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  • Ricardo del Carmen

Mistan, 60 mg


Pregunto por un medicamento. La chica es joven y oronda, me sonríe. “Deje checo en el sistema”, dice. Por la ventanilla de la puerta hablaba con el repartidor:

—Me caía mal —dice—, es que resulta que un día me salió que era CAPAMA, y con una trans, para que más te guste.

—¡Ora, eso no me lo habías dicho! —dice el repartidor sorprendido—. Cuéntame bien, eh.

—Ya vete a dejar tu pedido, mejor. Yo atiendo al señor, al rato te cuento. ¡Chismoso!

La chica se ríe e intenta cerrar la ventanilla. El hombre pone su mano para evitarlo, pero ella le vuelve a decir que se apure y que si llega rápido le cuenta.

—Usted discúlpeme —me dice—, es que esta gente es bien chismosa. —Vuelve a reírse.

—No se preocupe —le digo yo—, es normal, platicando el tiempo se pasa más rápido.

Ella teclea y vuelve a teclear. Frunce la boca.

—El sistema está bien lento… pero ahorita se la reviso. Voy a reiniciar la computadora.

Sale de su caja y se mete por los anaqueles. La computadora comienza a encender, ella vuelve a salir de los anaqueles con una caja de medicamentos.

—Es que yo no tengo nada contra los gays —suelta a bocajarro—, de hecho, mi mejor amigo es gay.

Me sorprendo y me digo, viéndome en el espejo, creo que hoy que vengo con una playera azul a rayas, mezclilla y botas berlín, no se me nota. Levanto las cejas, como sorprendido y presto atención.

—Pero mire, ¿dígame si no debería sentirme mal? Resulta que hace un tiempo, yo estaba con mi novio, quiero decir, que ya vivíamos juntos, y yo ya tenía a mi hija. Y teníamos una amiga que es trans, Yahaira, se hacía llamar. Y hasta éramos cercanos. Iba a su casa con mi novio. Ella también vivía con su novio, que era militar. Los militares son bien cochinotes, ¡viera de ver! —La computadora se enciende—. Cuando estábamos en su casa y se nos hacía muy noche, me decían que me metiera a dormir en un cuarto que tenían aparte, y pues yo con la confianza, me metía a dormir. Una pues, que no se da aires, no sospecha. ¿Qué podría pasar? Se quedaba ella con su novio y mi novio, o sea, pues qué piensa una, pues nada malo. Y así durante mucho tiempo; bueno ni tanto, unos meses.

—¿Tiene tarjeta de puntos?

—Sí, señorita. Con mi nombre y año de nacimiento, por favor.

—Le cuesta 695.

—Sí, está bien.

—Ay, este pinche sistema, está bien lento. —Teclea—. Ajá, como le iba diciendo. Entonces, de pronto, pues yo veía que él iba mucho a su casa… Primero, normal, ¿no? Una dice, pues es mi amiga, es conocida. Y un día que se me ocurre revisarle el teléfono, porque ya sabe lo que dicen: ojo de loca, no se equivoca. Y ahí voy yo. Le encontré unos mensajes, pero no estaba registrada con el nombre de Yahaira ni tenía su foto de perfil. Seguí leyendo y cuando veo, pues, cosas como muy en común; que si ya me había ido, que sí podía venir a la casa cuando yo no estuviera. Y más adelante, uy no, el corajal que me dio —empuña las manos—, que yo era una pendeja, que si no me había dado cuenta; y él le decía que no, que ni me las olía. Y ahí vi que era la Yahaira, porque en uno de los mensajes él escribió su nombre. Entonces comencé a tomar screenshots de las conversaciones, porque, ay no, yo estaba muy triste y enojada porque, según yo, le gustaban las mujeres.

—Inserte su tarjeta, por favor.

La obedezco:

—Pero lo confrontaste, ¿no?

—Sí, pues claro que sí. Aaaaaaay, le dije, me saliste CAPAMA. Y él me decía que no, que cómo creía eso, que no era así, que yo estaba equivocada, que cómo con ella, que ella era bien sucia. Y yo le decía que pues claro, que ella no tenía lo que yo tenía. Pero que además yo tenía las pruebas de que me había engañado. Y ya sabe, cuando se ven perdidos, aceptan sus errores. Me empezó a decir que sí lo había hecho, pero que siempre se había cuidado, que él no me iba a exponer así. Y todavía me quiso echar en cara mis conversaciones con mi amiguito gay que le digo que tengo. Y le dije, mira, no te equivoques, él y yo nos perreamos, pero a los dos nos gustan los hombres. Él me hace el tinte. No te equivoques, yo no me ando metiendo con él.

—Le digo que mi sistema está terrible, me rechazó el pago. ¿Lo volvemos a intentar?

—Sí, por favor, es el único medicamento que me falta.

—Me quiso sacar ahí también a otro amigo. Es que tengo un amigo que no vive aquí y cuando viene, pues me invita a salir. Y esa vez que vino, le dije que no podía, que yo estaba, pues, con mi pareja. Y él entendió bien y todo. Pues, es mi amigo.

—Vuelva a insertar su tarjeta, por favor. —Inserto la tarjeta.

—Y luego, ¿te separaste de él?

—Sí. Mire, cuando estas cosas pasan uno ya se queda a vivir con las dudas y, por si las dudas, mejor no. Él quiso regresar después de un tiempo, pero ya no.

—¿Estoy seguro de que te siguió insistiendo?

—Sí, pero no, ya no. Ya hasta está muerto.

—¡Ah, caray! —Pensé en mujeres asesinas—. ¿Cómo crees? ¿Y eso, qué le pasó o qué?

—Pues no sé, pero lo mataron. Algo muy raro pasó, porque, como le digo, el novio de la Yahaira era militar. Hay hombres que no saben en donde meten la cabeza...

—Ya pasó, mire. Retire su tarjeta, por favor. Como le decía, yo no tengo nada contra los gays, pero eso que me pasó, para mí fue muy feo, muy doloroso. —Corta los tickets—. Ay, va a decir que ya le ando contando mi vida y ni siquiera lo conozco.

—No te preocupes. Es muy común que la gente me cuente sus historias.

—Un día se viene y le invito un café para echar bien el chisme.

—Claro, aunque sea del Oxxo —le digo.

—De los de aquí afuera —me contesta—, y un tamalito de la esquina, están bien sabrosos.

—Ya estás, pues. Ya me voy, cuídate mucho.

—Ándele, sí, que le vaya bien.

Me doy la vuelta.

—¡Ay, de veras! En su compra no hay devoluciones porque está dentro del programa de lealtad, eh. ¡Ay, fíjese, en ese programa hubiera metido a mi ex!

—O a los que vengan.

—A esos mejor. A los que vengan. —Suelta una carcajada. ⚅

[Foto: Carlos Ortiz]

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