Vengo a proponer que hablemos del fracaso en voz alta, que normalicemos compartir todas las veces en las que algo que anhelamos y por lo que trabajamos sin descanso nomás no se nos dio, no llegó, se cebó.
Quiero proponer que desatemos los hilos y dejemos caer la máscara de la sonrisa, del premio conseguido, de la idílica imagen que nos hemos construido, a base de likes y comentarios felices, en nuestras redes sociales.
¿Por qué seguimos escondiendo bajo el tapete los once proyectos rechazados por un sistema de becas donde suele abundar la meritocracia? ¿Por qué miramos con desprecio y burla el libro autoeditado que por ausencia de voluntad política y malas gestiones institucionales no pudo llegar a la comunidad lectora a través de otros formatos?
¿En qué punto del camino se nos enseñó que rendirse, bajar los brazos o soltar era algo malo, impropio, indigno? ¿Por qué no admitir en voz alta que algunas y algunos lloran de rabia, desconcierto o desilusión cuando revisan la lista de becarios en donde no está su nombre?
De un tiempo a la fecha me gusta pensar que esos fracasos cuentan algo de mí, sobre todo de este carácter tan necio que mi abuela comparaba con el de una mula. Detrás de cada rechazo, de cada proyecto que no se puede ejecutar hay una serie de enseñanzas que valen más que cinco años dedicados por completo a la formación académica.
Aprender sobre la marcha, ensayo y error, han sido para mí la escuela más valiosa y más dura a la que he podido asistir; porque es necesario decirlo, nada es fácil, sobre todo cuando no se cuenta con el capital suficiente para empezar una raya más adelante que los demás en la línea de salida.
Por eso la historia de mis fracasos me enorgullece mucho más, por qué no decirlo, que el conteo de lo que otras personas pueden llamar triunfos. Ahí donde ven un premio, yo veo meses de trabajo, de lágrimas y frustración; veo también la posibilidad de decidir y aguantar, porque lo disfruto, porque he aprendido a creer en mi escritura y en los temas que me interesan.
El tiempo, la escucha atenta de personas ajenas al mundillo literario, me han permitido saber que afuera siempre habrá un par de ojos curiosos deslizándose sobre las líneas de una plaquette autopublicada, dispuestos a descubrir más, a seguirle la pista a la señora que esto escribe.⚅
[Foto: Carlos Ortiz]
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