[…porque tiene mucho cielo y mucho mar.
El Príncipe]
Hace poco recordé a Vincent Vega hablar con Jules Winnfield sobre las pequeñas diferencias entre Holanda y Estados Unidos. Recordé la escena porque en el Mercado central de Chilpancingo te dan la bolsa de plástico y te piden escojas tu verdura. En Oaxaca no es así, en la Central de abastos si el kilo de mango cuesta quince pesos, si lo quieres escoger, ya cuesta veinte águilas. Y si tu billete es de doscientos, mejor vete a cambiar, en Oaxaca los marchantes no se lanzan a los puestos vecinos a buscar cambio. Otra diferencia que me encontré es que en Oaxaca el miedo no anda tan suelto, lo que abunda en aquel mercado es la producción de despojos del cristal y la jeringa. En vez de adictos que parecen zombis, en el mercado de Chilpancingo uno encuentra miedo en los ojos de los marchantes. Eso vi cuando me paré en un puesto de carne a esperar mi turno: el filo del miedo asomando sus ojos en los ojos de los carniceros. Y vi la calma llegar una vez que supieron que mi misión ahí era conseguir medio kilo de carne molida, hasta me echaron 50 gramos por el puro gusto de saber no era el nuevo cobrador de la plaza. Ese mismo miedo se asomó en dos puestos de verduras y en otro de pan.
Otra diferencia son las personas. No sabía, no recordaba, no me había dado cuenta. Los chilpancingueños son muy gente, saludan, indican, responden, te acompañan; son atentos y educados. Cosa rara es que esto no se ve reflejado en el tejido social. No se ven cooperativas, malabaristas en los parques, chavos arrejuntados cantando y tejiendo. Aquí no hay tequio y el comercio familiar luce endeble en cuanto a las colonias se refiere. Los supermercados, en cambio, son un hormiguero de gente. ¿Y las calles y los parques? No recordaba que Chilpancingo fuera sucio. Ahora que recién llegué lo encontré sucio. Cada día la costumbre me va empañando la vista y ya casi no veo las hojas que se pudren acumulando sus años sobre las banquetas, cada vez me es más ligera la basura que brilla en calles y aceras. El refrigerador que se volvió escultura en el jardín de alado y que me golpeó la vista el 5 de junio, ahora me es parte del paisaje. Ya no me sorprende el montón de despojos de un convite, que derrama unicel por casi veinte metros, hojarasca posmoderna ahí, a media cuadra de la salida del INPI. Puedo decir que ya hasta me acostumbré a las mallas ciclónicas que yacen como telarañas oxidadas y que me negué a leer como un mal presagio a mi llegada.
No fue así los primeros días. Recuerdo que cuando pasamos por las oficinas derruidas de lo que antes fuera las oficinas del IEPO, mi hijo dijo que la ciudad parecía haber sufrido un apocalipsis zombi. Vi los derredores y pensé que no exageraba y es que Oaxaca es más limpio. ¿Por qué? Creo que debe a que en Oaxaca hacen tequio y porque en Oaxaca la gente, aunque más osca en el trato, está mejor comunicada y mucho mejor organizada. Eso se ve porque en Oaxaca los niños juegan en las calles y en Chilpancingo, espero me equivoque, no he visto que esto pase. Esto se debe a que la violencia en Chilpancingo se respira en el ambiente como antes el olor a toronjil. En Oaxaca, en cambio, la violencia sólo es económica.
Y luego está la renta. Aquí un departamento, ¡con tres cuartos! cuesta 2500 pesos por mes, en Oaxaca una habitación con cocina cuesta lo mismo. Y en lo que respecta a la comida, en Oaxaca hay quesillo y acá queso de prensa, allá hay memelas y acá picadas. En Oaxaca buscas comprar queso de Etla, acá de Zumpango. Y la comida es barata y es rica y basta y en cualquier lugar te ponen zanahoria y cebolla. Y lo mejor de todos, es que en todos lados hay semillas de calabaza y chilate. Mi hijo, el traicionero, dice que el chilate es mejor que el tejate…
Me gusta Chilpo, me gustan sus calles sin hípsters ni darkis ni extranjeros jipis disfrutando lo que los oriundos no pueden disfrutar. Oaxaca de pronto parece un Coyoacán y entonces lo superfluo hace contraste con lo profundo y eso no es poético, es prosaico, patético, vulgar. Y veo que aquí no hay tanto güero ahuevo, aquí el cabello es negro y abunda el color negro y su derrama: derrama orgullosa su obsidiana. La güerificación está más controlada.
Me gusta Chilpancingo, me gusta bajar a la Guerrero 200 y ver las montañas ahí rumbo a Tixtla, o ir al centro y bajar por Jacarandas y ver esos mastodontes dormidos entre siglos. Duermen tranquilos como si la mancha urbana no invadiera ya sus faldas. Y me gustaría más todavía si la impunidad de las malas administraciones y los dejos de narco no se somatizaran en las calles, no se respirará en la psicósfera, no hicieran patente su presencia. Me gusta este lugar porque tienen mucho cielo y la ciudad suelta a cantar el viento apenas dan las seis.
Y me gusta cambiar de ciudad como quien cambia de huaraches porque ver de lejos y volver a ver, son cosas igual de importantes. Y extraño Oaxaca, sobre todo por doña Leonora, que hacía un amarillo riquísimo y porque estoy sin conecte y con pocas ganas de conectar. Extraño Oaxaca, porque en Oaxaca hay libre consumo y aquí todavía hay mucho que hacer, mucho que leer y mucho que contar. Me gusta este lugar porque me invita a buscar semejanzas y diferencias y me obliga a leer otros rostros, otras superficies.⚅
[Foto: Carlos Ortiz]
Hola Charly. Me gusta Chilpancingo, el Chilpancingo de antaño, no tanto el de hoy. El Chilpancingo que salías con tu familia sin temor, a cenar unos tamales con champurrado, unas quesadillas de flor de calabaza con queso o tacos dorados de pollo. Hoy me envió mi amigo Carmelo una fotos de ese Chilpancingo, que me hizo recordar esos hermosos tiempos, qué, lamentablemente ya no volverán. Me atrevo a compartir su liga en tu espacio mi amigo Charlie. Las fotos están magnificas. Excelente reflexión. Esperamos que un día nos sorprendas con un libro de tu propia autoría, se que sería genial. Cuídate mucho y que Dios te bendiga siempre. https://www.facebook.com/101509804600804/posts/pfbid0Cdt5ZRVDQaBFdCxcccJCyVW5iysgV1oraUKyZGzLshgXKGsQ6mo1qqz1HnZbpJVwl/?sfnsn=scwspmo