
Me encontraba yo en la fila de las tortillas, cuando fui asaltado por una duda terrible: ¿Por qué la gente no presume sus tacos de carrito?
Entiendo que se llega el tiempo en el que debes comer vegetales y sus infinitas desviaciones por recomendación médica, por profilaxis o por mera pose. Veo una fiebre por comer excentricidades y presumirlas públicamente.
Sin embargo, los tacos de carrito siguen ahí. Pese a modas, esas cosas llamadas influencers y a crisis económicas. Tal obstinación es casi equiparable con el ímpetu del rock mexicano.
Durante décadas el rock ha estado ahí. A veces con menos reflectores, en otras con demasiados. Bandas van. Fusiones vienen. En ocasiones lo llaman de un modo, a veces lo visten de otro. Al final, todos los rockeros se mueren (como cualquier mortal), pero antes, algunos se vuelven millonarios y otros más se convierten en meras botargas del espectáculo. Hay bandas de culto, para incultos y muchas que nomás están, pero no son.
Comparo al espíritu del rock con un carrito de tacos: Hay muchísimos carritos en todo el país, pero de todos esos, solo unos cuántos valen su peso en oro. A veces, el carrito se volverá tan famoso que se cambiará a un local mucho más grande, con mobiliario bien chido. Llegarán patrocinadores, entrevistas y hasta invitaciones a participar en concursos de cocina.
Podrán experimentar con mezclas raras como tacos de suadero con mermelada o cabeza de res con M&M’s encima. En ese trayecto, claro, perderán mugre y sabor. Pero no importa, porque cada vez llegará más y más gente a su local, abrirán sucursales y las ganancias serán copiosas. Con este tipo de carritos pasa algo muy extraño: Aunque a muchos no les guste la propuesta, de todos modos la aplaudirán porque otros lo hacen.
Existen otros carritos que, al ver que sus tacos no se venden, cambiarán el giro: De pronto ofrecerán hot-dogs, tamales, luego crepas, jugos detox, dorilocos o de plano licuachelas. Cambiarán y cambiarán sin encontrar clientes idóneos. La gente irá, degustará y olvidará la propuesta. Al final, los propietarios botarán el carrito y se dedicarán a otra cosa.
Y por último tenemos a los inmortales. Los que no cambiarán su banqueta, su receta, ni su limpieza. Tampoco querrán cambiarse a un local grande y mobiliario bien picudo. Seguirán siendo los mismos tacos con cebolla, cilantro y salsa. Con limones sin jugo. Los mismos, pero serán inolvidables. Incluso, como clientes podremos alejarnos para probar los tacos de otro carrito o hasta nos iremos a otro país a disfrutar lo que venden los carritos de por allá. Pero volveremos. Siempre volveremos. Porque tendremos la certeza de que siempre estarán ahí, con la misma mugre, el mismo sabor.
Veo a medio mundo emocionadísimo con excentricidades como la pizza con pan de brócoli; con hamburguesas veganas; con ensaladas de muchos colores o con el pozole de verduras, pero todo eso me hunde en una profunda tristeza. Tristeza porque simple y llanamente no se me antojan. Y si los pruebo, no los disfruto. Yo prefiero mis tacos de carrito.
Los carritos de tacos callejeros seguirán ahí. Como el rock o como cualquier género musical que se haga con pasión auténtica. No importa cuánta gente llegue. Diría el maestro José Agustín: El culto de pocos, vale por muchos. ⚅
[Foto: Gonzalo Pérez]
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