¿Pasaría igual si yo tuviera una hija? me pregunto con mucha frecuencia.

Sobre todo ahora, que el deseo de maternar una niña se me ha colado entre el pecho y la razón.

Una hija, que venga a darle continuidad a este ciclo de abuela-madre-nieta, que ame a su abuela como yo amo a la mía. Una hija que mire con recelo cada vez que yo me desviva en atenciones para Lucio, una hija que reniegue del troquel de donde provino, para ver si así logro conectarme con mi madre en ese rechazo. Una hija que adore a su padre, así como yo adoro al mío. Una niña que se acomode con certeza en este árbol que somos todas las mujeres de mi tribu. ⚅

[Foto: Carlos Ortiz]

 
 
 

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