El sábado 9 de julio asistí a la segunda función de Sin salvavidas, del laboratorio escénico Revolcadero. Cuando la vi anunciada, luego de conocer a Myriam, Marianela y Nelly en la Feria Internacional del Libro de Acapulco, durante tres segundos supliqué por que alguna de las fechas coincidiera con alguna visita planeada a Acapulco. Y sí.
No recuerdo la última vez que visité un teatro en Acapulco. Seguramente fue la vez que montaron La forma exacta de percibir las cosas de José Dimayuga, ahí mismo, en el inolvidable, aferrado y muy bien colocado Centro Cultural Domingo Soler. No recuerdo, tampoco, la última vez que hubo teatro independiente de Acapulco.
Por eso compré mis boletos en cuanto pude. Porque no podía perderme, como ya me había perdido otras funciones, una obra hecha contracorriente, contra todo; como lo son la mayoría de las piezas artísticas independientes en Guerrero.
No imagino el esfuerzo que las artistas tuvieron (tienen) que pasar para la concertación de esta pieza, desde darle forma a la idea, escribir la dramaturgia, pensar la dirección escénica, montar, ensayar, ensayar, ensayar y seguir ensayando hasta que cada puesta se convierta en un todo como obra.
Pero la labor no queda ahí. Desconozco cómo ha sido la gestión para conseguir los espacios donde se ha presentado la obra, pero sólo hace falta ser de Guerrero para tener idea de lo difícil y kafkiano que puede ser.
Estudié letras hispánicas, y no tengo idea de los conceptos de análisis para estudiar el teatro contemporáneo. No importa. El arte no se trata de estudiar, sino de hacer sentir. Desde Aristóteles se sabía que lo que tiene que hacer el teatro (el arte) es golpearte, hacerte sentir miedo para no cometer los mismos errores, hacerte reír para que no cometas los errores que el gracioso de la escena comete. No se necesitan estudios para sentirse golpeado desde adentro.
Sin salvavidas es inquietante. No sólo abarca lo individual, en cuanto a que cada mujer tiene su forma de ver la vida, según su experiencia, sus antecedentes familiares, su personalidad y según cómo les fue en la feria. También es general, pues, a pesar de todo lo enlistado anteriormente, y de ser tan diferentes, una gran mayoría, si no es que todas, han vivido las mismas cosas desagradables, ante hombres y mujeres: que les digan que ya se pueden casar cuando fríen un huevo, que les manden fotos de pitos que no pidieron, cerrar las piernas cuando llevan faldas, no caminar por las banquetas por miedo, no beber mucho por miedo, tener miedo de decir que no al sexo y una larga lista más que sólo sabrán si ven la obra.
A estas cosas generales, las convierte, las individualiza, las empatiza las historias personales de las dramaturgas/actrices; las cuales exponen su vida privada frente a desconocidos, una y otra vez y, en lugar de verse vulnerables ante ese hecho, parecen más fuertes que nadie en esa sala. Esa es la magia del teatro.
No sé si dichas historias personales tengan cierto grado de autoficción. Tampoco importa. Creo que el pacto ambiguo entre actor-espectador está más vivo que nunca al no conocer esos detalles. Lo digo yo, que conozco a las autoras.
Y, como gesto personal, quiero compartir mi escena favorita: una de las personajes recuerda su vida pasada, lo que algunos artistas vemos como el sueño de vivir en Europa y dedicarte al arte. Esa vida ya no existe y la personaje se enfrasca en imaginar cómo sería su vida si todavía estuviera allá, si su presente fuera diferente, si no hubiera tomado las mismas decisiones.
Al mismo tiempo, en ese monólogo lleno de energía y una increíble interpretación, van cayendo sobre ella un montón de juguetes de plástico que la golpean, la distraen y van creciendo en frecuencia hasta un impresionante clímax; y después un todavía más impresionante anticlímax que representa una gran parte de la maternidad, pues la personaje tiene que levantar todos esos juguetes, lo cual, dicho sea de paso, no cambiaría por más Europas que haya. Oscuridad. Ojos bien abiertos. Un video conmovedor. Piel chinita. Ojos muy lubricados. Un nudo en la garganta.
El cierre de la puesta nos invita a participar, nos hace creer que somos de los mismos −y sin duda lo somos− porque sufrimos los asesinatos, los feminicidios, las desapariciones; ésa es una de las críticas que la obra realiza, las cuales se sienten, porque lo son, tan reales y cercanas como cuando se viven.
Como toque final, la música que acompaña a la representación es de Salvador Perdomo y Abraham Chavelas. Con esto demuestra que no importan las fronteras, de ningún tipo.
Nunca me ha gustado la playa Revolcadero, si he ido más de tres veces es mucho. Pero debo decir que no sólo soy amigo de Myriam, Marianela y Nelly; ahora también soy fan de Revolcadero, laboratorio escénico, y procuraré no perderme ninguna de las obras que esta compañía monte.
Lo único que lamento, he de confesar, es el alcance que puede llegar a tener; este tipo de golpe interior, remueve tripas y amarra nudos de gargantas, debería poder ser vista por todos los acapulqueños. Ojalá se vuelvan a dar apoyos a este tipo de proyectos, es lo que hace falta.
Mientras tanto, dependen de nosotros, como espectadores, como comunidad cultural de Guerrero, asistir, invitar y recomendar. Todavía hay fechas para ver la obra: 16 y 23 de julio.
Prohibido no asistir.⚅
{Foto: Carlos Ortiz}
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