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  • Ian Castelo

Rosario Castellanos, destello de advertencia para nuestros tiempos

Del mito a la sangre. De la guerra perdida al cuestionamiento de las costumbres opresivas. De la oralidad poética al despojo de la tierra, al destierro del sueño pueril. Descubro esto al releer en abril de este año Balún Canán (1957) de Rosario Castellanos, —para inaugurar el círculo de lectura Nellie Campobello al que mi mejor amigo Izco me instó a codirigir a su lado— su primera novela, cercana a la autobiografía, que marcaría el rumbo de los grandes temas tratados por la autora en el resto de su obra: la mujer y los indígenas.

Sin embargo, la relectura de Balún Canán supuso, para mí, adentrarme en el terreno de la infancia universal que se comienza abrir al mundo herido como una flor enardecida; esa infancia que es nuestra patria, que Parece una fábula/ que yo me aprendí/ sueño de tomar y de desasir/ Y es mi patria donde/ vivir es morir, como canta el poema de Mistral.

En la novela nos sumergimos en la infancia de una niña chiapaneca cuyas grietas permiten el paso de dos cosas: el arrinconamiento social por su condición de mujer y la condición de esclavitud a la que las comunidades indígenas están sometidas por su propia familia, los blancos. Además, esta novela marcaría ya la distinción que aparta la obra de Castellanos del resto de obras indigenistas que la precedieron, pues, a decir de la misma autora en una entrevista con Emmanuel Carballo en Diecinueve protagonistas de la literatura mexicana del siglo XX, en su literatura no considera, a diferencia del resto de autores, “el mundo indígena como un mundo exótico en el que los personajes, por ser las víctimas, son poéticos y buenos […] Los indios son absolutamente iguales a los blancos, solo que colocados en una circunstancia especial y desfavorable…”.

Mientras pensaba en lo anterior y lo compartía con Izco, durante el mes que leíamos a Rosario Castellanos, caímos en la cuenta de lo que hoy parece una obviedad: la palpable vigencia de su obra.

A 50 años de la inesperada muerte de la escritora mexicana en Tel Aviv, el 7 de agosto del año 1974, no resulta difícil reconocer que su literatura palpitaba, desde que comenzó a publicarse, como un destello de advertencia para nuestros tiempos que no carecen de violencia hacia las mujeres o de marginación hacia las comunidades indígenas. Los temas centrales de la obra de Rosario Castellanos están más vivos que nunca. La condición de las mujeres. Machismo. Infancia. Comunidades indígenas. Saberes no hegemónicos. Opresión. Marginalidad. Todo esto que ella denunció a través de las letras durante su tiempo y que continúa socavando a la sociedad mexicana de nuestro siglo, como una condena declarada en el epígrafe de uno de sus cuentos de Ciudad Real (1960):

¿En qué día? ¿En qué luna? ¿En qué año sucede lo que aquí se cuenta? Como en los sueños, como en las pesadillas, todo es simultáneo, todo está presente, todo existe hoy.

Para conmemorar su vida y su obra, rememoro tres cuentos emblemáticos – por no repetir la grandiosa Balún Canán de la que hablo arriba – que condensan las preocupaciones más constantes de Rosario Castellanos, preocupaciones tan encendidas ahora como lo fueron durante el siglo que le tocó a ella vivir.


La muerte del tigre

La pérdida como apertura al bucle interminable de los problemas de comunidades indígenas. La pérdida del territorio, de la sangre, de la batalla, de la dignidad de ser dueños de su propia vida. De eso va este primer relato de su libro de cuentos Ciudad Real (1960), cuya historia se centra en los Bolometic, una comunidad integrada por familias de un mismo linaje cuyo waigel (espíritu protector) es el tigre. Es la travesía de los peregrinos, de los despojados de los mares y las costas que se asientan en las montañas elevadas de Chiapas pero que, al poco tiempo, se ven obligados a exaltar su espíritu belicoso cuando los caxlanes (los hombres blancos) los despojan, a fuerza de injurias y conflagraciones, de la tierra en que se asentaron, obligándolos después a la condición de esclavos. “Porque la codicia de los caxlanes no se aplaca ni con la predación ni con los tributos […].”  Pero no sólo es el retrato del destierro y la pérdida, sino también de la desintegración familiar, de la muerte de sus integrantes, de la mirada de los ajenos que dicen no tener nada que ver con ellos, con los indígenas cuidadores de la tierra.


La tregua

El segundo relato de Ciudad Real tiene la virtud de explorar en crudo dos aspectos de la cuestión indígena: la opresión sistemática a sus comunidades y la encarnación cotidiana de una de sus leyendas; la existencia del pukuj, el espíritu dueño de “todas las cosas; las que vemos y también aquellas de que nos servimos.” Este magnífico cuento narra la historia de Rominka, una joven indígena que, mientras recoge agua en su cántaro del río de una elevación de limitado acceso, se encuentra con un caxlán (un hombre blanco) al que confunde con el pukuj, cuya presencia perturba el ánimo de los indígenas de Chamula, orillándolos a cometer un acto de venganza precedido además por las prohibiciones de los blancos sobre la producción de aguardiente que llevaban a cabo, furtivamente, los creyentes del espíritu de todas las cosas.


Lección de cocina

No podría ser más contundente el cuento —o más bien ensayo— que abre Álbum de familia (1971), libro compuesto de cuatro relatos que, según palabras de la propia Rosario Castellanos durante una entrevista con Margarita García Flores en 1979, los protagonistas que habitan estas narraciones “no podrían ser provincianos; aunque la ciudad no se menciona, es una condición para que aparezca esta nueva serie de personajes que antes no había tocado.”

En Lección de cocina, uno da por sentado que quien nos habla es ama de casa perteneciente a una familia clasemediera mexicana; se trata de una mujer que reflexiona con ironía, mientras prepara carne asada en la cocina, en torno a las supuestas obligaciones irrevocables de la mujer, como hacer la comida para el esposo y los hijos; y desmiente, con inteligencia y humor, la existencia de una natural intuición femenina para escoger los alimentos adecuados y las combinaciones precisas de ingredientes, a gusto y merced no de ella, sino de sus benefactores hogareños. Resulta, pues, una crítica mordaz a la mitificación de la mujer nacida para encarar los problemas de casa. ⚅

[Foto: David Espino]

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