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Rafa Saavedra

Fall on me*




Todos los murmullos, las infamias, todo lo que prometimos. Todos lo planes que hicimos, los caminos que pudimos haber recorrido. La locura de otros muertos que no importan, que no son nuestros. Todas las esperanzas por salir invariablemente ilesos o chocar imprecisos al ver cómo nos encuadra el capitalismo feroz, los dibujos animados y las personas que un día quisimos. Todos los intentos por registrar nuevas experiencias y separar o editar lo efímero de lo obvio. Todos los deseos de atrapar paisajes de dócil seguridad, nuevos bailes para momentos de indulgencia; con ganas de no prorrogar ese “for what it’s worth” que trasgrede toda logística pos revolucionaria. O permanecer en stand by, sin razón, sin darnos cuenta; preocupados por el conflicto, inquietos porque sí.

Todo mundo se equivoca cuando grita.

Vivir feliz es algo snob. Quizás. No merecer el engaño y ser capaz de ello (lo cotidiano es algo mixto y desordenado). Extrapolar sensaciones que mueven a tantos, la necesidad de nunca separarse, recrear y retomar la noticia más dinámica; cumplir siendo fragmentos para obtener una visa, diversión aquí y ahora, un caldo de cultivo para la meditación. O estar dispuesto a cualquier cosa; cruzar el DNA, los pets sounds y el dolor de una vida blanca, pretextando viajes e intercalando la validez de ellos; volver a pintar contra los estímulos, intensos y febriles. Exponer recuerdos que han quedado como un tópico de sobremesa, paradigmas de un agitado ritmo social y amables intentos para escapar del rigor estadístico.

Life/espejo/god

Lo esencial es indecible (un make-over para esas grandes oportunidades que nos aguardan). La pureza, la pereza, la pobreza, las cervezas que tomamos y esa fiebre por seguir todos los senderos que invitan a perderse o a cambiar el rumbo original. Aquello que fuimos ya no llegará a repetirse una vez más y sin duda, como colofón, podríamos decir: “Es mejor el amor cuando tú no estás”, pero el tiempo que compartimos, el paisaje añorado hace un triste reparo y nos ofrece como resultado la imagen en negativo, el traumatismo posterior al ataque kamikaze contra nuestro aburrimiento. Todo ello nos dará la espalda. Estás solo y no estás. ¿Qué nos queda ya por hacer? Beber la herencia de una puta vez, comprar el cielo, salir a la calle, caer del cielo, conformarse con un espíritu abatido tras perder el feeling, vomitar el cielo. Observar cómo emigró de prisa el componente histórico errático, aquello que un día nos unió, lo que se fue y ya nunca regresó.

El todo. Lo que vale, lo que importa.

Un espacio diletante como data smog, es la caída de lo peor, la posibilidad del “Qué sé yo”. Mentir un poco, o mogollón, qué más da. A veces la belleza es horrible, una mentira clavada en sí misma (un círculo pequeño que por fin nos atrapa). La charla callejera que incita al baile, una galleta china que sólo dice “If you gotta leave, you gotta leave”. El acento de una diferencia integradora o esa maldita (in)seguridad que deviene en colapso casi total. Lo que sintetiza el vivir en una ciudad maliciosa que obliga a luchar por obtener los pormenores burgueses, el materialismo jodemadres, todo eso que mata los sueños. Lo que no queremos, lo que nos hace viejos.

Lo que suena y nos conmueve es como ese disco nuevo que en repetidas ocasiones desarma nuestra paciencia; como anuncio que incita el natural deseo de consumir y destruir; como vaivén de juego dominical y el adiós infantil tras el correr de los autos, el explotar de cócteles molotov y mendigos tristes poetas de «Insumisión o Muerte» que refrescan en algo el “¿Gusta cooperar?” Un charlatán rojo, mentalismo y costras, la gente del umbral que repite sin cesar un inútil “Eres el héroe de la historia”. Indiferentes, ensimismados, complacientes. Su apariencia se contrapone al mensaje de un vecino espectacular: “Consumption is a treatable disease” (esto hace a los muertos más elementales). Fin de una época.

