El orden de las cosas I/II
- Flor Venalonso Neri
- 25 ago
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 26 ago

Uno
No sé si esto es algo sólo mío o algo que hacemos todas las mujeres en el mundo. Cada cierto tiempo tengo por costumbre mover los muebles de lugar, no se trata sólo de algunas sillas o mesas, sino de darle un giro completamente distinto a la casa. Mover la cama, el ropero, mesas, sillones, cortinas, hasta platos y tazas de la cocina. Se trata de un ejercicio que llevo años practicando y no sé desde cuándo comencé. Me di cuenta el otro día, cuando puse música por la mañana, mientras tomaba mi café con una galleta de avena. Comencé con la ropa sobre la cama, seguí con los muebles del cuarto y cuando me di cuenta ya estaba moviendo el refrigerador al otro extremo de la cocina. ¿Mover la tele o dejarla donde está? La lucidez llegó cuando comencé a ver los libros revueltos en la cama…
El orden de la casa que habito está en las cosas que puedo ubicar mentalmente aunque no me encuentre ahí. En la literatura, por ejemplo, tengo autores que son mi lugar de la infancia, algunos fueron mi primer amor. Con alguno que otro tuve relaciones un par de veces y después jamás volví a verlos. “En esto de extraviarse de uno mismo hay mucha literatura”, dice Juan José Millás. Entendí de pronto que el orden es algo que me gusta ver.
No sé si esto es algo sólo mío o algo que hacemos todas las mujeres en el mundo, pero he visto a mi madre hacerlo por años. Tal vez es la música que escuchamos. Pues yo, como ella, tengo música para lavar, para escribir, cocinar, tomar un trago… pero la música para limpiar la casa es un mood distinto. Algo que atraviesa de manera inconsciente por mi lista de reproducción y se sigue así hasta que la inconsciente era yo, con la casa hecha una mudanza cada mes o mes y medio.
R me dice que las mujeres ordenamos cada cierto tiempo por alguna extraña razón que sólo nosotras entendemos. Una especie de desesperación por controlarlo todo. Por comprender la función de las cosas.
Mi madre me enseñó que las cosas se limpian, se reparan, se regalan, se intercambian o se botan. Todo en la casa debe cumplir su objetivo. Pero cada cierto tiempo me aburro de ver entrar el sol por el mismo lado de la ventana y entonces comienzo a mover las sillas, las tazas, y de pronto la cama.
Mi hermana confía en las energías del feng shui y en las buenas vibras. Por eso en mi casa habitan plantas, inciensos, miles de aromas y polvos de colores prehispánicos. No creo en los cuarzos ni en los hilos de colores. Pero sí creo en la luna y el sol. Por eso la necesidad de moverme aunque sea en la órbita que habito cada mes.
Yo creo que esto del oficio de mover los muebles de lugar es cosa de todas las mujeres del mundo. Y que se trata del orden. Una siempre sabe dónde está todo. Por eso las mamás saben dónde encontrar a la primera objetos que nadie más encuentra.
El orden no es sólo físico, sino algo mental, como menciona un artículo de National Geographic. Y la mente de la mujer es multitasking porque, se sabe, podemos estar frente al espejo, al pendiente de la estufa y del bebé. O estar camino al súper, conduciendo el auto y al teléfono en llamada importante, según la revista Cosmopolitan.
El poder de calcular el tiempo exacto de las cosas debe tener relación con las capacidades de visión y fuerza que sacamos para calcular los lugares estratégicos en donde cabrán los muebles si reordenamos un poco al cambiarlos de lugar.
Lo sé porque yo misma he notado cómo empecé a mover todo a las nueve de la mañana, desde que terminé mi café mientras me medía toda la ropa del clóset para desechar lo que ya no me queda. Hasta el momento del almuerzo, en que comencé por hervir las verduras y terminé moviendo el refrigerador de lugar yo sola. Hasta que se hicieron las cinco de la tarde y las plantas estaban podadas y ordenadas, de la más nueva a la más grande. ¿O fue cuando salí de bañarme y la pasta que dejé cociendo estaba al dente junto a la salsa de tomate en la olla contigua? No, creo que fue exactamente cuando llegaba R del trabajo y me decía: “¿otra vez cambiaste todo de lugar?”, y en mi mente aparecía este verso de Blanca Varela como respuesta: “Hasta la desesperación requiere un cierto orden”, mientras observaba cómo al cambiar las cortinas de la sala por un tono más claro, mi escritorio se iluminaba de sol.
