El síndrome de los lentes ajenos
- Franco García
- hace 16 horas
- 2 Min. de lectura

He de confesar que siempre he tenido una fijación/atracción por los lentes de ciertos poetas y narradores, por ese aire de intelectual y distraído, retador y coqueto que les da. Ahí están Francisco de Quevedo, Juan Carlos Onetti, Roberto Bolaño, Antón Chéjov, James Joyce, Allen Ginsberg, David Foster Wallace, Chuck Palahniuk, Donald Barthelme, Fogwill, Cesare Pavese, Primo Levi, entre otros. La verdad es que a ninguno de ellos me los imagino sin sus gafas, ya que formaron parte de ellos como un tatuaje u órgano vital. Aunque también los envidio por su elegancia. Creo que sus lentes debieron estar en un museo para echar un vistazo a lo que no pudieron contarnos en sus libros, como si mirar a través de ellos todo fuera un caleidoscopio de emociones. Quizás miraron a una hermosa muchacha o muchacho, un borracho dormido a media calle, una casa incendiada, un cometa, un atraco, un perro atropellado; si lloraron con ellos o si los utilizaban para fornicar. Me hubiera gustado conocer a Roberto Bolaño y robarle sus lentes como un acto de venganza por los libros robados y saber si fue verdad lo que dice en Los detectives salvajes. Al igual que los de Primo Levi o Foster Wallace para comprender su tendencia suicida. ¡O los de Stephen King! Mierda, sí que sería increíble contemplar el horror, cutre o visceral, de la oscuridad. O qué tal los de Chéjov: para observar con ojo de laboratorista clínico el lado minúsculo y positivo de la vida. Cuadrados, circulares, hexagonales, triangulares, blancos, rojos, negros, delgados, gruesos… De algún modo, los lentes han sido tan necesarios para contrarrestar la miopía y el astigmatismo como para darle personalidad a alguien. Un toque cool, pues. Sin embargo, actualmente se han convertido más en una tendencia de marketing, de esnobismo [chafa/retro hippie-hipster]. Marcas como Ray-Ban, Lacoste, Vogue, Police, Carolina Herrera, etcétera, han aprovechado este padecimiento visual para poder vender y ocupar un espacio en el mundo cultural o artístico con sus admirables diseños. Y hay quienes no pierden la oportunidad para portar unos lujosos lentes y tratar de presumir su “intelectualidad”. Lo cierto es que estos accesorios —por más ostentosos que sean— no otorgan el talento de saber escribir, cantar, pintar, bailar… Nada. Ya me los imagino en las ópticas hablando de filosofía, psicología, arte, diseño gráfico, música y cuanta mamarrachada y media se les venga a la mente. Bueno, hay excepciones y creo que en esos sitios Charly García hubiera compuesto coquetas rolas oftálmicas para animar la pesadumbre de los párpados o devolverles la vista a los ciegos. Qué loco, ¿no, pibe? En mi caso, aún conservo mis viejas gafas, que en su mayoría eran baratas y sencillas. No podría decir que soy coleccionista, pero es una especie de fetiche mantenerlas a salvo. Me traen viejos recuerdos de los veintisiempre cuando me los coloco de nueva cuenta: las fugas de la universidad, los hoteles, los museos, las películas en la Cineteca, los libros y juguetes que compré; las veces que se empañaron por besarme con mis parejas. Estorbosos, melancólicos y cachondos. Es cierto, después de ciertas horas cansan/pesan, pero sin ellos no miraría más allá y ya no distinguiría si estoy soñando o agonizando. ⚅
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[Foto: David Espino]
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