Narrar desde el palco principal o detenerse para no probar las cosas que no quisimos probar, equivocarse por no callar. La prudencia es como el odio: debemos elegir lo menos sentimental. Obligados a repetir, a contar otra vez lo mismo, son demasiadas noches que no entienden de finales y cuentas por pagar, una pelea fácil que ya no excita a nadie. Petardos y compasión, una muestra de polvo que es completamente invisible (Things like that kill me everyday). Naifas y tornamesas, galletas y frappuccinos, destellos de luxe, desastres en prime time, videos que no están en su sitio. Otra opción, Pentotal o Halcion, el encanto pasajero, una forma de vida que puede esperar (salto mortal). Entre la dicha y la tristeza, enfatizar la importancia del flujo informativo, decir “And yeah, we’ve only just begun!”, por esa probabilidad de encuentro y cercanía simbólica. Perderse entre DVD’s y POV’s, contener la ira del camino en una gran vía disponible para arrancones suicidas, construir nuevas formas de hacer o afirmar: ¡Qué fácil es no pensar! Lo que suena no es un valor televisivo; sí un maybe de ahogado prestigio, emociones confusas, comercios, salas de arte, hostales, restaurantes, postcards para turistas.

Algunas cosas van a estallar, otras lo han hecho ya. Nuestra amistad, el porvenir, los lugares comunes, el estar deprimido por la inevitable presencia del lunes, la cápsula de felicidad instantánea y lo que no se ve por aquí, el freeway bloqueado por anarco ecologistas, las campanas que invitan a misa, la erosión de los roles públicos, el silencio, la nueva melancolía, el temor por dejar atrás ese aire tan vivafamiliar, cicatrices y batallitas por legitimar, una ruptura con lo ordinario, la mañana en que descubrimos la nada. Por eso no divierte más el esquivar los STOP, las luces rojas de futilidad y tomar la próxima salida para esconder nuestra pequeña fortuna o aquella semilla de ingenuidad o lo que se parece tanto a ti o aquello tan raro que conduce/destruye a eso que nos separa de nuestros ítems favoritos.

La vida que se vive parece la réplica de un crimen perfecto: aquél que nos obliga a regresar a casa, con lo soul más magro, a comer detrás de las brasas. Gente so stanchi, un birthday party, nuestro pequeño argumento que refleja esa sonrisa irónica tan característica, las canciones que cantamos bañados en la euforia de otros veranos. Las canciones que recuerdan al combate, lo que interesa, lo que nos asombra. Aquello que evocamos cuando se apresura a tomar una decisión o los sentimientos que convergen nos asustan; cuando el diablo pudo comprobar que la violencia —como las raíces de lo humano, o los perros— era su única amiga; cuando al recapitular nuestra historia, se revive esa infancia de irónica marcha con los puños cerrados y la necesidad de ubicarse en alguna parte. Ahora, tras el despertar crítico, ya sólo queda enarbolar una bandera de resignación y saudade ante un porvenir de inquietante cotidianidad.

We can’t rewind, we’ve gone too far. Por algún tiempo fuimos el equivalente a esos pasajeros que transitan del falso compromiso social a la inutilidad de la preocupación, una copia de nosotros mismos, dejo de sol y lluvia. Distraídos por una aparente modernidad y el saber que tanto los aciertos como los errores tienen una intención oculta cuya aspiración al éxito era el único requisito por cumplir; perdidos al intentar aprender a desaprender lo que nunca debimos aprender.

Tiempo después nos atrapó un caos sensible, chispas de fama y fortuna, que nos hizo perder el control y la imagen en un proceso de normalización (todas esas chapuzas que la gente descalifica al uso). Pasamos del correr veloz entre autos y los amici a promulgar la rutina de las certezas y el descaro del potencial humano. Antes, los deseos de infiltrarnos o interpolar una electrónica de nihilismo colateral con esos momentos de tontería, de saborear lo prohibido al burlarse de lo nuevo, verificar la resistencia tradicional mientras se recuerda qué tan profundo es el amor, jugar con la posibilidad de ahorcar a los Dj's que amenizaban en forma demasiado tangencial el argumento a justificar. Cosas así.

Hoy todo eso que resume un “We the people” se convierte en el invierno que cae sobre mí. I like it.

[Foto: Carlos Ortiz]


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*Tomado del libro Dios me persigue. Editorial Moho

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