En el dominio colonial el racismo estaba ampliamente expresado en la vasta categorización de castas y, en consecuencia, en su condición social, económica y política. Durante este periodo las Leyes de los Reinos de Indias es el andamiaje jurídico que “protegió” a los indígenas de los encomenderos españoles, les dio a los pueblos y comunidades indígenas cierta seguridad jurídica sobre el principal elemento constitutivo de su identidad étnica: la tierra comunal.
Durante los casi 300 años de vasallaje Virreinal los hijos de españoles nacidos fuera de España se vieron en la necesidad de construir una identidad propia que los diferenciara de lo indígena, pero que también los igualara a los españoles. El producto fue la autodefinición y autoafirmación del criollo.
La guerra de independencia de 1810 fue con la participación de los indígenas que “defendieron fundamentalmente la continuidad de su identidad comunitaria y por un gobierno justo que la reconociera y la defendiera”(1). La violenta toma del Bajío por Hidalgo, las épicas campañas victoriosas del Generalísimo Morelos(2), hasta la consumación en 1821 por Vicente Guerrero. Ni una sola de ellas hubiera sido posible, sin la heroica lucha y resistencia de pueblos y comunidades indígenas/campesinas.
Para ellos el balance final resultó contraproducente: con el triunfo de los criollos, porque las citadas Leyes de los Reinos de Indias que los protegía en sus territorios comunales mediante las cédulas reales, así como de la prohibición expresa de avecindamiento y presencia de blancos y mestizos en comunidades indígenas, fueron socavadas por la libertad civil que profesaban y legislaban las élites liberales que nos dieron patria. “Accedieron a la Libertad, pero perdieron sus libertades, es decir sus privilegios, el hecho de ser colectividades humanas con derechos propios”(3).
En el siglo XIX las élites gobernantes, conservadores o liberales iniciaron con el despojo de las tierras de las comunidades indígenas. La modernidad implicaba la propiedad individual y el mercado de tierras, así como la liberación de mano de obra destinada a la servidumbre de los nacientes centros urbanos y expansión agropecuaria de las haciendas, y para la incipiente industria. La resiliencia y resistencia de los indígenas consistió en aliarse con sectores conservadores que se oponían al despojo o con liberales que defendían sus derechos” (Navarrete).
La ciudadanía étnica del mestizo definió a todos los mexicanos de acuerdo con la cultura e identidad de un solo grupo, es decir, las elites criollas/mestizas triunfantes de la cultura occidental, devaluando, en la práctica cualquier otra forma de cultura.
Las guerras y revueltas del siglo XIX de conservadores y liberales se nutrieron de pueblos indígenas como carne de cañón, mientras la predominancia de las ideas de la Ilustración, el liberalismo y su modernidad, hegemonizaron la igualdad de la ciudadanía étnica, como ideología y práctica política, siendo su producto el criollaje mestizo.
La generalidad de la categoría de igualdad ciudadana implicaba una igualdad étnica mestiza y el español como única lengua de la institucionalidad. Era una igualdad artificial propia del liberalismo. Fue una igualdad legal que no desaparecía las desigualdades económicas y étnicas. Pero esa igualdad está adherida a la filosofía de la Ilustración y su modernismo capitalista, e inherente a la cultura occidental, negando la pluriculturalidad del México profundo.
Para nuestra élite liberal las ideas modernistas de la Ilustración europea las permeó y transformó en fieles seguidores y propagadores, como al zapoteco Benito Juárez, al mexica Ignacio Manuel Altamirano, al otomí Ignacio Ramírez. El mestizaje individual dio una radical transformación en su identidad étnica, pues estos rompieron sus vínculos identitarios comunitarios, que les implicó prestigio cultural, ascenso social y económico. En lo individual mestizo, en lo colectivo indígena.
