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Adriana Ventura

Un cuento de nunca acabar


Es mentira que nos gustaría dejar todo para dedicarnos a escribir. Llevo años en el negocio de la escritura y nunca he conocido a nadie que deje de trabajar para escribir. Aunque ganen becas o premios. Nadie deja su trabajo oficial para escribir. Hablo de negocio y no de oficio así, deliberadamente. Porque un negocio también es una ocupación, un quehacer, un trabajo habitual en el que nos entretenemos y que según las acepciones doctas tiene más que ver con el deseo que con la necesidad. Porque sí, como iba enunciando.

Escribir es un ejercicio más inclinado hacia la disposición para tomar del tiempo algunos minutos y tejer entramados lingüísticos. Además he presenciado eventos donde los escritores y escritoras admiten sin ningún recato que de la escritura no se vive. Entonces, me digo, entonces por qué nos llenamos la boca diciendo que queremos dejarlo todo para dedicarnos a escribir. Y no caigamos en la pose del alimento espiritual que otorga la escritura, porque pues no es verdad. Claro que escribir nos hace sentir bien, pero amigas, amigos: seamos personas honestas. Escribir no nos mantiene con vida. Para vivir, seamos concretos: necesitamos agua y alimento, oxígeno y limpieza.

Pero yo no quiero hablar de la escritura todavía. Quiero hablar de las falacias en las que hemos caído y repetido infinidad de veces. “¡Si tuviera una beca! ¡Si los dioses me otorgaran un beca, podría dejar de trabajar y dedicarme a escribir…!” ,“si me ganara ese premio, ¡si la suerte me otorgara ese premio! podría dejar de trabajar un tiempo y escribir realmente.”

Pero no pasa. No se deja un trabajo, aunque el sueldo sea miserable, por una beca que dura doce meses o menos. No se deja un sueldo más o menos fijo por un premio que quizá garantiza bienestar tan solo un par de meses.

¿Cuándo vamos a hablar de nuestros verdaderos trabajos? Es decir, cuando dejaremos claro que para escribir es necesario gozar de un empleo que sostenga nuestra escritura. Cuándo vamos a reconocer que para dedicarnos a escribir tenemos que aceptar puestos en universidades, dar clases en escuelas de todos los niveles, trabajar en publicidad o en medios periodísticos. ¿Cuándo?

Para los fines didácticos de este texto, pondré en tela de juicio mi propia experiencia.

Por el día soy maestra de bachillerato. Por la noche intento ser lectora y de vez en cuando poeta. No puedo ser todo al mismo tiempo durante todo el año. En este verano, por ejemplo, deseaba ser únicamente poeta. Leer, caminar por ahí, ver películas. Estimular mi creatividad. Aunque llevo dos semanas de libertad condicional (porque tengo vacaciones de parte de la escuela en la que laboro) no he logrado concentrarme. No lo logro porque acepté un trabajo extra para poder costear mi propia estancia creativa en el futuro.

Entonces, ante el extenuante esfuerzo al que someto mi cuerpo, intento ser optimista y activo mi modo de soñadora para decirme: “si tuviera una beca, podría rechazar ese otro trabajo, quizá podría escribir el libro que estoy rumiando desde hace meses”. Pero hay cuentas que pagar y mi modo soñador se apaga ante mi lado realista. Como los saldos apremian, mi creatividad se ofusca y vira hacia la idea de algún taller que podría ofertar antes de volver a la dinámica devastadora del sistema escolarizado que se empeña en regresar a ser aburridísimo y presencial (de eso escribiré más adelante).

¡Oh sí! Además de todo, si oferto un taller, habrá que sortear las críticas que me van a denigrar por no tener todas las credenciales quequiensabequién dijo que debemos tener para ofrecer talleres, porque no he ganado premios nacionales o internacionales (de la galaxia sí, a las diosas gracias) pero ante las miradas de mis colegas no tendré la garantía de la supuesta trayectoria, que por cierto no he podido forjar porque tengo que trabajar de día para sostener mi escritura de noche. En fin la incertidumbre y la procrastinación.

Aunque deveritas, si tuviera una beca. Ya no pido un premio. No aspiro a tanto. Una beca o un trabajo menos precarizado con el que pudiera sostener mi escritura. Sí, quizá, mejor un trabajo mejor pagado, menos extenuante, con prestaciones, aguinaldo y vacaciones pagadas. Pero… una beca, una nada más, de tres años…

¡Ay, ya me voy a trabajar!⚅

[Foto: Carlos Ortiz]

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