Hace tiempo pensaba que conocía a la ciudad de Lima porque leía a Vargas Llosa, sobre todo por el cuento Los cachorros. Después de leer El pez dorado, una novela de J. M. Le Clèzio, me pareció que París es una ciudad fea y sucia fuera de los sitios turísticos (o incluso dentro de ellos). Desde entonces, todos los anuncios publicitarios sobre turismo me resultan como una advertencia: ¡cuidado, puedes salir decepcionado! Eso pasa con el turismo: sólo nos deja ver lo que se puede vender.
Pasa en muchas ciudades, y se reconoce en muchos tiktoks de viajeros que hablan de las enormes cantidades de basura en Nueva Delhi, de la pobreza que rodea a las pirámides de Egipto, o las carencias alrededor de la extravagancia de Dubái. Ese acercamiento a una realidad que no constituye la narrativa oficial —la marca país— suele generar una sensación de desconcierto en algún nivel (tampoco es que uno se deprima). Y eso me acaba de pasar con Japón.
Sin dinero para viajar, los libros me han resultado un medio más barato para conocer otros lugares y otras historias. Siempre he imaginado a Japón como un país basado en la disciplina y el orden. En mi idea la violencia no es tanta aunque tienen a los Yakuza, no hay pobreza aunque tiene una de las tasas más altas del mundo desarrollado y no hay violencia contra la mujer aunque los cierto es que no se denuncia por sus costumbres y la reputación de las familias.
Pechos y huevo, de Mieko Kawakami, es la historia de mujeres en Japón enfrentadas a la pobreza, a las costumbres y a la sexualidad como tabú. Natsume es una aspirante a escritora que se va a vivir a Tokio, después de haber vivido muchos años con su hermana Makiko y su sobrina Yuriko. Makiko trabaja en un snack, que por lo que entendí, sería al equivalente a trabajar como fichera: ellas tienen que entretener a los clientes e invitarlos a que consumas más. Makiko quiere operarse los pechos y está obsesionada con esa idea. Yuriko su hija, ha dejado de hablar porque se siente mal por lo que le dijo una vez a su mamá. Una noche su madre regresa borracha y comienza a reclamarle una cierta superioridad. En respuesta, Yuriko le grita preguntándole si es cierto que su obsesión con operarse los pechos es por su culpa, le grita y le reclama mientras se quiebra huevos en la cabeza.
La segunda parte sucede cuando Natsume ha ganado un premio literario, comienza a ser un poco conocida, consigue una editora, se hace amiga de otra escritora que es fuerte y atrevida, se reúne con sus amigas de antaño y, con esa cierta seguridad, tiene la intención de tener un hijo. El problema es que a Natsume no le gusta tener relaciones sexuales. En esta búsqueda conoce a Aizawa, un médico hijo de una Inseminación Artificial de Donante (IAD) que trabaja como voluntario en una asociación que está en contra de la IAD. Se vuelven amigos y luego las cosas van más allá de la amistad.
El tema central que la novela tiene es la decisión de la protagonista de ser madre soltera, porque se enfrenta a los prejuicios de la cultura japonesa (la familia tradicional, el machismo —no se puede hablar de la infertilidad de los hombres—, el papel de sumisas que las mujeres deben desempeñar por el honor) y a las condiciones de marginación en la que viven muchas mujeres (empleos mal pagados, problemas de vivienda, y la pobreza que se incrementó a partir de la crisis de 1990 —hay un libro al respecto que se llama Vivir sin techo: sociología de la pobreza y la exclusión, de Maruyama Satomi— y que se acentúo todavía más por la pandemia del Covid-19).
A lo largo de la historia la protagonista recupera las opiniones y puntos de vista de los personajes secundarios a través de sus propias experiencias. Es interesante que en casi todos los hogares, por lo menos, en los de esta novela, los padres están ausentes, ya sea que abandonaron a la familia, han muerto o se enferman, y son las mujeres las que tiene que construir el hogar para defender el honor de la familia por medio de la carga impositiva de cuidar a los hijos, a los padres del marido más que a los propios y tener que trabajar porque el dinero no alcanza.
Otro de los temas que suele tener lugar en la fantasía es la sexualidad, por eso resulta atípico leer que una mujer habla sin desenfado de su sexualidad y su inexistente deseo sexual. Sin embargo, esta condición no le impide amar, ella ha amado a un hombre en su pasado y ahora sabe que está enamorada otra vez. Es el amor quien la salva (aunque nunca se postule al amor como medio para salvarla). Su deseo de ser madre tiene una propuesta desde el amor que comprende dos cosas: 1) no todos amamos igual, y 2) hay personas que simple y sencillamente no desean tener coito.
En estos años en los que he leído a mujeres he percibido una manera de abstraer y contar el mundo de un modo distinto. El amor, la felicidad, el erotismo, la sexualidad tienen una sensación diferente —quizás renovada— desde el punto de vista de las mujeres. Nutren el mundo personal con su historia y su voz y desmitifican algunos problemas, emociones que por años han sido contados por los hombres desde una experiencia que no hemos vivido. Por eso, en este mes, es importante, necesario, volver a las autoras y leer sus historias. Mujeres que hablan de ser mujeres y la vida de las mujeres. Es necesario alimentar la consciencia y ampliar nuestra visión sobre las redes y los vasos comunicantes que han tejido a la historia de la humanidad. Una historia puesta a revisión constante en nuestros días porque aún seguía —sigue— faltando su voz. ⚅
[Foto: Carlos Ortiz]
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