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Aída López Sosa

La musa de piedra en el diván

En los albores del siglo XX, la literatura y el sicoanálisis tendrían su primer diálogo. Una musa de piedra transitaría con peculiar encanto de la imaginación de su autor al delirio del protagonista hasta llegar al diván del psicoanalista, volviéndose un símbolo en La interpretación de los sueños (1899) de Sigmund Freud y conquistando a los surrealistas. La Gradiva (1903), perfilada por el escritor alemán Wilhelm Jensen para su novela, iría desvelando los recuerdos alojados en el inconsciente del arqueólogo Norbert Hanold, quien tras un largo proceso entre fantasías y delirios liberaría su erotismo reprimido.

Gradiva fue un sueño creado, no soñado, inspirado en una escultura, copia de un bajorrelieve adquirido por Jensen en su natal Alemania. El autor se inspiró en el dios romano Mars Gradivus que camina hacia la batalla, para darle nombre a la joven que se desplaza en sandalias de perfil, al parecer griego, recogiendo su túnica en copiosos pliegues; una pose inusual. Jensen desconocía que esta doncella era parte de una triada de mujeres llamadas: “Horai y Aglauridi” derivadas de un original griego del siglo IV antes de Cristo. En medio de ideas, interpretaciones y referencias, el creador escribió una noveleta para lo cual tuvo que inventarle una historia a la mujer; un antes y un después. ¿Quién era ella? ¿Cuál era su linaje? ¿A dónde se dirigía o de qué huía? ¿Dónde vivía? ¿Era real o una ensoñación como finalmente refiere el título: una fantasía pompeyana? No imaginó que los psiquiatras y psicoanalistas se interesarían en su sueño creado, producto de su prolífica imaginación, pero Freud fue más allá al plasmar la conexión entre la escritura y el análisis en Escritores creativos y soñar despierto (1908), una estrategia textual considerando que el escritor es un soñador despierto que canaliza sus deseos inconscientes y reprimidos a través de la escritura que se completa con el placer que da la lectura, cuya interpretación del lector cumple sus deseos. Para Freud la creatividad es sinónimo de sueño, un sentido distinto al que le da Segismundo en La vida es sueño. Los sueños de los artistas se diferencian de los sueños de los demás al cristalizar el frenesí y la ilusión, pues el creador no solo sueña para vivir, sino que con los sueños da vida.

Quizá no sea necesario utilizar lenguaje especializado para explicar la conexión que encontró Freud para vincular la novela con su teoría de los sueños, pero sí tener en cuenta los puntos torales para entender las imágenes y las metáforas de las que se valió, así como las coincidencias con el autor, por ejemplo, que ambos sentían una fascinación por la historia y el destino de Pompeya, ciudad en la que el autor situó su historia. Freud encontró en ese espacio geográfico la metáfora perfecta para comparar los recuerdos reprimidos con la Pompeya sepultada bajo las cenizas del Vesubio y la excavación para rescatarla con el análisis para exhumar las memorias enterradas en el inconsciente. De la misma forma en la que Pigmalión se enamoró de su escultura, en la novela el arqueólogo Norbert Hanold se enamora del bajorrelieve de piedra que descubre en una colección de antigüedades durante un viaje a Roma, sin embargo, se tendrá que conformar con una calca de yeso que a su retorno colgará en una de las paredes de su gabinete de trabajo en una universidad alemana. La presencia de la copia tendrá un efecto fantasioso a tal punto que Hanold imaginará que la musa por su aspecto es de la nobleza helénica y por su andar aparentemente calmo y grácil vivirá, no en una gran ciudad, sino en Pompeya en el año 79 después de la erupción del Vesubio. Los sueños del protagonista son reveladores, pues son el punto central del relato que interesó al grupo de estudiosos. La obsesión de Hanold lo incita a viajar a Pompeya para buscarla, quiere comprobar si el artista del bajorrelieve fue capaz de plasmar la realidad. En el periplo entre Roma y Nápoles antes de arribar a Pompeya, van apareciendo personas y circunstancias que al final cobran sentido. Llegando a su destino emerge el fetichismo por los pies, ya que en el afán de encontrar a alguna que camine igual que la musa de piedra, comienza a fijarse en los pies de todas las pompeyanas con la ilusión de descubrirla. Elucubra que, si anduvo sobre las cenizas del Vesubio, también estarán las marcas de su forma de caminar: el pie izquierdo avanzado y el derecho dispuesto a seguirlo; apenas rozando el suelo con la punta de los dedos.

