A veces me dan ganas de explotar violentamente, de tomar un rifle y asesinar gente, pienso en matar a jóvenes talentosos y ricos, ingenuos triunfadores en potencia. El por qué, no lo sé, solamente siento ese impulso asesino, acompañado de un dolor constante de cabeza, y por más que lo intento, no puedo dejar de pensar en actos como ese, no puedo dejar de pensar en que soy un fracasado con ínfulas de grandeza. En que es desproporcionada mi insignificancia y la importancia que le doy a mi tristeza. Es para dar risa: yo aquí sufriendo porque he de morir, porque estoy condenado a envejecer, porque no tengo empleo y porque no gano ni para mantener un canario. Pero a pesar de su ridiculez no lo puedo evitar, hago de todo un drama, lo exagero hasta que resulta doloroso. Se me espanta el sueño, y en esas noches de insomnio crece mi odio hacia todo. ¡Que es injustificado!. Sí, ya lo sé. ¡Que debería pensar en otra cosa y dejarme de payasadas! Sí, ya lo sé, pero no puedo, no depende de mí, es un odio más allá de mis fuerzas, es un demonio que se ha apoderado de mi razón y me repite una y otra vez: estás mal, estás mal, estás mal, y hace que me vuelva el dolor de cabeza. Si tan sólo pudiera dejar de pensar, si tan sólo pudiera hacer de mi desgracia el centro del universo. Nunca creí que se pudiera sufrir tanto por semejantes estupideces. Me duele el que la gente no llegue temprano, que las banquetas estén rotas, que el sol tarde tanto en ponerse, que los autos sean amarillos y que las cicatrices sirvan como recuerdos. No soporto esa mirada en el rostro de la gente que me dice que han asumido los embates de la vida, que su estrategia se llama resignación, y a veces creo que entiendo de dónde proviene mi enfado, de esta inútil guerra que he emprendido contra todo y contra todos. Puesto que yo no he aceptado la ofensa de haber nacido, alguien tiene que pagar por ello, alguien tiene que ser responsable de que la existencia sea una pantomima. ⚅
[Foto: Carlos Ortiz]
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