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Analí Lagunas

Una adorable criatura



“Lo que ella posee, esa presencia, esa luminosidad,

esa inteligencia deslumbrante, se perdería en un escenario.

Es tan frágil y delicada que sólo puede captarlo una cámara.”

Truman Capote, sobre Marilyn Monroe.


El pasado 1 de junio se conmemoró un aniversario más del nacimiento de una mujer tan apabullante como frágil. Esa dicotomía que siempre persiguió a Marilyn Monroe parece no abandonarla a pesar del correr del tiempo… noventa y ocho años para ser precisa.

Mi primer encuentro con ella, quizá el más impactante y hasta surreal, ocurrió en la tienda de periódicos de don Raúl Domínguez, un personaje tan importante en la historia de los taxqueños que hasta la fecha la mayoría recuerda su tienda de periódicos: un local pintado de azul cielo con las paredes repletas con fotografías de estrellas de Hollywood y del Cine de Oro mexicano. Los domingos solía ir con mi abuela y mi mamá a comprar periódicos, revistas y sí, tenía suerte, algunos libros de Western que don Raúl compraba en sitios lejanos y que, después de leer, ponía a la venta junto a otros ejemplares igual de peculiares, al menos peculiares para mí, una niña de ocho años que iba descubriendo sus propios intereses de lectura.

Un domingo, mientras deambulaba por la tienda, me encontré la foto de Marilyn Monroe, ataviada con un vestido negro escotado, con un abrigo sobre los hombros, rodeada de mariachis, esquivando a la cámara, quizá buscando un sitio más amable para posar la mirada. Escuché las anécdotas que don Raúl tenía sobre ella: la amistad con Spratling y los Sullivan, la visita que hizo acompañada de John F. Kennedy —que la CIA ocultó como secreto de Estado—, la suite del Hotel Borda donde se hospedó, el apodo que los taxqueños le pusieron La gringa bonita. Su imagen se clavó en mi memoria como el recuerdo de la huésped más glamourosa que había tenido mi pueblo. He visto todas sus películas, he odiado algunos de sus personajes, he consumido gran parte de lo que se ha escrito y filmado sobre ella,  tratando de encontrar ese sitio de inflexión, ese lugar oscuro del que ella no pudo salir.

Existe una hipótesis en la robótica —hipótesis que retoma la ciencia ficción para escribir sobre el tema— llamada “valle inquietante”, que postula que entre más parecido tenga un robot a un humano, más rechazo provoca entre los humanos “reales” que conviven con él. Hace unos días pensaba si Marilyn no había sido víctima de este efecto. Esta adorable criatura, como la bautizó Truman Capote en su libro Música para camaleones, pasó gran parte de su vida buscando sentirse amada. No es noticia para todos que muchos de los problemas que tuvo con los barbitúricos tuvieron su génesis en una infancia desprovista de cariños y cuidados. Su anhelo genuino de ser amada por quién era en su yo más profundo, se vio siempre devorado por la imagen que otros se hicieron de ella. Sus maridos, sus amantes, las personas que la rodearon, todos amaron al símbolo sexual, al fenómeno mediático que fue, pocos, quizá nadie, descubrieron en ella la fragilidad de su espíritu.

¿Qué nos fascina de Marilyn, más allá de la imagen que nos han vendido de rubia tonta?

Sabemos, por la enorme cantidad de fotos existentes, que Marilyn era una gran lectora, que disfrutaba del teatro y, por algunas entrevistas, sabemos que también procuraba su desarrollo intelectual. Sin embargo, como a muchas mujeres les sucede, siempre pesó más su vida pública, el papel de rubia que la industria del cine explotó hasta el hartazgo, pero ¿dónde quedó Norma Jean? ¿En qué parte de todo ese ruido y flashes perdió a la mujer que la hacía tocar tierra? ¿llegó a sentirse como un monstruo? ¿habrá leído Frankenstein? y si lo hizo ¿se habría sentido identificada con la criatura, se sintió también rechazada por su creador, temida por la gente, desprovista de ternura, anhelante de un ser igual a ella con quién compartir la soledad de los monstruos? Todavía no tengo las respuestas a estos cuestionamientos, mi experiencia con Marilyn siempre me ha llevado a sentirme un poco identificada con esa fragilidad, con ese miedo a la soledad y al dolor.

Desde este sitio de incertidumbres la recuerdo, a noventa y ocho años de su nacimiento. Elijo imaginarla rodeada de libros, como una anciana en plenitud, abrazando al hijo que sí logró parir. Mirando por la ventana de una casa en los Ángeles, cerca del mar, cerca de sus amigas, libre y más feliz. ⚅

[Foto: Carlos Ortiz]

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