Quizá pocas mujeres o ninguna piensa que el hijo que se decidió a gestar y a parir tiene sobremanera importancia para su país y hasta para el mundo. Que sus úteros fértiles son un bien preciado para que continúe la maquinaria económica y no se colapsen las funciones sociales, de ahí la veneración simulada a la “reina del hogar”, que, por supuesto es un eufemismo, porque sabemos que una reina no hace todo lo que hacen las madres a diario, una especie de home assistant capaz de resolver casi todo 24/7. Algunos países que están padeciendo baja tasa de natalidad, han dejado de romantizar la maternidad y se han abocado a soluciones reales con tal de que las mujeres no dejen de remplazar a las generaciones que van de salida. El problema es de tal importancia que en Corea del Sur la han escalado a Seguridad Nacional pues tienen la tasa de natalidad más baja del planeta, menos de un hijo por mujer cuando necesitan más de dos nacimientos de cada una para mantener la población estable. Algunos países han paleado el tema abriéndose a la migración para mantener la fuerza laboral.
También pocos relacionan que el festejo del 10 de mayo se lo deben en gran parte al movimiento feminista que se gestó en Yucatán en 1916, donde se abogó para que la mujer decidiera sobre su cuerpo. A falta de métodos anticonceptivos, las mujeres de principios del siglo pasado, se realizaban lavativas de agua con limón después del acto sexual para evitar embarazarse. Viendo el riesgo que significaba para México que la natalidad estuviera controlada por la mujer, es que se ideó desde la capital un día especial para festejar la labor sagrada y qué mejor el mes en el que la Virgen de Guadalupe fue proclamada en el siglo XVIII la Madre de México, convirtiéndola en una líder internacional, pues son varios los países que celebran a las madres en el mes de mayo.
Pero ¿qué garantías da el Estado para que las mujeres decidan utilizar su vientre a costa de renuncias personales en pos de la maternidad? Porque es una realidad innegable que existen millones de madres solas afrontando la ardua tarea de la crianza, pues el Estado no ha podido lograr con todas las campañas de la paternidad compartida que los hombres permanezcan con el compromiso no solo moral, sino económico, lo que complica la situación de la madre que tiene que dividirse en mil para mantener y atender a sus hijos. El futuro distópico en el que el Estado se involucra en la crianza ha sido tratado en varias novelas desde el siglo XX, un arma de doble filo que la paternidad irresponsable está orillando, pues la mujer se encuentra en un callejón sin salida por lo que requiere de los apoyos gubernamentales.
En medio de la inconformidad de las yucatecas, llegó Eduardo Urzaiz Rodríguez (1876-1955), psiquiatra cubano, que seguramente calificó las ideas feministas de histeria y despertó su imaginación para escribir Eugenia. Esbozo novelesco de costumbres futuras (14 de julio de 1919), considerada la primera novela de ciencia ficción –utópica-futurista- hispanoamericana incluso antes de las obras de Orwell y Huxley. El médico, a falta de industria editorial, en una edición de autor la imprimió en los Talleres Gráficos Manzanilla.
Ante tal atrevimiento por la temática que aborda, pues si las mujeres no quieren al hijo en su vientre pues que donen sus óvulos para que se le implanten al hombre, Urzaiz, como buen médico, se curó en salud y en el prólogo se justificó escribiendo: “Yo también sueño a menudo”. No es para menos que lo califique de sueño al proponer una sociedad ficticia ubicada en una nueva configuración geopolítica. Una ciudad libre de los males que solo traen lastre a la sociedad y entorpecen la evolución del hombre hacia la perfección. Por supuesto, esto sería imposible sin la mediación del Estado, quien pondría orden y controlaría, entre otras cosas, las necesidades primarias de sus ciudadanos como son la sexualidad y la reproducción.
Ha pasado más de un siglo desde aquel esbozo y de ahí la idea ha rondado en la cabeza de varios escritores como un futuro distópico u utópico, según el ángulo desde el cual se mire, sin embargo, ante la baja natalidad la idea también ronda en las mentes de los gobernantes que ven un grave riesgo el que las mujeres en la actualidad, sobre todo de la clase media que le da movilidad a la economía, no estén dispuestas a sacrificar su individualidad. Si bien los nacimientos se siguen dando en los deciles socioeconómicos altos y bajos esto es que, las sociedades se están conformando por lo emprendedores y los obreros, los inferiores también han disminuido el número de hijos ante la imposibilidad de mantenerlos, aunado a la alta mortalidad por la deficiencia alimenticia y riesgo laboral. Este desequilibrio ha llevado a algunos gobiernos a incrementar los apoyos económicos para la crianza, además de facilidades en cuanto al cuidado de los infantes y espacios para desarrollarse incluso, pagar por hijo, un velado contrato comercial alejado de misticismos e idealismos.
Rosario Castellanos, en fecha más reciente, para ser precisa en 1972, en su colección de poemas Poesía no eres tú desacraliza la maternidad en “Se habla de Gabriel”. Sin recato alguno desnuda sus pensamientos y desvela lo que significa el embarazo, al menos para ella y que seguramente muchas mujeres del mundo comparten, pues finalmente los hijos son huéspedes temporales que hacen sentir a la mujer “Fea, enferma, aburrida” y que al final la deja “abierta, ofrecida a las visitaciones, al viento, a la presencia”. En tiempos del Santo Oficio, Rosario Castellanos hubiera sido quemada por contravenir lo que era considerado femenino natural en comunión a las ideas que planteó Simone de Beauvoir en El segundo sexo (1949), cuya tesis se centra en que ser mujer se llega a serlo, pues es un constructo social a conveniencia de la masculinidad hegemónica.
Ante las variadas voces disidentes cuestionamos cuál es el papel que debe tener el Estado en la crianza porque, quizá, estamos a un paso de que el futuro distópico nos alcance o de eso se trate el fin de la humanidad. ⚅
[Foto: Carlos Ortiz]
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