Cuando uno se convierte en adicto de algo genera rutinas difíciles de evadir. Eso me ha pasado con feisbuk. Exagero un poco con lo de adicción o, al menos, no es la adicción normal o la del posteador, sino más bien del voyeur, pues soy enemigo de actualizar el estado cada cinco minutos según mis actividades, gustos o disgustos. Lo que sí es que me ha dado por revisar lo que aparece ahí, leer lo que ponen mis amiguis imaginarios con cierta atención rutinaria.
Dicha adicción me ha provocado nuevas cagancias. Sé que el muro de cada quien es su pedo y que no tengo por qué mirar sus posts ni los colguijes que dejan.
Llevo una política existencial que reza: no te metas en lo que no te concierne ni para bien, ni para mal. Que cada quien haga de su feisbuk un papalote.
Pero no dejan de cagarme los quejicas del feisbuk. Desde los que lloran por asuntos íntimos hasta los que sufren por la apatía del mundo, de su mundo o de lo que consideran es el mundo. Metiches, llorones, lanzadores de directas con destinatario específico pero echado al aire cibernético sin pudor alguno. Defensores de todas las causas habidas y por haber. Hola, aquí el nuevo grupo de defensores de los perro callejeros ciegos y hambrientos que nadie quiere porque no sirven para nada.
Debemos —en el debemos hay tanta arrogancia que exprime los testículos— ayudarlos. No faltará el simpático que se le ocurra hacer la broma: sí, vamos a llevarlos a una perrera donde los sacrifiquen humanamente. Entonces, la pandilla de feisactivistas defensores de perros cegatos halla un objetivo claro y lanzan su veneno con comentarios asesinos, cercanos a fascismo imbécil, es decir, carente de cualquier sustento o argumento medianamente inteligente (ni biología, ni racismo, ni política, sólo los dedos desatados para escribir pendejadas, casi siempre con faltas de ortografía tan garrafales que los ojos arden) y el simpático, si no tiene sentido del humor suficientemente blindado, padecerá pesadillas donde por el monitor pasan tipas vestidas de jipitecas o chairas o mamertas con playeras estampadas reproduciendo mensajes súper incluyentes surgirán con los ojos inyectados de sangre y las mandíbulas dislocadas por el odio.
Neta, que no sé si los feisactivistas llevan vidas cercanas al invento diseñado en sus perfiles. De plano he decidido sortear su bendita cruzada contra los comedores de carne o los pateadores de perros o los abusadores de chamarras de piel o los políticos ladrones o los imbéciles de todo el mundo.
Si feisbuk es o no una herramienta para la emancipación social, me tiene sin cuidado. No creo que la revolución se televise o salga en un tuit y que mis amigos postearán los videos donde ellos revientan las instituciones. No creo que pase, ni la revolu-ción.
Están los otros quejicas que, bueno, como dije, pueden hacer de su feisbuk lo mismito que hacen con sus culos. Cada quien sus nalgas y sus patas (digo patas porque algunos parecen escribir con ellas). Incluso es divertido intentar descubrir de quién o contra quién se quejan. Algunos lo hacen muy bien, producen buenas risas. Ahí me cagan más los azuzadores de las lágrimas: ya no volveré, que se vaya al infierno. Está bien amiga, ese tipo no supo valorarte, hay muchos peces en el mar. No amiga, los hombres siempre te lastiman, olvídalo (le pongo género aquí, pero no es privativo de las chicas). Eso se convierte en una especie de chorizo seudofilosófico sobre el malestar en la cultura femenina. La neta, al principio me divertía, pero me he dado cuenta que si se deja pasar el berrinche la persona en cuestión deja de quejarse.
Como en casi todo lo que me caga, lo que subyace en la ca-gancia es la impostura permitida por el supuesto anonimato del medio, lo que permite subirse a una plataforma moral y gritarle a todos los malos seres humanos que son. Como si tuvieran que gritármelo. ⚅
[Foto: Carlos Ortiz]
Comments