Tendría varios sueños y delirios hasta verla por primera vez un mediodía, la hora de los demonios en la mitología griega, la hora que duerme el dios Pan, cuya potencia sexual se recupera en la siesta. La hora tiene una connotación sexual en la historia, pasa inadvertida en la literatura, pero en la clínica es significativa. Se desconoce si la hora fue una decisión arbitraria de Jensen o tenía alguna referencia. Una y otra vez se repiten los encuentros en el mismo lugar y a la misma hora hasta que descubre que la grieta en el muro donde desaparece Gradiva la conduce a su tumba. Hasta este punto dejaremos la trama de la novela para adentrarnos en el análisis.

El final de Gradiva: una fantasía pompeyana es el punto de partida que retoma Freud para apuntalar La interpretación de los sueños, pues si en los sueños se cumplen los deseos y más aún los deseos reprimidos, entonces los sueños son medio para que el principio del placer se manifieste, de ahí la importancia de identificarlos para liberarlos y alcanzar la curación del individuo. Este momento ocurre en la novela cuando el espíritu de la doncella pompeyana le responde en alemán con un timbre de voz que le resulta familiar, la voz que evitó sin estar consciente cuando se refugió en la arqueología. Mejor enamorarse de las mujeres de piedra y no de las de carne, lo que evidencia una fuerte represión sexual. Lo anterior explica la perturbación de Hanold ante la pareja lunamielera que aparece en los distintos sueños. El escritor no abunda en la génesis de la patología eso ya le corresponderá al psicoanálisis desentrañarlo. Entre juegos de palabras y asociación de personajes que van desplazándose de humanos a animales o de personajes a personas, se va revelando la identidad de Gradiva que no es otra que Zoé Bertgang, su vecina de la infancia, cuyo apellido significa “la que avanza resplandeciente” el mismo significado de Gradiva. El deseo sublimado se revela a través de los sueños y delirios del protagonista con el que supera el aislamiento autoimpuesto pretextando su profesión.

Freud era coleccionista de arte, en un viaje a Roma se hizo de un bajorrelieve de la Gradiva que colgó cerca del diván como lo hizo Norbert Hanold en su área de trabajo. Fue el primero que comparó el trabajo creativo con los sueños, es decir, aquellos que el artista les atribuye a sus personajes. En el caso de Gradiva: una fantasía pompeyana, pensaba que era una proyección del inconsciente de su autor, quien nunca aceptó hablar de su proceso creativo antes de morir cinco años después de que Freud publicara su ensayo El delirio y los sueños en la Gradiva de Jensen (1906), no obstante, manifestó su satisfacción por este, pues no esperaba que su novela despertara tal interés entre la comunidad científica, la cual escribió sin haber leído La interpretación de los sueños de Freud.

Aglauro, una de las deidades del rocío fecundo en la mitología griega, nombre original de Gradiva, encontró en la literatura una nueva vida que la inmortalizó no solo en las letras, sino en la plástica surrealista de la primera mitad del siglo XX, gracias al sueño no soñado de los artistas fascinados por el enigma de su andar que la llevó al centro de atención de los estudiosos de la mente para demostrar que las fuerzas externas son poderosas para traer a la luz los deseos más oscuros.

Un paseo por el Museo Chiaramonti del Vaticano donde habita el bajorrelieve de la Gradiva, posiblemente nos haga comprender su poder inspirador en personajes del arte y la ciencia del siglo pasado o, quizá, sucumbamos a su discreto encanto y también nos ponga a soñar. ⚅

oto: Carlos Ortiz]

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