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  • Analí Lagunas

Perder el miedo

¿Cómo arman la programación de los festivales en Guerrero? pensé mientras leía, con bastante asombro, la serie de actividades que festivales internacionales como La Nao, o estatales como la Semana Altamiranista y locales como la Feria del libro Luis Zapata en Chilpancingo, incluyeron en su programa. En todos los casos, la programación fue recibida con cierta decepción, sobre todo porque la Secretaría de Cultura del Estado parece tener como política cultural la ejecución de festivales.

Más que conclusiones, este texto tiene preguntas, porque me parece imposible seguir en el desánimo y el temor a la censura. Entiendo que la comunidad artística y cultural del estado evite hacer señalamientos, pero este silencio abona al ambiente de impunidad, cinismo y desconocimiento con el que, las personas en posiciones estratégicas para la toma de decisiones en materia de cultura, están trabajando.

Idealmente, como si fuera un experimento controlado en laboratorio, se esperaría que las personas que trabajan en espacios así poseyeran el perfil adecuado para los nombramientos que reciben. En este ambiente ideal, se esperaría de ellos un compromiso real y una comprensión, sino total, al menos más abierta y moderna del concepto básico de cultura. Este nuevo paradigma, abriría el panorama para entender que el folclor es importante, pero también la danza contemporánea, el teatro, el performance, el arte urbano. El trabajo de quienes ostentan esos cargos, no exige que sepan de todo, pero sí que posean la humildad suficiente para reconocer cuando ciertas disciplinas artísticas no se encuentran en su ámbito de entendimiento. El discurso de alta cultura y baja cultura estaría descartado sin más, porque idealmente estos perfiles tendrían claro que estas definiciones están atravesadas por conceptos occidentalizados, que no abarcan la multiculturalidad presente en territorios tan vastos y diversos como México ¿por qué insistir en ese discurso obsoleto y superado generacionalmente? ¿por qué aferrarse a los gastados formatos de festivales que, en el mejor de los casos, sirven para llenar informes y tomar fotografías en espacios públicos llenos de gente que iba pasando por ahí y no porque de verdad le interesara la actividad?

Más allá de ser un pretexto para vencer el miedo y salir a las calles, los festivales podrían ser un espacio de retroalimentación entre artistas y comunidad, podrían ser una respuesta a las necesidades culturales de quienes habitan los territorios donde estos festivales colocan templetes y mamparas, pero para que esto suceda de nuevo las preguntas ¿se conocen realmente las necesidades de la población? ¿Se sabe a dónde van dirigidos los recursos económicos, humanos y de infraestructura que se liberan durante el diseño y ejecución de estos festivales? ¿Hay un análisis previo y posterior del contexto en el que se realizan las actividades?

Idealmente, en ese espacio que imaginamos dentro de un laboratorio, todas estas preguntas se podrían responder con un Sí, habría tablas con indicadores y variables listas para arrojar sobre la mesa los números que tanto le importan a quienes distribuyen presupuestos; también habría datos cualitativos, anécdotas de las que tanto gustan mencionar en discursos institucionales: niños más felices, tejido social reconstruido, espacios públicos resignificados y bienestar social.

La cosa es que en Guerrero no pasa o pasa muy poco desde la institución. En cambio, las iniciativas que podrían responder al menos una de las preguntas que se plantearon a lo largo del texto, son iniciativas de la sociedad civil organizada, colectivas, agrupaciones, gente trabajando para hacer que las cosas sucedan. Porque la gente que conozco y que trabaja, no se detiene ante la omisión y el silencio de los funcionarios de cultura; hay editoriales resistiendo a la crisis del papel, a la economía lacerada por una pandemia, a las precarizadas cadenas de distribución que mantienen algunas de las librerías más grandes del país; gente que sigue trabajando en comunidades donde la inseguridad y la violencia tratan de ser opacadas por manifestaciones musicales, teatrales o literarias; cineastas y equipos de producción apostando la autogestión; compañías de teatro trabajando en conjunto con los espacios independientes, que tanto han hecho para subsanar el atropello sistemático que la institución ha cometido contra los derechos culturales del estado.

Ahí donde los festivales no llegan, por falta de infraestructura, voluntad y presupuesto, está la comunidad organizándose para integrar una biblioteca comunitaria, espacios para compartir y practicar arte circense o para armar pequeños ensambles de cuerdas.

Quizá sea tiempo de perderle el miedo a la crítica y a la censura de una institución inoperante, que se hunde a ojos vistos y aún así se niega a escuchar.

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1 Comment


patyjhan
Nov 21, 2022

Justo pensaba en eso ayer mientras volvía de una actividad y comentábamos de los gestores y los artistas y la necesidad de ser gestores y muchos "blas" más. Hay tanto promotor pero tan poco gestor. Y sí, en la institución parecen más promotores que gestores, no sé tenía como un textito en la cabeza al respecto. Ya veremos si sale a la luz.

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