
Acercarme a la obra de Marillen Fonseca me hizo repensar la poesía escrita por mujeres en Guerrero. Al leerla encontré inmediatamente reconocimiento en ella. No solamente por el tema, sino también por el tipo de construcción poética, recursos metafóricos y hasta brevedad discursiva.
Este es un libro desgarrador, como todo lo humano. Buscamos un lugar que habitar y buscamos a alguien que nos guíe, por eso la poeta nos lleva a construir a imagen y semejanza, a costillas de un sustantivo abstracto, un cuerpo que pueda contener la categoría “papá”. Aunque pueda resultar una obviedad a la hora de preguntarse de qué tratará el poemario, la figura masculina es desde el inicio la causa de esta búsqueda: Padre es sólo un sustantivo.
Decir padre es la nulidad. Habitar es pertenecer, y él no pertenece. La poeta nos enseña que es preferible la búsqueda inútil, esa herencia que dejará para los suyos.
Se busca un desaparecido sólo con su nombre,
mientras pienso en la soledad de una palabra
huérfana de referente.
Este libro contiene, desde luego, respaldo en la tradición literaria y entonces nombres conocidísimos se agolpan al leer este texto: Homero, Rulfo, Kafka, Cervantes, Sabines, Márquez, Trejo, Hernández, Vallejo: Yo nací un día en que papá se emborrachó. Y por qué no, decir que hasta bíblico:
Voy a inventarlo.
Voy a crear a mi padre
de la costilla de un sustantivo.
A imagen y semejanza
dibujaré su cuerpo
en el hospital donde nací.
Tendré un padre hecho de grafito.
Al inventar un cuerpo, un nombre, es inventar un personaje; quizá por eso la lectura de Cádaver de un hombre inventado, inmediatamente me hizo recordar el cuento de María Luisa Bombal, cuando el personaje no se ajusta a la forma que debe tener y se autonomiza para tomar las riendas de su destino, es entonces donde la poeta escribe la culpa que provoca el encuentro con el personaje deformado, ajeno a lo que creó, y se pregunta ¿Dónde está mi padre?:
La ciudad trata mal a los que no tienen casa.
¿por qué no pude inventarle a mi padre
un cuerpo? Un cuerpo sano.
El libro de Marillen Fonseca nos enseña una vuelta de tuerca, al ser la hija quien crea al padre, y de esta manera nos acerca a un plano literario y lingüístico que será preciso revisar y abordar en nuestra poesía escrita por mujeres:
Le enseñaré a pronunciar mi nombre, a reconocer mi rostro entre el resto de la gente. No será necesario imponerlo a la realidad, bastará con implantarlo en mi memoria.
Cadáver de un hombre inventado me hace escribir ahora: Te busco en mi memoria, pero nunca la habitaste, te veo tendido en esta cama y te desconozco. Antes no habitabas la ciudad, pero yo te inventaba, ahora habitas el hospital y no eres a quien inventé. La ciudad-hospital no me dicen nada de ti. El silencio y tu ausencia son equivalentes. Porque, en palabras de Fonseca: “El lenguaje se avería / ante un cuerpo enfermo.” Así, la poeta nos hace comprender: “El cuerpo de papá fue inventado. / Su cadáver es real.”
Como el dolor que se posterga ante todo lo que la muerte conlleva: “¿En cuántas hojas cabe la vida de una persona?”, se pregunta: “¿En cuántas hojas cabe la muerte de una persona?”. Marillen Fonseca nos reta ante la empatía que genera estar del lado de quien pierde:
Me siento como una nota roja,
ante tantos espectadores mirando tu muerte,
consolándose de no ser ellos sino yo.
Nace desde la enunciación primera: nombrar al padre, y a partir de ahí desarrollar todas la etapas de vida que nos acerca a través de cada poema. Al descubrirse sola tiene que seguir cuestionando esa presencia que no cesa de estar en ella. La muerte es el desenlace siempre, la poeta sabe que a partir de la búsqueda en la memoria, la muerte es el único lugar seguro donde encontrará la respuesta.
El gran aporte de este libro es que acudimos al encuentro de la palabra y la memoria. La poeta va construyendo a través de un lenguaje claramente lúcido y cercano una historia que no sólo no se aleja de lo terrenal, sino que a través de la imagen del padre construye una búsqueda del lenguaje mismo.
Al decir, desde el primer verso y en cada poema “papá”, enuncia desde este alejamiento que le produce una palabra, es algo ajeno y abstracto. Sin embargo, ella sabe que, como la mayoría de los habitantes de ciudad y más en Guerrero, el lenguaje es posesivo, ella desconoce que le pertenezca esta palabra, este personaje, esta presencia que ha construido. Por eso mismo nunca dice “mi papá” sino simplemente “papá”. Porque parte desde este alejamiento propio; es decir, es consciente con su búsqueda. Papá es algo que no le pertenece, algo que no es suyo, no hay vínculos fuera de ese sustantivo. Un tema que además está humanamente anclado a la situación de orfandad en muchos hogares sureños y mexicanos, la ausencia del padre ha sido una constante en la vida familiar, quizás ahí radica el punto clave para entender y hermanar en la poesía de Marillen Fonseca.
Lo que pondero en su poesía es que a través de las palabras nos enseña la verdadera búsqueda del significado. La autopsia que sucede en el poema al encontrarse con el cadáver le da la pauta para vincular cuerpo-palabra:
XXXIX
El cadáver de la palabra “padre”
yace frente a mí,
recostado sobre la mesa de acero.
Hago un corte en Y
al significante.
Separo las letras
disecciono el sonido
examino los órganos del significado.
Causa de muerte: toxoplasma en el significado.
Lo que duele es la pérdida de algo perdido. El cuerpo hecho para papá es este poemario donde se le nombra y se le crea. Para crearlo fue necesario nombrarlo. La memoria retuvo lo que imaginó, y al imaginarlo lo creó, al crearse éste se rebeló y al rebelarse murió.
Papá, ahora habitas un cuerpo, un lugar fijo en la cartografía del mundo: el sepulcro.
En la poesía de Marillen Fonseca esta invención del cadáver tiene “Fracturas de la infancia: papá estaba desnutrido de lenguaje / e infectado de silencio”, por eso creo que en su poesía es fácil reconocer la búsqueda que a todos nos es cercana y nos duele. La negación de su palabra puede ser también la fuente de reconocimiento en cada uno de nosotros:
Lección tres
Para ausentarse, es necesario
olvidarse de los sustantivos.
No aprenderse los nombres propios.
No nombrar.
Que tus hijas se conviertan en silencio.
Marillen Fonseca me hizo recordar aquel verso de Charles Simic: “Nunca tuvo un nombre, ni recuerdo cómo lo encontré”. Quizá porque, precisamente, la búsqueda de algo que no nos pertenece siempre responde a alguna extraña necesidad que la memoria le concede.⚅
[Foto: Carlos Ortiz]
Mi padre y yo: "Es un buen tipo mi viejo (canta Piero) que anda solo y esperando... tiene la tristeza larga... de tanto venir andando... yo lo miro desde lejos, pero somos tan distintos..." Dos épocas, dos eras, dos cuerpos, dos o más actuares o pensamientos diferentes... el de mi padre, que ya partió, y el mío. Gracias Charlie, recordé a mi padre que partió el 5 de diciembre de 1968. Descanse en paz