top of page
Buscar
Caleb Olvera Romero

Mi mujer

Mi mujer no tiene corazón, tiene una piedra de obsidiana, impenetrable oscuro y brujo. Su caminar curva la realidad en torno a ella y hace de la atmósfera algo impenetrable y oscuro. En su presencia te sientes indefenso, porque tiene una inteligencia que da miedo, además lleva la cabeza en alto como si estuviera orgullosa de su tristeza. Lo que ella despierta en mí, no es admiración ni pasión, sino algo parecido al fanatismo. No. Algo peor que el fanatismo, es un estallido de imágenes necrófilas y agresivas. Hasta mi sombra le teme. No. Hasta la sombra de mi sombra de mi sombra, tiembla en su presencia. La vida se encela de ella, pues la vida tiene sus encantos pero mi mujer tiene sus embrujos. Tiene un saber que ha desafiado a dios, y yo, solamente alabo a dios montado en ella. Es un cactus en medio del desierto. Su intelecto no gotea, es un torrente que ensancha la tristeza, es el mar de la filosofía de la tristeza, donde en medio de la tempestad resaltan sus torpes arrebatos de ternura.

Su oficio, pisotear grotescamente mariposas, reducir cuanto se encuentra a su alcance en cadáver y después, convertirlo todo en botellas. En su tierra llueve como si fuese la primera vez que llovió sobre la tierra. Cuando se aleja lloro porque su aroma atormenta mi conciencia. Sólo esperaba que recibiera mi semilla de espanto, pero ella me recordó que el amor también es ceniza y polvo. Así, ya no puedo morir porque la espero, porque no he podido penetrar su escudo de soledad y silencio, porque cuando yo digo amor, ella dice muerte y me devuelve ese dolor oscuro que me condena a padecer la noche. Le he preguntado su nombre y burlándose de mí contesta: locura, mientras cierra mi boca con su pecho lleno de veneno. Entonces horado furiosamente sus carnes de tierra, en busca del secreto de la vida y lamo su sombra hasta desdibujarla, mientras ella decapita el tic tac de los relojes. Renuncié a Kant y a Stravinsky cuando no los encontré con ella. Renuncié a la luz, cuando por su paso los colores se transformaban en metáforas sediciosas, cuando no pude soportar más la verdad de cada libro. A ella no le importa el pensamiento, ya que sólo posee su ir y venir hacia ninguna parte. Su traducir sentimientos a lenguas olvidadas. La cantidad de magia que guarda su mirada, me recuerda que los ascetas decían que la belleza es la trampa del diablo. Pero esto no es cierto, puesto que ella es el diablo con voluptuosas trampas de belleza. Su sexualidad le da a mi cuerpo, lo mismo que un tigre a un venado. Me hace sentir que es mejor morir que tocarla, y desear la muerte arrojándome a sus brazos. Impregna mi alma con llagas semejantes a la lepra, que lentamente y en silencio me devoran, mientras ilumina como un relámpago este mundo vil y miserable, su luz desgasta los ojos y te transforma en estatua de sombra, mucho más real que la carne y mucho más sólida que los huesos. Debería temerse a sí misma, pues su simplicidad te permite ver los cimientos del ser. Mi mujer se llama día, luz, noche, calma que se encarna contra sí misma. Es ese deseo innato del caimán, que espera ser devorado por la noche. Su pecho encierra un tambor que me exaspera, convocándome a la guerra. Mi mujer es la espera del mármol que atraviesa los siglos, es como la enfermedad de un alambre de púas, es la inmensidad del mar a donde desciendo para ahogar la vida. Es eso que te obliga a escribir violentamente sobre tu cuerpo, y maldecir el día que sus pasos la conduzcan a través de la noche, hasta donde ya no pueda verla. ⚅

[Foto: Gonzalo Pérez]

83 visualizaciones0 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo

Komentar


bottom of page