Es de tarde. En un estero turbio a unos metros del mar, donde un grupo de cinco niños chapalea el calor del día, vigilado por la madre, la abuela, la tía y una amiga de la familia que también se mojan, sale el reclamo del mal servicio de electricidad. “La luz, ¡cómo se va la pinche luz!”, dice doña Ángeles, la tía, cuando me ve llegar con el comisario.
Estoy en Petacalco, La Unión. En los límites de Guerrero. A apenas quince minutos de Lázaro Cárdenas, Michoacán. Vine a reportear el daño ambiental que la termoeléctrica Plutarco Elias Calles causa en este poblado desde hace casi treinta años.
—Tenemos la termoeléctrica más grande de Latinoamérica y no tenemos buena luz —interviene doña Lupe, la madre de los niños.
—Ni si quiera un buen hospital —dice la joven mujer que las acompaña.
Doña Yolanda, la abuela, escucha. Ella no se moja. Sólo ve, sentada en un tronco cercano, cómo retozan en el agua los pequeños. Apercibe a gritos cuando ve que juegan pesado. Dice que ella sufre de una tos. Así dice: “una tos”. No debe ser una tos común. Le vienen espasmos fuertes, constantes, con mucha flema, dice. Le duran hasta seis meses y se le retiran. Y luego de vuelta.
—¿Y qué es? ¿Desde cuándo lo sufre?
—No sé. No he ido al médico. Ya tengo años con esto. Años. Ni me acuerdo —dice, y dice sin decir que es la central eléctrica la que de a poco la está matando. ⚅
[Foto: Carlos Ortiz]
El reportaje puede ser leído en El Universal aquí.
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