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  • Jesús Bartolo

Malas noticias


Regresar el tiempo, está demás decirlo, es imposible, en estos momentos la memoria jamás te salva de nada, sostenerse de algún recuerdo lo único que hace es precipitarte a ese hoyo hondo del arrepentimiento.

Las malas noticias llegan sin ningún pudor y te golpean de ida y de vuelta, no te dan chance de cabecear o dar un brinco para hacerte a un lado, son como ese perro manso por el que siempre pasas a un lado y cuando menos lo piensas te muerde.

Esa mañana en que se me vino el mundo encima, fue así: el perro aquel me dio su tarascada, me agarró flojito, descuidado, como dicen en el terruño, me cogió en la lela, cuando sentí la dentellada ya era porque la sangre escurría de mi indolencia. Cuántas veces me dijeron cuídate, has caso, procura no irte por ahí, vete por otros caminos, ese perro te va a morder, pero cuando uno es joven, cree que la vitalidad es eterna y la salud una moneda que se cosecha en cualquier árbol, y la hilacha con la que te das vuelo se va luyendo y llega el día en que por fin se rompe, no escuchas el momento en que se desgarra, te das cuenta que se ha roto cuando ya estás de sentón sobre la tierra, cuando la reversa de la caja de velocidades se ha estropeado, y sólo te queda ir para adelante aunque no te guste esa dirección.

Ese día así recibí la primera mala noticia, es usted diabético, hipertenso a punto de un infarto por sus triglicéridos altos; en pocas palabras, sino cambia, se lo va a llevar la chingada. Aún no digiero el diagnóstico, ni me cae el veinte, todo lo que me hace daño se me antoja.

Ese mismo día un segundo perro enterró sus colmillos en mi pecho, y me dejó impávido, sin palabras, con las lágrimas y las palabras enterradas en algún espacio de mi cuerpo, con la cabeza fuera de este mundo, con el mundo trastocado. Pinche tiempo, maldito tiempo, pasa y pasa y no te da tregua, lo que no hiciste hoy, mañana ya es tarde y luego se convierte en ayer, y el ayer ahí se queda con la llanta ponchada, la ventana rota, el cariño postergado, con los abrazos que nunca se abrieron para darlos, se queda uno en la sola intención, con las ganas de haber vivido; pero todo eso se queda hueco, acéfalo. Lo confieso, soy un desamorado y en ello llevo mi penitencia.

Ahora lo sé: aunque el cielo es de los arrepentidos, la tierra es el infierno de los sordos.

Ese mismo día, primero de diciembre de 2021, el pueblo de mi madre se puso de luto y le cortó a mi corazón todos los retoños del hubiera.⚅

[Foto: Gonzalo Pérez]

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