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Eso que fuimos y no volveremos a ser

  • Carlos F. Ortiz
  • hace 4 días
  • 2 Min. de lectura
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Todas las mañanas del mundo son caminos sin retorno.

Pascal Quignard


Cuando tratamos de recordar, una niebla suave envuelve nuestra mente, como una tela de seda. Algunas imágenes y olores llegan. Se postran ahí, como fantasmas de polvo. De jóvenes nos fuimos de casa. Salimos con una mochila y unas cuantas cosas. Salimos porque era necesario ir a descubrir el mundo, para crecer.

Recorrimos caminos, buscamos trabajo. Salimos a conquistar chicas, rockear, bailar en las esquinas, orinar sobre muros grafiteados. Beber el veneno de la noche, fumar estrellas de infinita soledad. Salimos sin pensar en volver.

La velocidad tiene un costo. El vértigo se resume en mañanas rotas, días que se marchitan, canciones que dejan de sonar en esos estéreos estruendosos. La resaca es infinita. Los cuerpos, agotados.

Volvemos la vista para buscar esa calle que nos lleve de vuelta a casa. Despertamos del sueño que ha terminado. Volver.

¿Cómo se retorna en el tiempo? ¿Quién rebobina la vida, da pasos para atrás, detiene las horas, congela la imagen, para la rotación del mundo, y camina sobre sus propios pasos en un retorno en espiral?

La casa no es la misma. Las paredes están sucias, los muebles han envejecido. El rechinar de las bisagras es más acentuado. La ausencia de ciertas cosas se nota a simple vista. Los pasos de papá. Los olores dulces de la tarde. Nunca se vuelve al lugar de siempre. La partida es un irse constante. Un no estar.

Regresar es una necedad, no se retorna del todo. Uno llega siempre en fragmentos. Quebrado. Nos cuesta creer que ya nada será igual, que duelen las articulaciones, que la caída del pelo es imparable. Las canas, las arrugas. Es un destino impostergable.

Nada es lo mismo. Aferrarse a un pasado que hemos construido como el mejor momento de la historia es cómico. Es deprimente. El pasado es un cadáver en estado de putrefacción. Un pedazo de algo incompleto que tiene un filo salvaje en alguna parte, que corta y lastima.

Construimos nuestra memoria a base de engaños. Pieza a pieza vamos forzando algo que está siempre a punto de colapsar. Un jenga estrambótico de piezas imaginarias.

El mañana es un cuchillo cortando los hilos que sostienen una farsa. El mañana existe así, como fugaz interpretación del futuro, eso que se somete a la ficción de lo posible. ⚅

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[Foto: Carlos Ortiz]

 
 
 

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