Dos
Un día mamá me contó el sueño de su vida. Ella quería ser maestra de primaria y me dijo que sus padres no la dejaron irse de casa. Mi abuelo era de esos hombres de antes, de los que piensan que las hijas no deben estudiar porque algún buen día llegará un fulano y se las robará para casarse con ellas. Por lo tanto, nosotras no debemos preocuparnos más que por las labores domésticas: cocinar, lavar y criar.
Mi mamá me contó su sueño de ser maestra. Dice que antes, sólo con estudiar la secundaria, una ya podía dar clases. Y a ella, una de sus profesoras le ofreció su casa en Tixtla para estudiar allá la secundaria. Mi abuelo no la dejó. “¿Pa’ qué? —le dijo—, si tú sólo debes esperar a alguien que quiera casarse contigo. Las mujeres no son pa’ trabajar fuera”. Y mi abuela asintió.
Cuando mi hermana terminó la prepa, mi mamá la mandó a vivir a Los Cabos, con una tía, porque mi hermana quería ser arquitecta, decía. Sólo aguantó un año y se regresó a Guerrero porque extrañaba la casita. Y la verdad es que no le va nada mal por no haber estudiado. Se casó, tiene una hija, tiene su propio negocio, están construyendo una casa… Mi hermana siempre tuvo su corazón junto al de mi madre. Por eso no ha podido alejarse de la casa materna tanto tiempo.
Aunque mi hermana cree en las energías más que nadie. Siempre tiene pulseras de protección, cuarzos de colores y significados, medallitas de todos los santos y sobre todo cree en las hierbas como medicina natural. Para ella, limpiar el cuerpo es básicamente un ritual. Se trata del agua, de las lunas, de la estabilidad, se trata de estar en paz. Para ella, limpiar la casa tiene que ver con sacar todo lo que ya no sirve. Y eso que ella es de las mujeres que más cuidan sus cosas materiales. Yo no creo tanto en las energías como ella, pero me va muy bien cuando le da por ordenar. Pues siempre que se deshace de algo la primera en echar un vistazo a esas cosas soy yo. Me ha regalado desde ropa, zapatos y maquillaje hasta adornos de casa, utensilios de cocina y aparatos electrónicos.
Cuando ingresé a la prepa, le dije a mi mamá que yo iba a continuar estudiando, ella me dejó hacerlo. Incluso se antepuso a lo que papá pensaba. Cuando terminé la prepa decidí continuar con una licenciatura. Aunque para eso tuve que viajar a la ciudad, aprender a vivir sola. Como dijo Isabel Allende, ser forastera en un nuevo pueblo y aprender a habitarlo.
Junto al cambio de lugar, aprendí a ver la vida de una forma distinta. Junto al cambio de lugar vinieron nuevas experiencias. Porque moverse de sitio involucra la interacción con el nuevo entorno. Las personas también somos objetos que se desplazan por el espacio y que al rozarse intercambiamos energías, al relacionarnos creamos conexiones.
Cambiar de lugar, desplazar el cuerpo, posicionarnos. Son categorías que van resignificándose con las acciones que les otorgamos al concepto.
Nunca le he vuelto a mencionar el tema del estudio a mamá. Pero mi abuela dice que las mujeres heredamos inconscientemente gestos, actitudes, dolores, recuerdos y demás hasta la tercera generación. Tal vez por eso siento una especie de deuda con ella, e intento, por todos los medios, lograr el sueño de ambas.
El otro día, leyendo la novela Personajes desesperados, Paula Fox narra una escena sobre su madre:
Probablemente, sigue fumando demasiado, y la última vez que hablé con ella por teléfono aún tenía la voz fuerte, y la última vez que la vi estaba pecosa y bronceada, y supongo que sigue cambiando los muebles de sitio como hacía antes, poniéndolo todo patas arriba mientras mi padre miraba desde la puerta.
No he vuelto a hablar con mi madre de esos temas, ni con mi hermana o mi abuela, pero al ponerme en un nuevo lugar, no solo física sino emocionalmente, también soy un objeto, o más bien un personaje nuevo. Soy yo, pero también todas ellas. Cada versión: niña, adolescente, mujer. Es mi cuerpo el que se posiciona en otros lugares. Y desde ahí, me enseña nuevas perspectivas de los personajes que soy, que voy construyendo.
Aprendí, por ejemplo, que al ordenar todo, al limpiar el polvo, volvemos a recordar los viejos fantasmas. Creo que la literatura nos da eso: mirar las circunstancias desde una perspectiva nueva. Déjà vu, o ver que desde los pasos de una persona que amamos, la vida ha sido buena con nosotras. ⚅
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[Foto: Carlos Ortiz]







Hermanito ....ahora en tus fotos pones Caros Ortiz?? O se te brinco la letra " L"...te felicito por esas buenas historias ...ambas están bonitas ......saludos te abrazo a la distancia.