Para Jorge Conde Zambada
La noche en que me enteré que te habías marchado de Tijuana no sé por qué recordé aquel desayuno en Sanborns. Te marchaste así nada más, Jorge, sin decir nada. Guardé silencio preguntándome ¿por qué? Era tarde y sentí tener que confirmarlo con tu hermana, me limité a enviarle un lacónico mensaje. Tu hermana me corroboró lo que ya sabía.
¿Dónde andarás?
Me enteré mientras miraba una serie de crímenes nórdicos. De haber sabido que te ibas te habría preguntado si recordabas aquel desayuno.
Esa también fue una mañana lluviosa. El mesero servía para ti unos huevos albañiles y para mí un omelette de queso con champiñones. De repente una mujer en sus cuarenta, ojos oscuros, cabello castaño y lacio, sin un par de dedos en la mano derecha, se nos acercó para vendernos estampas de San Miguel Arcángel. Le ofreciste que nos acompañara a desayunar. La señora quedó atónita, no atinaba a responder. Le dijiste sonriendo: ándele, anímese, desayune con nosotros.
El mesero había terminado de servirnos y un supervisor llegó para demandar a la mujer que se retirara, no podía estar con los comensales. Y dirigiéndose a nosotros: ¡qué atrevimiento. Una disculpa, caballeros. Señora, por favor, retírese, no se aproveche de nuestra gentileza al permitirle vender. Una vez que terminó, le dijiste, la señora es mi tía. El supervisor enmudeció un momento y luego se disculpó. Le pidió al mesero: la comanda. ¿Qué le se le antoja desayunar a la señora? Ella respondió: huevos con machaca norteña, jugo de naranja y un café. El desayuno de la tía será cortesía de la casa.
Me sentí liberado de la pena de cargarte otro desayuno, pues en aquel tiempo estaba desempleado y me sentía tan agradecido como la mujer.
No recuerdo su nombre ¿acaso lo dijo? Recuerdo su plática, seguro lo recordarás, tienes memoria de predicador, aunque esa ocasión la doña te ganó la palabra; era tan buena platicando que sólo puede hacerle una pregunta: Qué le pasó a sus dedos.
Desde que nos platicó cómo se inició en el oficio de promover los milagros del susodicho ángel notamos la ausencia de los dedos. Luego de un suspiro y un trago al café platicó:
Me metí a esto luego de tener un accidente en una maquiladora de plásticos. Poquito después un compañero quedó tuerto por un accidente con una broca, un tal Barrón. A mí, una remachadora, a la que no le funcionó el botón de apagado, me alcanzó estos dos dedos, dijo señalando los muñones, y entonces el sangrerío y un dolor de la chingada. Y la pinche empresa tardó horas en llevarme a la Cruz Roja —eso ocasionó que no me los pudieran pegar— pues no querían reportarlo como accidente de trabajo. Que dizque yo estaba mitoteando sin poner atención. Ya luego tuvieron que aceptar que la máquina era del año del caldo, y pa’fregarla, tenía muchos reportes de fallo. Yo, toda desconsolada, fui a la Secretaría del Trabajo, ahí un correveydile me dijo que me encontrara un abogado. Pronto di con un trajeado aleluya que me regaló una estampa de San Miguel, siempre la traigo aquí, conmigo, dijo señalando el corazón, pa’ no perderla.
Al día siguiente volví rogándole por un milagro: encontrar a alguien que me ayudara. ¡Dios santo y milagroso! Qué me lo encuentro. Era muy alto y elegante, ni abogado era pero me ayudó a fregármelos y sacarles una lana. Jaime se llamaba, Jaime Cota, ese era el nombre del señor. Creo que hasta católico era porque cuando le expliqué me respondió: a cada capillita le llega su fiestecita.
La señora nos platicó que había llegado con sus padres de Michoacán en 1975. Traían la esperanza de conseguir un empleo en la maquila. En el 78 su familia se instaló en la colonia Sepanal, Anexa Buena Vista, en esas fechas hubo inundaciones, aun así, su familia no se movió de la zona río. Su papá no quiso moverse ¿Por qué habría de hacerlo? El 30 de enero de 1980, a las dos de la madrugada, luego de las intensas lluvias, el gobierno hizo el desfogue de la presa. Fue tal la cantidad de agua que inundó varias colonias. Era tanta la corriente que se llevó a varios. Ya luego encontraron los cuerpos al otro lado, uno de ellos fue el de mi hijo Pablo. Mi Pablito. Nunca me iré de esta ciudad porque aquí lo enterré. Y así tuviera la chance de irme pa’l otro lado, yo aquí me quedo.
La señora siguió y siguió, no paraba de hablar: después de haber visto con a mi hijo deambular por la colonia, no pienso irme. Un día, en sueños, se me apareció mi Pablito, triste, como alma en pena. Pa’ no verlo así, le dije: hijo mío, agárrate del Miguel Arcángel, pero agárrate bien fuerte.
Y ahora sí que creí en esas tantas leyendas que hay en la ciudad.
Terminamos de desayunar e hicimos sobremesa. La mujer se disculpó. Se tenía que retirar y pidió que le aceptaras lo del café; rehusaste el billete de cincuenta pesos que te extendió, dijo que no tenía nada más. Entonces acepte esta estampita de San Miguel Arcángel, y llévela siempre con usted. Aceptaste y guardaste la estampa en la bolsa de la camisa. Ella se fue.
Ahora que ya no estás en Tijuana yo espero que ésta frontera te vuelva a ver y que estés donde estés, estés bien agarrado de esa estampita. ⚅
[Foto: Vanessa Hernández]
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