En marzo del 2022 di en una entrevista con motivo de la producción de una serie dedicada a una muy importante figura de la música regional mexicana fallecida en circunstancias que algunos consideran sospechosas. Como habíamos pactado, a mi casa llegaron dos pequeños camiones cargados de equipos de grabación, iluminación y sonido. Durante la entrevista (que fue muy extensa, aunque como sucede en estos casos solo vieron la luz unos pocos minutos) una pregunta que volvía con insistencia giraba en torno precisamente al tema de este libro: las relaciones entre los artistas y el crimen organizado. No era precisamente el tema de mi entrevista, que más bien, según me habían dicho, se centraría en la historia del narcocorrido, pero tampoco era un tópico completamente ajeno.
Específicamente, el entrevistador me preguntaba sobre las condiciones en las que los artistas se presentan a ambientar las fiestas o reuniones del crimen organizado. Hacía alusión constante a los dedos sangrantes de algún músico como consecuencia de estar tocando horas y horas, presumiblemente obligado a hacerlo bajo amenaza o presión de algún miembro del crimen organizado. Yo respondí a lo que entonces era (y continúa siendo) mi convicción, que muchos músicos no solo le cantan a la mafia voluntariamente, sino incluso gustosos, pues a nivel local y regional estas tocadas son de las más lucrativas. Este ciertamente el caso en el contexto culichi donde los eventos públicos son muy pocos y para acceder a taquillas generosas deben trasladarse al centro del país, a la frontera y para aquellos que puedan hacerlo a Estados Unidos. Localmente los “personajes” son, como ha intimado el cantautor Raúl Beltrán, los clientes naturales de las privadas en Culiacán. La entrevista para el documental fue para una producción de un canal anglosajón y su plataforma y consecuentemente se llevó a cabo en inglés y la pregunta que se repetía era but what about the bleeding fingers?
Yo no conocía, ni conozco aún, la referencia exacta. Es decir que no sé quién fue el artista que habría declarado el incidente de sus dedos sangrantes de tanto tocar, intimidado, pensando o sabiendo que de negarse a continuar tocando le causarían daño. Esa era la implicación de la pregunta y lo que pude entender. No niego que es un escenario más que posible o seguramente ha pasado, pero yo he buscado en las redes y en los medios y no he podido encontrar la entrevista, la declaración exacta de dónde surgió esta dramática historia. Algo cercano que he podido ubicar es una declaración de Mauricio “Güicho” Romero, acordeonista y primera voz del grupo Sinaloense Intocables del Norte. Este grupo norteño es quizá el de mayor antigüedad que aún continúa activo y relevante en la escena musical sinaloense. Nacidos primero como Los Bullangueros del llano y bautizados en 1977 como Intocables del Norte, desde entonces han venido ocupando un lugar primordial y aún reverencial entre los miembros de la escena musical sinaloense. No es ningún secreto que Güicho y su compañero Fausto les han cantado a diversos narcotraficantes de alto perfil. Ellos mismos lo dicen y ellos mismos lo cantan en sus corridos. Hay además, varios corridos de otros artistas donde se habla incluso de la amistad de Intocables con figuras conocidas.
Romero ha hablado, efectivamente, que en alguna ocasión tocó el acordeón con los dedos sangrantes. En una entrevista concedida a Bocho Ramos para su podcast, Güicho contó que en ocasiones sus dedos sangraban al tocar el acordeón. Pero el contexto no era el de estar obligado o presionado para tocar por muchas horas o días. El músico mismo atribuía esa condición a su deterioro físico causado por el abuso al consumo del alcohol y de las drogas. Lo narró, incluso, como uno de los factores que le hicieron alejarse del consumo de cocaína que dice haber dejado desde los años noventa. Estaba tocando en un evento privado en la sierra sinaloense cuando advirtió esa condición, sus dedos sangrantes, que lo asustó lo suficiente como para dejar de consumir drogas, según él mismo declara. Ese fue uno de los episodios dramáticos que pude encontrar respecto a dedos sangrantes de los músicos. Considero que lo más lógico, empero, es que el evento haya tenido que ver con un músico que estuviera tocando algún instrumento de cuerdas. Eso tiene más sentido, que se desangren los dedos tocando la guitarra o el bajo sexto, pero, de nuevo, no pude encontrar la referencia exacta, que pensé sería muy mediática.
En octubre y noviembre del 2022 viajé en dos ocasiones a Culiacán, México. Primero fui a grabar mi participación en un documental sobre la historia del Corrido y dos semanas después volví a la ciudad para asistir a un congreso sobre violencia organizado por la Universidad Autónoma de Sinaloa. En las dos ocasiones tuve la oportunidad de charlar con amigos y colegas que conocen del tema, que conocen de la relación entre violencia y música y de las dinámicas en las presentaciones privadas. Sin ahondar mucho en los detalles les pregunté a algunos de los principales expertos académicos en música norteña y corrido acerca del presunto incidente, si recordaban quién había hecho la declaración, qué músico y en qué contexto. Nadie pudo mencionar el incidente en concreto. Tampoco los músicos con quienes hablé. Ahora me doy cuenta de que mi insistencia en el tema tiene que ver con mi impresión de que el entrevistador no creía en la sinceridad de mi respuesta, que pensaba que me rehusaba a contestarle honestamente.
Ahora bien, sí he podido documentar muchas anécdotas y declaraciones en el registro (on the record) de instancias de maltratos, agresiones y amenazas por parte de miembros del crimen organizado hacia músicos en el contexto de presentaciones privadas. Este es un hecho que ciertamente sucede, aunque con mucha menos frecuencia de lo que se cree, o al menos eso es lo que relatan los artistas. Poco mencionan malos tratos en sus declaraciones. Sí lo hacen, pero lo que más comentan son buenas maneras, buenos tratos y estos episodios difíciles y peligrosos son la excepción. Podría pensarse que los músicos se inhiben, se censuran de contar historias que echan una luz negativa sobre “personajes”, pero muy bien lo podrían hacer sin decir nombres y lugares (sin “dar marcas” ni “raspar muebles” como dicen ellos), lo cual de hecho es muchas veces la práctica. Algunos lo hacen así, pero de nuevo, como una excepción a la regla de un buen trato. Sé que esto va a contracorriente de una “corrección política narcocultural” y quizá aún de la simple lógica, pues estamos hablando de personajes al margen de la ley, pero eso es lo que los músicos declaran y me parece creíble. ¶
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Un tema un poco complicado del cual a mi parecer es mejor no tocarlo. Gracias Charlie. Dios te bendiga siempre