¿Estaré perdiendo el flow? Me pregunto cuando inicio con la escritura de algún texto para el periódico. No sé, se me dificulta a tal modo que creo que mejor debí haber vendido bolillos. Es decir, no trato de romantizarlo. Era cuestión de madrugar. Cinco, seis de la mañana. Arrastrar los pies hacia el fregadero. Enjuagarme la cara. Descolgar el canastón. Uno dos tres franelazos por si las cucarachas y subirme a la bici. La fila de mis colegas sería larguísima en la panificadora. Siempre habrá en la vida uno más madrugador (en mi caso más de uno). Por fin mi turno. Cien bolillos porque creo que será un día soleado, le diría al marchante. De ahí a recorrer calles y barriadas. A desmañanar cristianos con el sonido estridente de la trompetita que todos los bolilleros debemos cargar. Je, je me hubiera encantado taladrarles los sentidos. Estoy seguro que lo disfrutaría. A espantar perros huesudos o darles de a trocitos de pan conforme se avanza para no ser presa de ellos. Llegar a la casa sobre las 10 de la mañana donde María ya me estaría esperando con café caliente y huevo en salsa verde. A mediodía la siesta con María. Retozando de su amor, y me diría báñate, hueles a sudor. Para qué. Todavía voy a ir a vender bolillos en el turno de la tarde, ven. Abrázame. Me baño en la noche. Y nos quedaríamos dormidos ahí, siendo felices. Ella con su bolillero y yo con ella que lo abarcaría todo. No bebería, más que de ella y de sus labios. Pero no. Quise ser periodista (con pretensiones de escritor. De: “he dejado muchas cosas en el camino con tal de perseguir mis letras”) y ahora estoy aquí solo (la escritura es un oficio que se ejerce en soledad, también sería mi mantra) pujando un texto que no me sale. Que el editor me exige. En una habitación con moho por la humedad del otoño. ⚅
[Foto: Vanessa Hernández]
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