Celebrar el acto de crear
- Agosto D. Lombardo
- hace 8 horas
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Vi la película colombiana Un poeta, de Simón Mesa Soto, es una obra que se niega a la grandilocuencia. Más que un manifiesto, es un aullido ahogado y cargado de una verdad incómoda pero fulgurante. Su poder reside en su modestia material y su ambición humana, construyendo una reflexión profundamente conmovedora sobre la creación artística en los márgenes de una sociedad que no la valora.
A diferencia de relatos que romantizan la bohemia como un estado de gracia, Mesa Soto sumerge al espectador en la crudeza de una existencia donde el arte no es igual a redención, sino que coexiste con el fracaso. Óscar Restrepo, el protagonista, no es un genio incomprendido al estilo de los poetas malditos, sino un superviviente del desencanto. Su poesía no es un arma para seducir o desafiar al mundo, sino el último bastión de un hombre marcado por el alcohol y la nostalgia, un espacio íntimo de resistencia donde su humanidad tan vulnerable como la de cualquier otro se aferra a la vida a través de la palabra.
En este sentido, la película dialoga con una tradición del cine que prefiere el desgaste de lo real al brillo del mito, encontrando su parentesco más en la terquedad silenciosa de un personaje como el de Paterson de Jarmusch que en los vuelos surrealistas de El lado oscuro del corazón. Sin embargo, su mirada es única: es más áspera, más anclada en la precariedad social de Medellín y menos conciliadora con la idea de una rutina pacífica.
Este anclaje en lo local es fundamental. La película se filmó en 16 mm, y esta elección no es solo una cuestión estética, sino ética. La textura granulada y terrenal del celuloide captura una Medellín profundamente íntima, lejos de las postales turísticas: son los cerros “tatuados de ladrillo”, los autobuses gastados y los colegios que parecen “laberintos de hormigón”. Este entorno no es un mero escenario, sino un personaje más que moldea y constriñe los sueños de sus habitantes. El humor, agudo y negro, se filtra en esta realidad también como un mecanismo de supervivencia, “como agua que trepa por las grietas de la ciudad”, aliviando la presión de un entorno hostil sin nunca negar su existencia.
La relación que surge con Yurlady —su alumna— es el núcleo emocional de esta precariedad. Lo que la película construye con maestría es una “alianza frágil cargada de ambigüedad”. No es la llegada de una musa salvadora, sino el encuentro de dos soledades que se reconocen dentro de la poesía. La película se resiste a dar respuestas fáciles: ¿Óscar la guía hacia un mundo de creación o la arrastrará hacia la repetición de sus propios fantasmas? Esta incertidumbre le da una profundidad tremenda, evitando clichés y convirtiendo cada interacción en arenas movedizas y en una carga lírica cruda.
El casting, alejado de toda lógica de glamour, es la piedra angular de esta autenticidad. Ubeimar Ríos, un profesor sin experiencia actoral, encarna a Óscar con una verdad que desarma. No actúa la melancolía; la habita. Tiene la dignidad cansada de “un viejo perro que ya no espera caricias, pero sigue mirando con dignidad”. Frente a él, Rebeca Andrade ofrece una contraparte perfecta con una mirada silenciosa y desconfiada, creando una química que es verosímil y conmovedora.
En su conjunto, Un poeta es un acto de cine punk, como lo define el propio director: nace de “un lugar cansado”, una apuesta radical por contar una historia desde la periferia, tanto geográfica como cultural, lejos de las fórmulas del cine comercial y del arte internacional embellecido para aparentar. No es efectista, no manipula con música ni busca lágrimas fáciles; en cambio, incomoda, hace reír con un humor doloroso, casi cáustico y, sobre todo, conmueve con una honestidad profunda.
Es ahí, en esa tristeza tan bien observada, donde encuentra su belleza. Pues al final, el mensaje que resuena no es el del reconocimiento o el éxito, sino la pura y obstinada “insistencia en seguir existiendo en la palabra”. La película no celebra al poeta en sí, sino celebra el acto de crear como un último y definitivo acto de dignidad humana, una resistencia a ser absorbido por el silencio y el sistema. Es esa fiereza poética, callada y persistente, la que convierte esta película en una obra muy necesaria y en una de las voces más auténticas del cine latinoamericano actual. ⚅
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[Foto: Carlos Ortiz]
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