Las criaturas son como un espejo en el que brilla Dios, especulaba el monje dominico Heinrich Seuse, en su refinado libro medieval sobre el martirologio: Büchlein der Ewigen. El hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, dicta la teología judeocristiana, pero ¿dónde quedan los seres nominados como monstruos? ¿También forman parte del imago dei?
La teratología médica es reduccionista y pobre de imaginación, por eso debe aludirse a la fantástica. Alberto Magno (Lauingen, Suavia, 1192) en Libelus de mirabilisbus Nature Arcanus garantiza que “el nacimiento de monstruos de la naturaleza débese al exceso o defecto en la materia de gestación”. Por su parte, en el siglo XVI, Ambroise Paré, el barbero convertido en médico, padre de la cirugía y de la anatomía, consideraba que: “Las causas de los monstruos son varias. La primera es la gloria de Dios. Y la segunda, su cólera”.
La fascinación por los monstruos, o las “maravillas de la naturaleza”, es transhistórica. Los egipcios situaban en un lugar muy especial de sus altares a Moutou, dios bicéfalo; los griegos adoraban a deidades desnudas con múltiples senos; Jacobo IV de Escocia tenía como miembro favorito y amado a un ser cuasifantástico: un hombre de dos cabezas plurilingüista, músico destacado y excelente jugador de ajedrez.
El estado original de lo humano, manifiesta el Génesis, fue creado como un reflejo de la santidad de Dios, en justicia y perfecta inocencia. Empero, Adán y Eva se insurreccionaron contra el Creador, y en ese acto supremo de libre albedrío dañaron la imagen de Dios; semejanza, ahora cicatrizada y contrahecha, que fue heredada a sus descendientes y esparcida por el mundo (Romanos 5:16,17).
Los efectos de la rebelión edénica también repercuten en la moral y en lo mental, no sólo físicamente (Santiago 3:9). La locura, es decir, “el hombre en relación inmediata con su propia animalidad, sin otra referencia y sin otro recurso” (Foucault), por consiguiente, también considerada desde la Edad Media como inhumanidad, formaba parte de la teratología del siglo XVIII y principios del XIX. En el Hôpital Général de Bicêtre se mostraba a los “insensatos” como animales curiosos; y en el sanatorio londinense de Bethlehem era posible ver a los alienados por unos cuantos pennys.
En el monstrum speculi encarna la alteridad. Filósofos como Merleau-Ponty plantean a ésta como la presencia necesaria del otro para justificar la existencia y constitución del yo, pero también para concretar la intersubjetividad. En los hard freaks (físicos, de cuerpo) reconocemos todo lo grotesco que podría resultar nuestro espíritu, como fenómenos o monstruos light que somos (de mente, de actos volitivos conscientes o inconscientes).
Gigantes, enanos, bicéfalos, hipertricosos, dwarfs, microcéfalos, corcovados, locos, excéntricos... otredades monstruosas que devienen del antiguo gabinete de las maravillas de las ferias ambulantes, colmado de espejos en los que nos encontramos reflejados; autorretrato fantástico, desdoblamiento de fascinación extrema, mediación dialéctica que nos exigen reconocernos como individuos en la persona del otro (el congénere perverso ancestral) y comulgar con la ineluctabilidad de la deformidad propia subyacente. ⚅
[Foto: Carlos Ortiz]
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