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Emiliano Aréstegui

II Me gusta este lugar

…por su aspecto de plaza pública de pueblo.

Nicanor Parra.


Para Adriana Ventura.


Ya dije que me gusta este lugar, a pesar de sus peros y pesares me gusta este lugar. Me gusta caminar en esta tierra que se bebió el líquido amniótico en el que vivía y que devoró mi ombligo. Este Chilpancingo herido de narrativas y violencias al que algunos llaman pueblote, otros pueblo y otros pueblito. Me gustan sus cerros, ahítos de verde ahora que llueve. Me gusta ir caminando al centro, bajar por Jacarandas, rodear el CREA, atravesar las banderas, subir por el mercado. Me gusta ir a plancha central, andar el paso a desnivel para ir por un chilate, y volver a la plancha a matar el chilate bajo la espesa sombra del gran árbol. Me gusta hacer eso que nunca antes había hecho y hoy disfruto.

Me gustan esas cápsulas de transporte a las que llaman combis, aunque las más sean urvans. Me gusta la reunión que ahí se gesta, las miradas que se tejen, chocan, rebotan, hurgan, sonríen. El espacio muta, lo he visto lleno de jóvenes y bullicio; lo he visto cargado de oficinistas que van a sus labores retocándose las máscaras de la oficina y también he visto que le gente se conoce o reconoce, se amiga, intercambia números de teléfono, se cobija, se reencuentra.

Llevo poco en la ciudad así que no he visto ejecuciones, ni asaltos, ni peleas. He visto, eso sí, cómo en esas cápsulas, signadas sus rutas con líneas de colores, la gente siente impulso de ayudar a su otro: ya recibiendo, ya bajando bolsas, ya poniendo de lo suyo porque un otro no lleva cambio, ya recorriéndose para que los viejos se sienten más cerca de la puerta. Me gustan las combis, su ese espacio. Hace poco iba para el mercado y un compa venía peleando con su mujer por teléfono, la impotencia le tasajeaba la voz y le humedeció los ojos. Una señora —íbamos tres—, le regaló la voz, la escucha y también un pañuelo. Le dio consejo y se guardaron en la agenda del teléfono, bajamos los tres en el mercado, ellos se despidieron de mano, pero la señora también le regaló un abrazo. Me gusta pues esa forma de estar para los otros, a pesar de los pesares: los asesinados, el miedo y la impotencia, esa forma de estar para los otros persiste; le ha visto nacer varias veces, por eso me gustan las combis.

Y me gusta la comida, los huazontles de Chilpancingo son gordos, gordos y chulos, pero lo que más me gustan son los nopales: saben alcalinos, ácidos, su sabor me recuerda al LSD y el LSD me recuerda a pila 9 D, y las pilas 9D me recuerdan los toques en la lengua. ¡Qué chabocho! Y los huajes, los huajes de Chilpancingo son más dulces, su sabor menos intenso, pero ahora que describo el sabor de los huajes más vale decir que en Oaxaca los huajes saben distinto, más a yodo, apestan más rico: en cualquier caso, me gustan los huajes porque soy animal sonoro y me acuerdo de que indio que come huaje, tira pedos con coraje… Y los tacos de canasta, me gustan los tacos de canasta, pero ahora ya no sé si su razón viene de Iguala o de Tlaxcala.

Me gustan las calles y los árboles de guamúchil, tan altos y humildes, no se olvidan de mirar al suelo. Parece que cazan nubes para que nosotros, los niños y los siempre niños, comamos algo cuando vamos a comprar tortillas. Y me gustan las tortillas, son más chiquitas que en Oaxaca y más gorditas. Y me gusta que en las tortillerías venden semillas, allá en Oaxaca les dicen pepitas, por eso, y no por faltoso, le pedí pepitas a una marchanta. La doñita me vio y me dijo que no fuera llevado, que le hablara bien. ¿Y usted, cómo les dice pues? Semillas se llaman, no pepitas, me dijo y yo puse cara de pepitoria afrentada. Eso sí, extraño las memelas, su frijol con hierba de conejo, los untos del asiento, extraño las empanadas de amarillo ya lo dije. Y como dicen en Oaxaca: mucho me gusta Oaxaca, casi como Chilpancingo, un poco más, un poco menos, depende del día y de los recuerdos.

Me gusta, ya lo dije, que acá la güerificación no invade las cabelleras de obsidiana, y porque no parece Coyoacán también me gusta. Pero lo que más me gusta, son las montañas, la sierra madre ahí como un llamado a lo salvaje, como un recuerdo de la insurgencia y la clandestinidad. Me gusta Chilpancingo porque lo siento como un animal aún desconocido. Lo veo y lo siento meterse en mi palabra. Ya lo estoy escribiendo. Me gusta este pueblote, quiero conocer su historia y las historias de sus calles. Y me gusta El Coronitas, ése lugar en el que dicen bebe el cada vez más temido Ulber Sánchez. Espero pronto salir borracho de ese lugar y con ganas de seguirla. Quiero estar crudo, no he podido beber como Dios manda, para comer barbacoa en el mercado. Me gusta Chilpancingo porque no tiene turistas y eso hace que las cosas se queden ahí donde pertenecen, que no suban los precios, que no haya tanta pose.

Pero lo que más me gusta de Chilpancingo, es que aquí habita otra parte de mí, de mi historia y de la historia de mis padres. Acá hay caminos que no he caminado, aquí tengo una hermanita que no es otra cosa que un regalo para mi corazón y el de mi hijo y porque platicar con ella y con su mamá es otro modo de conocer a mi padre, a los muchos hombres que fue Rafael Aréstegui.

Y me gusta mi departamento, tan grande, tan fresco, con sus tantas ventanas y tan grandes. Me gusta que a Gloria le guste y que mi hijo pueda tener su propio cuarto. Y pienso, ahora que el dinero es poco, como ha sido desde hace tres años, seis años o nueve años; que en Oaxaca un lugar como así costaría por lo menos seis mil pesos. Tengo una terraza en la que algún momento pienso dar talleres y una azotea enorme en la que puedo tumbarme a ver los cerros.

Y me gusta el zócalo los domingos, la tanta gente, los tantos niños. Ya me acostumbré al chilate, ya las calles no me resultan tan sucias, ya no me sorprenden las bolsas de basura abandonadas en las calles ni el mucho unicel que se ve por todas partes. Ese unicel, me digo, es el testimonio de la felicidad y los convivios, y entonces me imagino a los oficinistas felices y sonrientes, tan llenos de pozole y carcajadas.

Me gusta Chilpancingo, pero lo que más me gusta de Chilpancingo, es sentir como poco a poco, Chilpancingo, como una bestia, se va metiendo en todo lo que escribo. Ya le escribí al DF antes de que se convirtiera en la modernísima CDMX, ya le escribí a Oaxaca y también a Cuajinicuilapa y por eso me gusta y emociona saber que le escribiré a esta ciudad, que qué bueno, sigue siendo un pueblo.⚅

[Foto: Carlos Ortiz]

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