[Para los esbirros de Bancomer, el director de la oficina de correos y para el administrador postal. Por su desbordante y poderosa estulticia.]
Soy una persona impresionable. Babosas, tarántulas, arañas arborícolas que tejen su red entre el cableado eléctrico me sorprenden. Árboles, como los guayabos que resguardan el edificio de CETEG o el cazahuate que se alagarta a un costado de las canchas del Infonavit, siempre me sorprenden. Pero lo que más me sorprende es la estupidez y la imbecilidad de algunos muchos. Me sorprendió por ejemplo que me hayan rentado un departamento que no tenía agua, en el que no tenía derecho a usar la bomba, un departamento que para arrejuntar unos cuantos litros teníamos que saltar una ventana y echar una cubeta a un tinaco demasiado sucio, con años mineralizados en su fondo, mismo que terminé limpiando antes de salir de ahí. Me sorprendía cuando el compa que me rentaba respondía los mensajes con: ¿Todavía no tienes agua? Qué raro. Voy a investigar para ver qué está pasando. En serio eso ya está muy raro. ¿Todavía no tienes agua? Me parece rarísimo, de verdad. Hoy no pude, mañana llego temprano y arreglo todo. Tuve un compromiso, pero ahora sí, ahora sí mañana sin falta…
Me sorprendió la sorpresa en su rostro cuando exigí mi depósito y lo de la mudanza. Cómo crees que para tener agua tengo que subir a la azotea, treparme en los tinacos, succionar la manguera y rezar para que se llene mi tambo. No me jodas. Tenemos que ir cagar, lavar, comer y a bañarnos a casa de mi madre. No me sorprendió, eso sí, que me dijera que esa semana, ahora sí, dejaba todo listo. Lo mandé al carajo y le exigí mi dinero. Y para que me diera el depósito también le exigí lo de la mudanza. No me sorprendió que esto último me lo quedara a deber, lo de la mudanza, dame chance, te lo doy en la quincena, ¿sí? No seas malito. No me sorprendió que ya no contestara mis mensajes ni que bloqueara mi número de teléfono.
Me sorprende, harto y mucho, la petulancia de los ejecutivos del banco, sus pantalones planchados y su camisa bordada. Su aire de suficiencia, la satisfacción de pertenecer, jodidos esbirros, al mundo del dinero. Y me sorprende lo difícil que es lograr que hagan su trabajo. Mis doce compañeros de la maestría, y yo, estuvimos dando vueltas en la sucursal de Bancomer del centro. Venga en 24 horas, no lo puedo atender hasta el jueves. No, no hicieron el cambio solicitado. Tendrá que regresar en 24 horas. Esta vez anoté en la solicitud que es prioritario. Regrese en 24 horas… nos decían los ejecutivos ante el desconcierto de paisanos y extranjeros. Quién diría que, en nuestro México, la estulticia es más fuerte que el racismo: hasta a la compañera argentina la hicieron dar vueltas. Muchos compas huyeron a otras sucursales en las que los atendieron sin chistar y sin retraso. Yo tuve que ir el sábado, el lunes, el martes y el miércoles. El martes me atendió la directora, que me hizo el favor de marcar mi demanda con un prioritario, y tuve que volver a las 24 horas. También me dijo que pasara directo con ella y entendí que sin la escala del turno...
El miércoles la directora me vio y me dijo: Emiliano ¿verdad? pide un turno y pasa con uno de mis compañeros. Ya la cuenta es nivel 4. El monito acicalado, encargado del expendio me dio un B302 que me auguró una espera 81 minutos. Luego de 85 largos minutos y de la estupefacción producida al ver que “clientes” recién llegados pasaban y pasaban antes de mí, el ejecutivo del módulo 5 me llamó: Sí, efectivamente. Su cuenta ha subido a nivel 4. Pida un turno por favor, mis compañeros de las ventanillas le darán su tarjeta. Mi sorpresa se tornó en risa y anunció la cólera: No compa, no voy a pedir otro turno. Son unos pusilánimes. Ustedes sí que son unos pusilánimes ¿Me estás diciendo que estuve una hora y media esperando para que me dijeras lo mismo que ya me dijo la directora? Son unos imbéciles, no tienen madre y tampoco vocación de servicio. Tú vas a ir por esa tarjeta. Yo de aquí no me muevo si no me das mi tarjeta. Son unos mediocres. Y luego de la suma de insultos y mi cara de quiero arrancarte la cabeza, el tipo giró sobre el poder de su silla, abrió un cajón y sacó un atado de sobres. Y sólo entonces, como si los insultos y los manotazos formarán parte de un conjuro, se dispuso hacer lo que desde el primer minuto debió hacer: darme mi tarjeta. Las palabras mágicas fueron una ristra de insultos. Sólo así. ¿Tenía que bajar a tomar otro turno? por supuesto que no, es la estulticia la que los embriaga, la estulticia es el soma que les permite sentirse poderosos, importantes, ocupados, indispensables: ejecutivos.
