Los portazos eran un salvajismo. Éramos salvajes que nos creíamos humanistas. Y que teníamos derecho a entrar gratis a cualquier concierto, recital o tocada. Y lo hicimos. Entrábamos gratis porque en cierta forma fuimos unos simios que, sin importar golpes, raspadas, descalabros, nos rifábamos para entrar a los conciertos que no podíamos pagar.
Esos tiempos ya se fueron. Ya no hay portazos. Ni los habrá. En ese sentido era fácil porque no había la seguridad que hoy existe en los conciertos. Eran sólo unos cuantos fortachones que vigilaban que no hubiera desmanes. Pero éramos más lo que queríamos entrar. Poco a poco a se fueron “profesionalizando” y luego surgió seguridad Lobo. Ahí se nos empezaron a acabar los portazos. Ya nos superaban en número y fuerza y además empezaron a portar macanas y máquinas de toques eléctricos que, de tener la edad de ahora, seguro me hubieran, y a muchos, nos hubieran dado paros cardiacos.
Hay que recordar que portazo se asocia más a cerrar una puerta de golpe, cuando lo que nosotros pretendíamos era abrirlas de golpe y entrar.
Así que el primer concierto al que entré de portazo fue al de Miguel Ríos en la plaza de toro México, allá por 1988. Luego de un aguacero de antología y de que el concierto se fuera retrasando y de que cientos y cientos nos lanzamos sin boleto pudimos entrar gracias a la misma presión de esos cientos.
Al final abrieron las puertas para que no se descontrolara más la gente que se agolpaba en las entradas. Los que ya estaban adentro sólo veían como cientos de cabrones tomaban sus lugares y nos acomodábamos lo mejor que podíamos para ver a Miguel Ríos, que tocó de inmediato luego de que Kerigma declinara tocar. Y así, luego de esa primer experiencia, se sucedieron varias, desde tocadas en hoyos hasta conciertos en el Auditorio Nacional antes de su remodelación. Pero la que más recuerdo fue cuando vino la Polla Récords.
El primer concierto fue en el extinto LUCC o La última Carcajada de la Cumbancha. Ese galerón especializado en toquines de bandas punk, dark, metal, entre otras propuestas siempre innovadoras y under, y que en cierta forma competía con el cercano Rockotitlán, y con el lejano y fresa RockStock.
Ya acostumbrado a los portazos, todos los que los punks que fuimos al LUCC en ese sábado 1 de septiembre de 1990 sabíamos que iba a ser difícil pero no imposible. Así que como siempre, comenzaron los empujones, el repliegue, una nueva embestida que terminó por doblar a los pocos vigilantes que no estaban acostumbrados a tanta gente encima, porque el LUCC a pesar de su tamaño, era pequeño en comparación con el ex Balneario Olímpico de Pantitlán, adonde el día siguiente tocaría también La Polla.
La cuestión era que el LUCC fue insuficiente y se convirtió en una cazuela humeante donde todos slameábamos al ritmo, primero, de las rolas de Sin Razón Zoocial y luego de La Polla, momento de la explosión porque era su primera tocada en México y el LUCC era evidentemente insuficiente. Lo mejor vendría al día siguiente, domingo, en los rumbos de Pantitlán, en el ex Balneario Olímpico, porque ahí la capacidad era infinitamente superior y porque incluso de que fue más banda porque la tocada empezaba más temprano y porque el boleto costaba en ese entonces 20 mil pesos y no 40 mil como el del LUCC.
Así que empezó otra batalla campal por conseguir dar el portazo. La seguridad, que ahí fue mucho mayor, se dobló una vez que Sedición ya tocaba sobre el escenario, mismo que pidieron a la banda que se comportara de modo que todos pudieran ver, escuchar y bailar a gusto en el concierto. La verdad es que el ex Balneario casi se llenó de punks y banda que fue a ver a La Polla y eso que sus dimensiones son enormes o yo lo recuerdo enorme.
A Sedición le siguió Massacre 68 que también hizo explotar a la banda con una slam enorme que se replicaba por varios lugares del foro. Y sobra decir que el orgasmo vino con La Polla, que en voz de Evaristo pedía a la banda conservar un poco la calma porque los ánimos se veían muy agitados, y cómo no, si mucha banda ya estaba ebria de alcohol o de monas y de mota, así que no faltaban peleas por aquí y por allá entre bandas de diferentes barrios del entrañable DeFectuoso o el Estado de México.
Al final nada pasó a mayores, uno que otro descalabrado o narices rotas, porque todos salimos de ahí a buscar transporte o a caminar por horas para llegar a nuestros destinos, borrachos de La Polla y del alcohol.
Y no conformes con haber entrado a dos conciertos de portazo, el lunes siguiente en el Teatro Blanquita en pleno Eje Central fue el escenario de otro portazo, que incluyó que se rompieran los vidrios de los accesos y que la banda que no había ido a uno de los dos primeros conciertos se lanzara. Hubo quien fue a los tres. Ese tercer concierto lo abrió el Colectivo Caótico. Y en esta ocasión, como el escenario estaba más a ras de piso los punks decidieron invadirlo, por lo que la molestia de Evaristo ya era más que evidente, pero cumplió con su set de rolas. La banda pasaba del escenario hacia las butacas y viceversa.
Yo creo que los organizadores deben de haberse arrepentido de llevar a La Polla a un teatro y no a otro galerón como el de Pantitlán, porque los daños eran muchos y evidentes. Y una vez más, la banda salió ebria y feliz, esta vez no de alcohol porque no vendían, pero ya todos llegaban ebrios. Y estoy seguro que nadie que haya asistido y que siga vivo ha olvidado esa serie de tres portazos memorables. Con los años, y en esa misma década de los 90, la famosa seguridad Lobo, ya lo decía más arriba, se fue profesionalizando y creciendo para impedir cualquier tipo de portazos.
Hoy los portazos forman parte de un pasado que ya no regresará. Y quienes entrábamos a fuerza en muchos casos rondamos los 50 años. Ni el cuerpo ni las ganas nos dan ya para buscar entrar sin pagar a un concierto, por muy de barrio que sea. ⚅
[Foto: Vanessa Hernández]
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