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¿De qué platican Junior H, Foucault y el Toro en un bar?

  • Analí Lagunas
  • 22 sept
  • 3 Min. de lectura

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Si bien el presente ejercicio de escritura y reflexión podría revisitar un tema por demás manoseado (Sabau, J. L., 2023, 2 de junio) en múltiples plataformas y con, seguramente, voces más autorizadas para el caso, me permito exponer aquí mi más profundo sentipensar.

Lo expuesto por Michel Foucault en El orden del discurso me llevó a considerar que el discurso no es un campo libre ni transparente, sino un espacio atravesado por mecanismos de control, exclusión y legitimación. Lo que puede ser dicho, quién lo dice y en qué condiciones está determinado por instituciones y relaciones de poder que ordenan el acceso a la verdad (guiño, guiño a Televisa, TikTok, Facebook y otras plataformas hegemónicas de acceso a la información). Dicho grosso modo, el acceso a “la verdad” está condicionado por dinámicas que superan al grueso de la población, a los simples mortales, como decimos en México. Sitúo esta reflexión en mi entorno cotidiano, ejerciendo mi derecho al quehacer artístico, al cuestionado y peleado “privilegio” de crear en medio de un contexto de crisis y caos mundial.

En Guerrero, un estado marcado históricamente por desigualdades sociales, insurgencias campesinas y presencia del crimen organizado, los corridos bélicos no solo relatan sucesos violentos, sino que producen un régimen de verdad alterno al oficial. Mucho se ha teorizado sobre la función de estos artefactos musicales, que operan como narrativas de lo cotidiano en territorios atravesados por la violencia del narcotráfico.

Basados en lo planteado por Foucault, estos corridos se encuentran en el límite de lo permitido: son discursos que emergen desde los márgenes sociales —en fiestas patronales, reuniones o plataformas digitales— y, aunque son perseguidos o censurados en algunos espacios, siguen ejerciendo una función política de resistencia y legitimación comunitaria.

Hago esta comparación porque me parece un ejemplo de cómo la exclusión del discurso opera a través de tres mecanismos: la prohibición (lo que no puede decirse), la separación (razón/locura, verdad/falsedad) y la voluntad de verdad (la tendencia a privilegiar ciertos saberes como legítimos). Los corridos bélicos en Guerrero encarnan este triple juego: son prohibidos en medios oficiales por apología de la violencia; son estigmatizados como expresión de lo “bajo” o “irracional”; y quedan fuera de la “verdad” estatal que pretende monopolizar la narrativa sobre la violencia.

Pero los corridos ya están inmersos en el sentipensar del grueso de la población, lo que los convierte en un contra-discurso que pone en tensión a las jerarquías de poder, mostrando que “la verdad” no se decide únicamente en las buenas conciencias ni en las instituciones gubernamentales, sino también en los espacios populares donde se manifiestan las expresiones culturales.

En Guerrero, donde los discursos oficiales sobre seguridad, desarrollo y gobernabilidad contradicen por completo el vivir cotidiano de la población, y ni siquiera los líderes de la transformación cumplen a cabalidad los principios con los que se supone se rige su movimiento, los corridos bélicos cumplen una función política de denuncia y, a la vez, de normalización de la violencia. Aquí surge la ambigüedad: si bien pueden ser leídos como resistencias discursivas, también reproducen y celebran estructuras de poder ilegítimo (el narco, la violencia patriarcal, el dominio territorial). Foucault ayuda a entender que no existe un discurso “puro” de emancipación: todo discurso, incluso el que se presenta como oposición, participa en una red de poder que lo condiciona.

Los corridos bélicos ponen en evidencia que el control del discurso es también control del territorio, de la verdad y de las vidas que se narran. Así, la reflexión foucaultiana encuentra en Guerrero un terreno donde lo dicho y lo silenciado no solo determinan qué se sabe, sino quién sobrevive. ⚅

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oto: Paul Medrano]

 
 
 

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