Y me sorprende lo difícil que es sacar una cita en el SAT. Llegué en mayo a Chilpancingo y desde entonces me metí al portal de citas una vez a la semana. No fue sino hasta el 8 de septiembre que pude obtener la mentada cita. Lo que no me sorprendió fue enterarme de que para lograrla de un día para otro se pueden pagar 250 pesos. Me sorprendió que a la compañera argentina le pidieran 750 para darle un turno. Ella prefirió esperar.
Pero lo que más me sorprendió fue cuando llegué a Correos de México con mi libro impreso. A cara de perro no es más ancho ni más grueso que un catálogo de plásticos para el que me exigieron un folder amarillo con plástico burbuja. Es para que no se vaya a romper. Doblé el libro por la mitad, ya envuelto en papel craft, y pregunté ¿cómo se podría romper esto señorita? Es para su seguridad, es el protocolo.
Todavía no lo carburo, es grande mi asombro. Me resulta increíble, el envío cuesta 25 pesos y el sobre 35, así que me vi obligado a comprar basura cara para enviar versos baratos. Qué poca madre. Exigí hablar con el director que con la suficiencia de los tarados me explicó que deben tener un protocolo, y que mi libro, no más grande que un catálogo de plásticos e igual de importante, debía ir en un folder amarillo con plástico burbuja. Argumenté que dicho folder era basura y un gasto sin sentido. Ante la crisis, económica, ecológica, siendo que somos uno de los estados más pobres del país… topé con piedra. Si quiere quejarse mándele un correo al director. Es un protocolo.
Ni en Xalapa, ni en el DF, ni en Oaxaca, ni en Puebla, ni en Querétaro escuché semejante idiotez. Así que aquí estoy, escribiendo una ristra de palabras que parecen no tener sentido, dejando de lado los recursos estilísticos. Me sorprende, que en un estado por demás jodido, no tengan conciencia de los otros, de los jodidos y de los mares de basura que nos nacen.
No es posible que nos obliguen a comprar basura. No lo estamos obligando a nada. Usted puede ir a otra agencia de envíos, me dijo el director. Pero si no te reciben un paquete porque está envuelto en papel craft y te exigen el sobre manila con plástico burbuja, luego entonces: te están obligando a comprar un sobre, sobre que una vez salido de la papelería no es más que basura...
Y acá estoy, con el encabronamiento y la frustración que me dejó tanta sorpresa. Tundiendo teclas como si las palabras sirvieran para algo.
La estulticia, mi gente, es una herramienta del poder y todos esos seres nimios que pululan por ahí, gustan de sentirse poderosos, ya desde su portentosa máquina de turnos, ya detrás del mostrador, ya frente a la computadora. Venga en 24 horas; Los libros deben ir en folders con plástico burbuja; La cita en el SAT cuesta según la necesite; Usted tiene la culpa por no venir a ver antes el departamento; en esta escuela no queremos gente problemática, ¿es usted problemática? La anécdota de la escuela me la voy a callar. No quiero ser problemático ni regalarle problemas a mi hijo.
Pero se me estaba olvidando de mi nuevo casero. Argumenta que sus gatos no son sus gatos. Vive con ellos, les da de comer, busca solares para abandonar a las crías, pero no son sus gatos, y por lo tanto se muestra incapaz de recoger sus heces. Allí quedó su gato, le dije hace una semana. Sí es su gato ¿no? Sí dijo con tristeza en los ojos: el gato estaba ahí, atropellado sobre la calle. Para mi sorpresa, y la de Gloria, a quien mucho le gusta mirar por la ventana, el casero levantó al gato de la cola y sin más miramientos lo aventó al baldío de enfrente. Me sorprende e intriga que, a dos semanas del accidente, el gato siga sin apestar.
Y ahora, gracias al dios de los gatos muertos, no tenemos que recoger las cacas que dejaba en la escalera.
Este texto iba a tener como epígrafe el poema Los hombres de bolsillo, de Héctor Carreto, pero preferí la dedicatoria. El poema dice así: Los hombres de bolsillo son pequeños/visten de oscuro/y corren peligro de ser confundidos con ratones./No obstante, son inofensivos/y es débil su chillido./Se limitan a cumplir,/no más, no más./Como buenos relojitos caminan por la calle/¡Qué lindos muñequitos de cuerda,/qué monos!/No sienten la cadena que va desde su cuello/hasta el chaleco de los dioses/ni la mano que tranquila/los guarda en el bolsillo. ⚅
[Foto: Mau Abarca]
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