Semilla de agua, lodo en la garganta
- Jacinto Arriaga
- hace 8 horas
- 3 Min. de lectura

Todo empieza con el agua en Semilla de agua para comenzar el desastre del poeta Jesús Bartolo. No con el agua de los rituales limpios ni de la nostalgia pastoral. El agua aquí es otra: oscura, espesa, contaminada, caliente, enlodada, residual. Una semilla de agua no es un símbolo de esperanza sino el detonador de un desastre, el germen de lo que brota para arrasar. Lo que hace Jesús Bartolo es construir una poética de lo imposible desde el centro mismo de lo que ya colapsó. Escribir justo cuando comienza el desastre.
Leer este libro es sumergirse en una corriente turbia donde flota todo lo que no quisimos ver: cuerpos, recuerdos, animales muertos, frases imborrables. Sorprende la mirada poética de Bartolo, sin lamento ni épica del dolor. Hay una especie de templanza rota, una voz que camina entre ruinas como si conociera de antemano cada piedra caída. Una voz que no grita ni suplica. Tampoco calla.
La forma, la estructura de Semilla de agua es adaptable como el agua misma. Es un libro que fluye con ritmo propio, donde el poema no siempre empieza donde crees ni termina donde esperas. A veces un verso respira como una ola, otras veces se acumula como lodo bajo los pies. Eso es parte de su potencia: hay una intuición formal que se impone sobre cualquier voluntad estética. El autor no pretende demostrar que sabe escribir: demuestra que sabe mirar. Que ha aprendido a callar en el momento justo.
Hay aquí un territorio definido por el clima, por un aire denso, por una temperatura. El paisaje es emocional, también físico: hay casas, calles, patios, árboles, raíces, infancia. Todo evocado con una especie de contención, de violencia en reposo. En ese sentido, el libro entronca con ciertas escrituras latinoamericanas que dicen lo difícil de habitar estos lares, pero sin gritos, sin melodramas. Bartolo, sin querer parecerse a nadie, se deja arrastrar por esa tradición sorda del poema que observa sin apresurarse.
No hay romanticismo. Aquí no hay redención posible, ni reconciliación con lo perdido. Si hay memoria, es memoria sin consuelo. Hay familia, una que se deshace. Hay casa, la que se inunda. El desastre es lo que ya está: la infancia como herida vieja, la tierra como un cuerpo violado, la lengua como ruina que aún emite sonidos. Sin embargo, algo se sostiene. Algo queda en pie. Esa cosa que queda —ese pequeño pulso entre tanta pérdida— es la poesía. Como una forma de seguir hablando. De decir: aquí estoy, aunque sea desde el lodo, aunque sea con los ojos tapados, aunque lo que diga no sirva de nada. La poesía como testimonio mínimo, como gesto inútil que sin embargo arde.
Jesús Bartolo escribe con la garganta llena de tierra. Escribe porque algo se quiebra si no lo hace. Escribe porque hay palabras que flotan como restos después de la crecida. Porque hay un lenguaje que no sirve para contar, pero sí para resistir. Y eso es Semilla de agua para comenzar el desastre: un libro que se arrastra contigo. Un libro que te ensucia. Que te deja el sabor metálico de lo que nunca terminó de decirse. Y que, a su modo, sigue repitiéndose cada vez que volvemos a mirar el agua sin saber si nos va a limpiar… o a devorar. ⚅
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[Foto: Carlos Ortiz]
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