“Porque ser una rosa, se diría / no trabajar.
Mirando por la ventana, Dios / hace la casa”.
Reiner Maria Rilke
Vi un video en internet que si pones el tallo de una rosa en una papa, la rosa vuelve a retoñar. Mientras corto papas para freír en la cocina, observo el filo del cuchillo y pienso que soy yo la que traspasa los límites del almidón. Cortar las papas parece tan sencillo y se siente parte de mis manos. Cómo entra el filo en las pequeñas rodajas y las hace tiras. Me gustaría creer que la cocina es el lugar de la casa que sólo yo ocupo. Sin embargo, no es así, ¿desde cuándo empecé a cocinar en esta casa que no es mía?, me pregunto y respondo que no tengo idea. Las papas, una vez cortadas, se fríen en aceite y yo agrego sal y pimienta negra recién molida. Mientras espero —las veo dorarse poco a poco— pasan por mi cabeza versos sobre la cocina, la búsqueda de sazón y me acuerdo de mi madre. En casa no solíamos comer papas, salvo los días que a papá se le antojaba el bistec. Bueno, tampoco es que nunca de los nunca. A veces mamá hacía tortitas de papa con arroz y pico de gallo, pero era muy raro cuando sucedía. Entonces qué hago aquí cortando papas. Un día se irán de aquí, decía mi madre, y no sabrán ni cortar papas en rodajas. No sé cómo recuerdo sus sentencias pero sé que ahora me gusta cortarlas. Quizás es la edad o el amor. Cocinamos para las personas que queremos. Es un gran regalo, decía mi abuela. Y entonces pienso ¡claro! Cocino porque es necesario amar. Porque las papas son un buen regalo al paladar de hombres y niños. En esta casa, aunque ahora somos tres y a veces dos, siempre soy yo sola cortando papas para freír. Corto papas para recordarme que soy capaz de hacer rodajas simétricas, de cortar tiras delgadas y perfectas, similares a las de McDonald. O sólo soy yo cortando papas porque escucho la vocecita de mi madre diciéndome la sazón se tiene en las manos desde el nacimiento. O no. Y entonces me doy cuenta que el pelador de papas, sin querer o sin prever, ha dejado huellas de sus dientes en mis dedos. Yo no siento en las manos la sazón ni mucho menos el don de conjurar sabores y hacer mezclas con especias. Pero sé, como mi abuela, cocinar para quien amo. Tal vez la rosa no trabaja ni hace nada por retoñar, es la papa quien hace todo a su capricho, como dios. ⚅
[Foto: Carlos Ortiz]
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