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  • JL Amaro

Manual para no escribir


Dentro de la experiencia del músculo creativo de un poeta, en general, del artista, en la distancia que se ensancha con el tiempo, se puede ver con nitidez lo que no se debe hacer. Lo que nunca debiste escribir pero lo hiciste irremediablemente. Cuando comparaste a una mujer, a la Mujer, con una rosa llena de espinas, con una botella de alcohol, o cualquier otro símbolo bohemio y por ende, patético, fue cuando alguien debió decirte: cuidado.

Tantos ejemplos se pueden enlistar dentro de lo que no debes hacer en poesía, que quien pretenda decirlos a otro, corre el riesgo de parecer loco. Así me he reunido con mis amigos para ver nuestros trabajos. Sugiriendo lo que se supone “sabemos”. Oye Chana, quítale esa coma, oye Juana, ese verso sobra, oye Chano, mucho texto, oye Juano, se ve que tienes problemas con el ritmo. Pero en lugar de eso, se escucha un serio manual de cómo apuñalar a un marido, dos formas de matar a una cucha, un gol que nunca debió ser, una mujer que no te quiso a pesar de que viajaste a la Costa por verla y el mes en que se vence la renta.

De entre toda esa maraña, una luz escudriña y nos muestra los senderos a seguir. Algo así como escribió el poeta chileno Omar Lara, en Asedio:


Mira donde pones el ojo

cazador

lo que ahora no ves

ya nunca más existirá

lo que ahora no toques

enmohecerá

lo que ahora no sientas

te ha de herir algún día.


Y de repente un silencio. Ya no estamos para tonterías, la cosa es seria. ¿Eres o no eres poeta? Déjate de eso, ¿eres escritor? Porque ya no se trata de lo que no debes hacer, se trata de algo más grave: de lo que debes hacer en cierto tiempo, espacio, verso, y debe ser puesto como quien coloca la última carta en el castillo de naipes, para ya no ser puesto jamás. Debes escribir algo, para ya nunca hacerlo. Ese es el verdadero problema del poeta. Que de entre tantos tiempos que te hablan; el convencional calendario, el ritual de festividades, el biológico, el mental, espiritual, el tiempo que sea, uno, o todos a la vez, un consejo dan.

Quien criba los buenos, de los malos poetas, no es la historia, sino el tiempo. Si has de hablar de una mujer como hablas de una rosa, por favor, que sea rápido, que la rosa un día se marchitará. Si quieres hablar de la muerte, piénsalo, porque un día morirás, y no queremos que nos distraigas con una muerte ficticia cuando estás vivo, y te leamos cuando ya te has ido. Algo tuviste que hacer en poesía, y por más que quieras, nunca lo harás.

Cuando me di cuenta de estas reglas en letras demasiado chiquitas, pensé que no valía la pena seguir. Y lo sigo pensando. La cosa es vivir con ello y avanzar. Seguir escribiendo y reuniéndote con tus amigos para leer textos donde no hicimos lo que se debía, sino lo contrario.

Levanté la voz en uno de esos días, fue inevitable: ¡Dios! ¿Dios? Fíjate bien como usas esa palabra, lo mejor sería que la pongas en un lugar adecuado. Dios, o te hace un poema, o te lo echa a perder antes de que lo escribas, ojo, ojo, ojo. Me voltearon a ver, sabiendo que no hablaba un escritor, sino una persona que le costó mucho alejarse de una cuna religiosa. Asintieron con la cabeza y alguien agregó: Fíjate que no lo había pensado, tienes razón, por eso me gusta tallerear con ustedes. Y al terminar de hablar con el ceño fruncido, de tocar lo grave de la poesía, regresan los manuales de matrimonio, los goles, las fiestas, las rentas y un: Adiós, avisan cuando lleguen.

Llegó a mi cuarto y pienso en cuánta, cuánta paja estoy escribiendo. ¡Ya no se diga la que leo! ⚅

[Foto: Carlos Ortiz]

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Aída María López Sosa
Aída María López Sosa
09. 8. 2023

Manual poético para no escribir poesía.

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