Ellos, como élites triunfantes y gobernantes, emprendieron la hegemonía étnica del mestizo, pero también la puesta en el mercado la propiedad comunal, con las compañías deslindadoras a través de las leyes de Desamortización o Ley Lerdo, es decir, el capitalismo. Los pocos que resistieron sufrieron guerras abiertas de exterminio y reducción. Con la bandera de la Razón y el Progreso las elites ilustradas pasaron a someter a los indios insurrectos, irreductibles, bárbaros y rebeldes apaches, yaquis, mayos, mayas tzeltales, tzotziles y tojolabales.
Algunos recurrieron a otras estrategias. Destacan los pueblos nahuas de Morelos, entre ellos Anenecuilco, la tierra del General Zapata, que permitieron que se avecindaran mestizos de “razón” para que les ayudaran a pelear legalmente sus derechos de agua y tierras comunales contra los hacendados azucareros. Igualmente, los pueblos mazahuas del valle de Toluca, que adoptaron el español, desde el siglo XVIII, pero que siguen defendiendo sus tierras comunales hasta la actualidad contra las obras de la 4T, desarrolladoras inmobiliarias y club de golf.
La etnogénesis mestiza, como ideología y cultura homogénea, fue permanente durante el porfiriato, se adjudicó un pasado hijo del colonizador vencedor y de la “grandeza” cultural indígena. Nunca de los indígenas vivos, monolingües, analfabetas, ignorantes, fanáticos y pobres. “Al igual que los demagogos del presente”.
En la celebración de 100 años de independencia en 1910 el porfiriato jugó ante el mundo con esa burda representación de un pasado que supuestamente los enorgullecía.
La revolución mexicana(4), para los pueblos indígenas, fue agraria y social. Lo poco logrado se reflejó en el artículo 27 constitucional; su implementación fue al menos un pequeño gesto de justicia social. El limitado reparto agrario ejecutado por la fracción triunfante fue parcelado e individual, lo comunal implicaba un “obstáculo para la modernización y prosperidad del país”. Ya no se reconoció legalmente la propiedad comunitaria como parte de la autonomía y cultura de los pueblos originarios.
En el ámbito de la ideología de la posrevolución se apostó por la construcción de comunidades imaginarias donde el mestizaje es “blanqueo de los indios y nunca a la indianización de los blancos” (Navarrete), los pregoneros de la blanquitud del indio, José Vasconcelos y Octavio Paz, son la expresión refinada del mestizaje como ideología hegemónica.
El mestizaje biológico no lo podemos respaldar en estadísticas sólo en aproximaciones y derivaciones. En más de 200 años de vida independiente la población indígena de 1808 representaba alrededor de 60 por ciento. En la actualidad menos es de 9 por ciento. No sólo es la reducción demográfica de lo indígena, también es la desculturización, es el triunfo de la ideología del mestizaje decimonónica.
Para 1930 los censos cambiaron burdamente la denominación de blancos, indios y mestizos, por hablantes de lengua indígena. Ser indígena te excluye. La tolerancia racial está hermanada de la intolerancia cultural. El racismo mestizo va acompañado del clasismo.
La contrarreforma agraria del neoliberalismo ha significado un nuevo despojo de la tierra comunal, la destrucción y devaluación cultural, la resignificación de sus costumbres, creencias, valores e identidades de los pueblos indígenas. Son lo vistoso de los espectáculos folclóricos en Xcaret, son la maravillosa pieza del museo de Antropología. ⚅
[Foto: Carlos Ortiz]
__________________
1 Navarrete, Federico, Relaciones Interétnicas en México, coord. José de Val, México, Universidad Nacional Autónoma de México, colección La pluralidad cultural de México, 2004.
2 Morelos en el primer Congreso de Anáhuac, decretara en “Los Sentimientos de la Nación” la independencia de México y el fin de las castas y la esclavitud.
3 Guerra. Francois-Xavier, México: del Antiguo Régimen a la Revolución, 10ª reimpresión, trad. Sergio Fernández Bravo, II tomos, México, Fondo de Cultura Económica, 2016.
4 Para los mestizos, fue la disputa por el cambio político y apertura del capitalismo.
Comments