A 25 años del comienzo
- Jesús Bartolo
- 27 oct
- 3 Min. de lectura

Resistir al tiempo, ser tercos, continuar a pesar de tener todo en contra, construir desde cero una propuesta, colectivizar los fracasos, socializar los triunfos y permanecer entre los altibajos amalgamados en un proyecto; eso, en el argot de los futbolistas, es amor a la camiseta.Cuando los conocí eran unos chavos que se querían comer al mundo; ahora son adultos con sueños realizados y con muchas desilusiones que les permitieron el lujo de la experiencia. Radicales en sus ideas, desvergonzados en sus propuestas, pero con una postura que no se ha desviado gran cosa de lo que es ser independientes.Con ellos crecí como escritor, con ellos aticé mi alcoholismo, caminé las calles de Chilpancingo y Acapulco y miré muchos amaneceres brindando por la vida, por la literatura, por las locuras que se nos ocurrían; con ellos fue posible mirar cómo los poetas vuelan desde un tercer piso, ser testigo del milagro de la amistad sin cortapisas.Los miré luchar uno al lado del otro por sacar a flote una revista, una feria del libro, una página cultural, sin recursos, por el puro deseo de hacerlo, y caramba, mirar esas sonrisas honestas, sentir esos abrazos afectuosos y escuchar que ese desánimo no era más que la fuerza para continuar por el camino grato e ingrato de la cultura.Atrás de la raya, Bala perdida, Capote, Trinchera fueron y son referentes de cómo los escritores en el terruño guerrerense le dieron vuelo a su imaginación para llenar páginas y páginas de poesía, cuento, ensayo y otras hibrideces.Pocos han de recordar ese gran esfuerzo llamado Las ediciones de la Tarántula Dormida, con una serie de plaquetitas denominadas Colección Mirando la Pendiente, que editó a lo que ahora es parte de lo más granado de lo que se hace en el quehacer literario en esa tierra sureña. Cincuenta ejemplares por autor, una nada que ahora es un todo y que muchos coleccionistas ambicionarían tener en sus bibliotecas.Con ellos fui y vine, anduve y regresé, estuve de vuelta y volví a partir. Aprendí que la paciencia es terreno fértil, que las cosas son al tiempo, y supe eso que llaman disciplina: que un colectivo no se trata de nombres, sino de actos y congruencia; ir en esa dirección de lograr, no de querer hacer, de trabajar para abrir puertas y dejar esas puertas abiertas para que los demás entren al encuentro: de un poema, de una historia, de una voz, de un susurro, de un empujón, de ser necesario.Con ellos evolucioné, revolucioné, bebí café, cervezas, mal vino hasta las agruras. Charlé hasta que las palabras quedaron exhaustas y la lengua, sitibunda.Veinticinco años se dice fácil; caminarlos y construirlos fue el periplo. El viaje de la Tarántula Dormida a Ítaca tuvo sus sinsabores, sus riñas, sus festejos. Agradezco a cada uno de sus integrantes la oportunidad que me brindaron al conocerlos: al Charly Feroz, ese medio en la cancha que nunca para de correr; a Paul (el loco) Medrano, que a veces era delantero y otras defensa, y que lo mismo portereaba; al extremo derecho del Demon; al banda del Ulber; al táctico Víctor Trigo; al volante ofensivo de Kosovi Ocampo; al hombre de seguridad en la defensa Enrique Luna; a Emiliano Aristegui, que patea con la derecha y con la izquierda y cobra los penaltis; a Flor Venalonso, la nueva estrella del equipo.Espero alguna vez volver, a las tres de la madrugada y borrachos, de Chilpancingo a Acapulco, a buscar tortas de relleno en la colonia Zapata y, si no encontramos, a bebernos unas caguamas en playa Tamarindos mientras vemos cómo amanece y soñamos nuevas aventuras literarias.
Salud por sus veinticinco años a La Tarántula Dormida, que más que un equipo de trabajo son una hermandad literaria. ⚅
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[Foto: Paul Medrano]







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