6:30 am. Estos últimos días ha hecho mucho calor, pero hoy siento cómo el aire fresco entra en mi pelo y lo mueve ligeramente: es una invitación a volar, así lo deben de sentir las palomas que están sobre la cornisa del Hospital Infantil de la Villa: levantan el vuelo y se pierden en el azul intenso del cielo de una mañana que apenas clarea.
La fila es larga y no llega el Metrobús. “El servicio se dará hasta la Glorieta a Violeta, la estación Hidalgo se encuentra cerrada”. Escuchar eso me produce una sensación de molestia: no voy a llegar a tiempo a mi cita en el SAT. “Y se les informa a los usuarios que el servicio…”. Lo mismo de siempre: no te dicen el porqué.
Cuando llega el vehículo nos piden abordar y que se respete el área de mujeres. Entre empujones logro entrar, los asientos son ocupados por los más hábiles, miro a mi alrededor, no hay uno solo libre; ni modo, el viaje lo hago de pie, pero de que llego a la cita, llego, aunque sea tarde. He pasado tantas veces por estos momentos que ya debería estar acostumbrada, pero aún no lo logro.
6:45am. “Próxima estación: Misterios”. Ni la música, ni la coreografía, ni la ropa, ni el maquillaje: nada me es familiar; otra vez el mismo video de la semana pasada. Ahora, al verlo de nuevo, noto que la muchacha tiene tatuado un flamingo en el brazo, contrasta el rosa del ave con el color tan blanco de su piel; qué ocurrencia ponerse eso en el brazo. Recuerdo que mi mamá decía que solo se tatúan los delincuentes o los presos. “¿Por qué se tatuó un flamingo? Además, parado en una pata, ¿qué trata de decir?”.
Se avanza muy despacio. El ambiente es tenso, quizá por la incertidumbre de lo que puede estar provocando este retraso. ¿Un choque? ¿Un atropellado? El Metrobús se detiene, se siente ya mucho calor: el aire acondicionado no funciona y pienso que esto se pone cada vez peor.
¿Un bloqueo? ¿Un socavón? Incluso puede tratarse de la caída de la rama grande de un árbol, no sería extraño en esta ciudad. “¿Por qué se tatuó un flamingo? ¿Qué trata de decir?”.
El mismo video, el mismo calor, el mismo encierro de todos los días: tengo la sensación de estar en la cárcel porque sólo nos resta esperar.
7:00 am. “Próxima estación: Garibaldi”. Una antes de Glorieta de Violeta, tengo la esperanza de que ya esté abierto en Hidalgo. Si no es 28 de mes, ¿por qué está cerrado? Elevo una súplica: “Ay, San Judas Tadeo, patrono de las causas difíciles, ayúdame a llegar a tiempo”.
—Wey, cuando nos bajemos nos vamos en chinga, a ver si alcanzamos la misa.
Volteo lentamente, como quien no quiere la cosa: dos chicos muy jóvenes, no mayores de 20 años, morenos y delgados, son quienes conversan; uno lleva una playera con la imagen de San Judas, el otro, una lágrima tatuada en la mejilla.
—Sí, hay que cumplirle a San Judas, no quiero que me pase lo de aquél.
Recuerdo lo que dice mi mamá: los que se tatúan una lágrima en la mejilla es porque han sufrido mucho en la cárcel, entonces pienso “yo sé a dónde van estos”. La iglesia de San Hipólito se caracteriza por ser muy visitada, no tanto por su valor histórico-arquitectónico, sino porque en ella está, desde mediados del siglo XX, San Judas Tadeo, Patrono de las causas difíciles. La cantidad de devotos es muy grande: después de la de la Virgen de Guadalupe, es el Santo más venerado en la Ciudad de México.
—Él se lo busco, le dijimos que viniera y no quiso, ahora que se chingue.
6:50. “Próxima estación: Violeta". Un año después de la Batalla de la Noche Triste, Hernán Cortés, reorganizado y con más indígenas, tomó Tenochtitlan. Lo primero que hizo, después de lograrlo, fue construir una ermita en honor a los españoles caídos aquella noche en la que terminó llorando debajo de un árbol. Tiempo después, sustituyeron la ermita con una iglesia para conmemorar la caída de Tenochtitlan, un 13 de agosto, día de San Hipólito. Por ser un templo muy antiguo, hoy se le considera parte del patrimonio arquitectónico de la Ciudad de México.
—Chofer, déjanos bajar.
A la iglesia de San Hipólito se acude para agradecer, pedir trabajo o salud; incluso para pedir un favor, como fue el caso de Guadalupe, amiga de mi mamá: ella perdió a un hijo y lo buscó durante días, estaba tan desesperada por no saber de él que le pidió a San Judas que la ayudara a encontrarlo; según platica, le concedió el milagro. Días después lo encontró en la Cruz Verde, hoy Hospital Rubén Leñero, a donde se llevaba a los heridos por peleas o accidentados. Han pasado muchos años de eso y ella sigue yendo a dar las gracias.
—No avanza, ya hay que bajarnos.
Uno se imagina cuánta desesperación deben de sentir ahora los jóvenes: sin trabajo, sin poder seguir estudiando, ¿qué les queda? Quizá robar y después ir a pedirle redención a San Judas Tadeo aquí en la iglesia de San Hipólito, pero, ¿les alcanzará para regenerarse? ¿O van a ir siempre a que los exoneren con una bendición después de cada delito?
7:00 am “Próxima estación: Hidalgo”. El 30 de junio de 1520, entre la neblina y la llovizna, los españoles, hasta entonces sitiados en la casa de Moctezuma, empezaron a salir en silencio: al frente de la columna iban Hernán Cortés y la Malinche; atrás, otras mujeres, escoltadas por indígenas y soldados españoles. ¿La razón? Estaban huyendo porque Pedro de Alvarado y sus hombres habían asesinado, durante una ceremonia, a un grupo de indígenas. Colocaron un puente a la orilla de Tenochtitlan, para huir y llevarse todo el oro, producto de los obsequios de Moctezuma y del saqueo de los templos.
Cuando casi todas las carretas habían cruzado y estaban a punto de llegar a la orilla del lago, fueron descubiertos. Durante la batalla muchos españoles murieron ahogados, aplastados por sus propios compañeros o por los enfurecidos mexicas.
Se abren las puertas. Todos bajamos en tropel, como caballos liberados. Alcanzo a ver a los chicos del Metrobús entrar de prisa al atrio de la iglesia de San Hipólito, está muy vieja. Fue construida para recordar a los españoles que ahí murieron. Hoy, al igual que hace 500 años, seguimos aventándonos para salir y tratar de salvarnos.
7:10 am. La explanada que alberga el edificio del SAT está llena: un puesto de tamales; los coyotes que te ofrecen desde formatos hasta trámites de condonación de impuestos; el expendedor de periódicos, el puesto semifijo de fotocopias, además, claro, de muchísima gente haciendo fila. Si un pájaro nos viera desde el cielo quizá pensaría que somos un hormiguero.
Cuánta similitud hay entre los que estamos aquí y los que visitan la iglesia de San Hipólito, ambos venimos a dar tributo: unos, a un santo; otros, al fisco; mientras unos piden que se les dispensen impuestos, otros piden que se les perdonen sus pecados.
Hemos pasado tantas veces por estos momentos que ya deberíamos estar acostumbrados, pero no sé si lo lograremos. ⚅
[Foto: Carlos Ortiz]
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