En el conflicto entre Rusia y Ucrania algo resulta indiscutible: Vladimir Putin es un soberano. Y por eso lo asiste la potestad de interrumpir o violentar el derecho internacional. Lo anterior de acuerdo con las teorías controvertidas del poder político del jurista alemán Carl Schmitt.
Los argumentos del presidente ruso para ocupar Ucrania, territorio “creación de Lenin”, apelan más a la fuerza que al derecho. La moral del poder indica que la razón del más fuerte es siempre la mejor. El mensaje de Putin ha sido claro y contundente: quienes se opongan a su operación militar serán objeto de represalias “que jamás hayan visto en su historia”. Es decir, el ejercicio claro de la autocracia: tengo licencia sobre…, estoy habilitado para…, poseo la facultad suprema de decidir…
Ya hace dos décadas, Jacques Derrida afirmó que las prácticas políticas, la razón ético-jurídica y el derecho global son menos legítimos que nunca y se viven tiempos de la “canallocracia”. Los rogue State siguen dominando al mundo, a saber: aquellos países que no respetan sus deberes ni obligaciones gubernamentales ante la ley de la comunidad mundial; en síntesis: aquel que se mofa del Estado de derecho.
Noción de Estados canalla (traducción aproximativa del inglés americano rogue) a los que el clan Bush y sus halcones del Pentágono declararon la guerra después del 11 de septiembre de 2001. Hegemonía, supremacía e imperialismo que representan, irónicamente, la “cuestión propia” de la nación de las barras y las estrellas. A estos gobiernos se suma Rusia.
Considerando lo anterior, Putin es por antonomasia el gros voyou (gran canalla), quien fascina de una manera mórbida porque puede desafiar a cualquier Estado libre, violar las prescripciones del derecho internacional y la ley de la deontología mundial. Particularidades connaturales de la canallocracia
El costo humanitario, que asciende día tras día, de la ofensiva rusa en Kiev también convierte a Vladimir en uno de los sinónimos referentes del canalla expuesto por Walter Benjamin: grosse verbrecher (grandes criminales), los que detentan el monopolio de la violencia.
Putin, como el criminal canalla, es la personificación –parafraseando a Derrida– del contra-Estado debido a su insurrección de antisoberanía sangrienta. El hombre fuera de la ley, ser turbio, equívoco y desenfrenado; el loup-garou (hombre lobo, otra de las acepciones del vocablo francés voyou) que dentellea los principios, normas y leyes que gobiernan “el círculo de la buena sociedad, la bienpensante y de buenas costumbres”.
La soberanía del canalla, dixit George Bataille, cultiva el mal y la transgresión poética. El lenguaje y las formas de comunicación de Putin denotan ultraje, abuso. El nacionalismo revisionista de su retórica y las acciones neoimperialistas de recuperar territorio “propio” para reestructurar en la medida de lo posible el otrora imperio soviético parecen eco de lo vociferado y llevado acabo en la antigua República de Weimar, en tiempos en que el principal Werwolf de los nacionalsocialistas la había devorado.
Resta esperar quién le plantará cara a Vladimir Putin. La OTAN, el Consejo de Seguridad de la ONU, el G8 y el Fondo Monetario Internacional parecen atestiguar el avance de las tropas rusas desde su zona de lo indecidible entre lo demagógico y lo democrático.⚅
[Foto: Carlos Ortiz]
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