Una vez, hace muchos años, decidimos ir a conocer a Leónidas Lamborghini, que por ese entonces trabajaba en el diario (argentino) Crónica. La redacción de Crónica no estaba donde estuvo estas últimas décadas, en el Bajo, sino en el Centro. No nos costaba mucho esfuerzo. Lo queríos, más que admirarlo, por su “Solicitante descolocado”, y no nos gustaba, sólo porque lo considerábamos muy “a la page”, su “Eva Perón en la hoguera”. La comitiva la encabezaba Norberto Soares, y supongo que la integrarían Daniel Freidemberg y Marcelo Cohen, además de un servidor (o sea quien esto escribe: es decir yo, acabáramos). Lamborghini estaba un poco crispado por los apuros del cierre, pero aún así nos pareció inesperadamente amable. Esperábamos un tipo algo duro y un poco resentido, pero sólo encontramos uno que bromeaba con su trabajo. Le habían pasado un cable de agencia de no más de ocho líneas con la orden “estiralo”. “¿Dijo estiralo o tiralo?”, nos preguntó. A partir de ahí hizo, sin pedido previo, una disertación sobre la poesía, de la que recuerdo solo unas frases (quizá esto tenga que ver con su poesía y dicción, más que con mi memoria). Habló de que los versos debían ser ambiguos pero no por eso menos concretos. Como ejemplo de concreción citó el tango: “Si los pastos conversaran, miren qué verso”. Supongo o creo que esa ambigüedad debía darla en general una insinuación de parodia, idea que luego desarrolló tantas veces. Había leído la Comedia del derecho y del revés. Parodiar sería seguir la huella del Gran Florentino, que llevaba de lo alto a lo bajo, solo que en su caso de modo más bien desesperado. ¿Pero cómo hacer creíble que uno lleva un gato en la cabeza?, pregunté. “Para eso tenés que llevar un gato en la cabeza”, me dijo, o eso recuerdo. Tengan en cuenta que cito no de memoria, sino de desmemoria. Irrumpió el primer personaje: “¿Y? ¿Lo estiraste?”. “Estuve a punto”, dijo en tono bajo Lamborghini, y sonrió como si hubiese inclinado la cabeza, cazurramente. ⚅
[Foto: Carlos Ortiz]
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