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Pepe no era Pepe

Alfonso Morcillo



Pepe no se llamaba Pepe. Llegó a mí con el nombre de Bóster. Lo primero que hizo fue cagarse en el centro de la cancha de futbol del barrio, mi barrio. Y pensé, este es un hijueputa. Eso pasó un 28 de septiembre a las 11 de la mañana.

Me dijo la señora que me lo entregó: se llama Bóster. Y yo: ah, ¿y ese nombre? No sabía siquiera que era el de un personaje de una exitosa película de animación sobre juguetes.

Dos horas después, y ya con Bóster habiendo cagado —y recogido su caca— en medio de esa cancha de futbol rápido en el parque del Salesiano de la colonia Anáhuac, me enteraría de la muerte del Príncipe de la canción, José José. Era 28 de septiembre de 2019.

Y desde ese momento le dije: No, no te llamas Bóster, desde hoy te llamas Pepe.

Examiné sus colmillos. Lo llevé al veterinario y ambos concluimos que rondaba el año. No sé si exacto, pero un año, así que decidí olímpicamente que Pepe cumpliría un año cada 28 de septiembre, así que hoy ya tiene cinco de edad, son cuatro de estar juntos recién pasados.

En su primera noche descubrí que traía pulgas. Lo espulgué y le maté un par. Lo dejé fuera de mi cuarto. Comenzó a lloriquear, quizá temeroso de su nueva casa o, más probable, acostumbrado a dormir con quien era su anterior dueña.

Le abrí la puerta y, desde entonces, no ha dejado un día de dormir conmigo, salvo ocasiones en que vienen mis sobrinos o se queda algún amigo y se queda entre esas cobijas y colchoneta en la habitación de al lado. Pepe es un traidor.

Al siguiente día lo llevé al veterinario. Lo de costumbre, la desparasitación, la rabia, la séxtuple, por si las dudas, y me extendió una cartilla con su nuevo nombre: Pepe. Compré un jabón antipulgas y lo bañé ese domingo, 29, hacía sol, y aún así le di una secada con una vieja toalla. Para que se fuera acostumbrando al maltrato.

Y así, dramático, se revolcó por todos lados, no tenía una cama propiamente, sino que en dos sillones le puse mantas de franela y ahí se fue a restregar. Y luego salió al mini balcón que tengo a darse baños de sol. Las pulgas se habían ido, al menos. Y sus parásitos intestinales también.

Faltaba lo más difícil, lo que llaman educarlo. Con los días ocurrieron las sorpresas, le lanzaba mordidas a niños, a viejitos, a perros, y yo lo regañaba. Y recordé lo que me dijo la persona que me lo dio, lo tenían amarrado en un palo bajo el sol. Y pensé, como estudiante de psicología barata, pues claro, si te amarran al sol, no te dan de comer, pues odias al mundo, cuando puedes ser medianamente libre odias al mundo y Pepe lo hizo, la persona que me lo dio lo había rescatado de su dueña original, que lo tenía amarrado a un palo bajo el sol allá en Iztapalapa, la señora se lo llevó por el rumbo de Azcapotzalco, pero Pepe ya tenía el odio en su ser, ja. Así que mordió, digamos que amistosamente, a un par de viejitos y a dos niños.

La dueña, temerosa de que lo envenenaran lo dio en adopción y así llegó a mí, mordiendo a viejito y a chamacos gritones, pero pronto lo eduqué, al menos eso creo, ya no mordió viejitos ni chamacos, aunque ha hecho de las suyas con cosas que me ha metido en pedos. Pero de eso hablaré más adelante. Porque Pepe es un suertudo, un suertudo de vivir en una ciudad que adopta perros callejeros, porque sí, cambiemos el verbo, si eres perro y vives en la periferia de la Ciudad o el ex DF, estás condenado a vivir en la calle, a ser perro callejero. Si vives en la Condesa, la Roma, la Del Valle, Nápoles, Lindavista, Centro y otras colonias que hoy el que se asume como rey de Tenochtitlan te llamará fifí, pues no hay perros callejeros. Es más, hay perro de casa en sobra, no de caza, de casa, caseros.

Si ustedes no se han dado una vuelta por los parques de Polanco, Condesa, Roma, Del Valle, Nápoles, Viveros, Cuauhtémoc, Coyoacán, obvio las Lomas y Chapultepec, verán que no hay perros callejeros. Cada perro va con su dueño, cadena en mano, bolsa en mano, respetuosamente para el ambiente levantando cacas (aunque luego la tiren en la calle y no en un depósito).

Si alguien se da a la tarea no demasiado difícil, y vale la pena hacer el ejercicio, por colonias como la Doctores, la Anáhuac, Tepito, Moctezuma, Tacubaya, Escandón, Santa María La Ribera, ya no digamos Tepito, la Guerrero, las colonias que circundan a los barrios, hoy llamados con un clasismo a la inversa, fifís, verán que las cacas en la calle se multiplican sin control, no así los perros callejeros. Son las cacas de los perros caseros, cuyos dueños sacan a cagar sin levantar sus heces. Sólo hay que caminar, no es mucho ejercicio, eso sí, con mucha precaución para no embarrarse de mierda los zapatos.

Pero si alguien no se dado una vueltita —y quienes viven ahí no me dejarán mentir— por Iztapalapa, Iztacalco, Gustavo A Madero, Tlalpan, Magdalena Contreras, Cuajimalpa, y más allá, sobre todo si no caminan por Ecatepec, Neza, Tlane, Naucalpan, Coacalco, Tultepec, Chalco, Iztapaluca, ese cinturón que rodea al extinto DF, no se podrá dar cuenta de la cantidad de perros que deambulan y viven en las calles, solos, en manada, sin dueño, sin correa, sin vacunas, pulgosos, abandonados y sin amor, aunque suene a cliché.

Decenas de perros que ni los autoridades municipales se dan a la tarea de recoger porque no pueden. Sólo sal de tu colonia confort, camina esos barrios. Yo tengo familia en esos municipios del Estado de México. Yo mismo viví en uno de ellos muchos años y lo pude ver. Mis primos, repartidos en parte de esos municipios del oriente, mis amigos en el poniente, me lo confirman. A mí me basta salir un fin de semana, caminar por calles sin asfalto y ver cómo se reproducen sin control.

Tan me consta, que un día, en septiembre de 2023, caminando con mi perrito fifí, el Pepe, de la colonia Anáhuac, fue atacado por un par de perros callejeros, uno de ellos el más grande y traicionero atacó por atrás, directo al cuello. Obvio levanté al mío y pateé al agresor, me mordió, lo pateé, al final Pepe salió ileso, yo con una mordida a la que le tuve que aplicar alcoholes y sustancias varias para evitar infección. ¿Cuál había sido el pecado del perro fifí? Ir al barrio de los perros que no tienen casa, ni dueño. Olía demasiado a casa, el cabrón. Había que darle en la madre, debieron pensar los perros.

Pero Pepe ahí siguen de pependenciero, de pepeleonero, pepedero y seguirá, espero, muchos años más y que por su culpa no me muerdan, no me fracture y lo más importante, que si un día muere, como será, lo haga antes que yo aunque me retuerza de dolor, lágrimas y sufrimiento, pero es preferible eso a que yo muera primero y él se quede sin amigo humano, yo, al que tantas alegrías le ha dado. ⚅

[Foto: David Espino]

 
 
 

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