La estulticia, entiéndase locura, es la única pasión capaz de regocijar por completo a hombres y a dioses. A la manera de Homero, Desiderius Erasmus Roterodamus la considera como la verdadera dispensadora de bienes, quien fue amamantada por dos ninfas: Mete, hija de Baco, y Apedia, hija de Pan; es decir, la embriaguez y la gratia ignorancia.
Si ya Platón, en el Ion, establecía una concomitancia estrecha entre la creación artística (los poetas y su subordinación inspirativa al delirio) y la locura, así como Aristóteles entre el talento y la melancolía, en El hombre de genio y la melancolía, Desiderius la exalta al asumirla como el placer mayúsculo factible de sentir; principio y fuente, incluso, de la vida propia.
En esmero de su metafísica disidente, Erasmus prosigue en panegírico modo respecto de la estulticia concitando a los mortales a defenestrar a la sabiduría, que rompan su trato con ella y adopten en toda edad las máximas de la también llamada moria. De esa manera: “No se harían viejos y disfrutarían de perpetua juventud”.
En la disputa dialéctica del logos entre la razón y la demencia, Desiderius abreva de doctrinas antiquísimas que acometieron una defensa argumentativa de la locura objetiva [es decir, no por enfermedad, sino por convicción] e intentaron entronizar, al tenor de su filosofía de la libertad, un mundo del revés; “cierto extravío de la razón que a un mismo tiempo libra al alma de angustiosos cuidados y la sumerge en un mar de delicias”.
Con determinación de reconstrucción pagana, en pleno auge inquisitorial del cristianismo, Erasmus plantea, de inicio, como justificación anatómica o de mater natura en cuanto a la estulticia que Júpiter relegó por tutela divina la razón a un pequeño resquicio del cerebro y cedió el remanente del cuerpo al dominio absoluto de las pasiones. Y segundo, en cuanto a la respublĭca, indica que no existe ninguna sociedad, ni relación humana que redunde placentera ni estable sin la locura. “No obstante, podría tolerarse que gobernaran los sabios, aun cuando ejerciendo las funciones públicas produjeran el efecto de asnos tocando la lira”.
Los sofistas, reconsidera Desiderius, dirán que “es peculiar de los hombres el conocimiento de las ciencias”; sin embargo, replica que las ciencias “han irrumpido en la humanidad con el resto de las calamidades”.
Empero, el mayor reconocimiento a la estulticia que se colige del discurso erasmista es su dimensión fundamental de la condición humana, sin la cual, a decir de Lacan, el hombre no puede ser entendido. La locura en el contexto foucaultiano no representa lo opuesto de la cordura, sino su haz o envés necesario; es consustancial al individuo, y en ella consiste su existencia. Ergo, la verdadera felicidad se encuentra en la insensatez, soliviantarse en los instintos y procurar la delicia flamante de experimentar las cosas por vez primera.
La objetivación de la estulticia, “alfa de todos los dioses”, representa la apropiación imperecedera de esa edad de oro que es la infancia, prosopopeya del estado de gracia ignaro, tan deleitosa en comparación con las miserias de la adultez y los tormentos silogísticos de los sabios, quienes en el summum de su sapiencia confiesan: “Yo sólo sé que no sé nada”. El delirio, sentimiento universal, es la compensación de esos males. La locura, ultima el erudito neerlandés, engendra ciudades, sustenta imperios y nutre religiones, “porque la vida entera del hombre no es otra cosa que un juego de locos”. ⚅
[Foto: Carlos Ortiz]
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