La voz de los muertos
- Vanessa Hernández
- hace 4 días
- 4 Min. de lectura

No recuerdo las fechas específicas en que comenzara en otros estados, pero recuerdo el año, 2006, en que se sacudió Acapulco por la aparición de descabezados al borde de la famosa colonia Garita, que marcó el inicio de lo que pronto identificaríamos como la narcoviolencia. Lo recuerdo porque entonces vivía en el puerto y porque aquella noticia retumbó como no lo había hecho ningún acontecimiento en los últimos quince años. Lo más escandaloso que los acapulqueños habíamos visto cimbrar nuestro suelo fue la mañana que explotó el popular establecimiento Estufas y Gas del Sur, ubicado sobre la todavía más popular avenida Cuauhtémoc, y que provocó que se hablara del suceso el resto de la semana.
Qué lejanos lucen aquellos años en que un accidente, como la acumulación de gas, guiaba las órdenes del día y lo que leíamos en los periódicos era el mismo hecho multiplicado, sin que en ellos hubiera palabras como: balazos, ajuste de cuentas o tantas otras que hoy son más que conceptos, la nueva lectura del mal.
No extraña que, ante los cambios sociales, pronto apareciera en el horizonte la denominada narconarrativa mexicana. Tampoco extraña que en sus primeros años de nacimiento hubiese una suerte de exploración que se sentía por ratos apresurada, más que meditada. No sorprende menos que, por ello, desarrollaran historias que iban desde la violencia torpe pero chistosa, hasta la violencia corrosiva que no deja nada a su paso. Sin darnos cuenta, estábamos presenciando en primera fila el nacimiento de un género literario y su colonización de la mayoría de las editoriales. Todos —me cuento— queríamos contar nuestra propia ¿experiencia? Y los anaqueles se vieron como no se habían visto en años, aludiendo a la existencia de una misma deidad destructora capaz de ordenar tanto las columnas de ocho de los periódicos, como los cancioneros, las teleseries y hasta la industria de la moda; no olvidemos la famosa camisa que cierto personaje usó, cuya marca Barrabas, con sus coqueteos con los estampados Versace y Cavalli, sacudió el ideario masculino.
Y, sin embargo, la pregunta permanece: ¿Cómo contar lo que ya se ha contado? Estoy convencida de que Zel Cabrera (Iguala, 1988) se ha hecho la misma pregunta y, como la mayoría de nosotros, lo ha entendido. No, no son los espectaculares trasiegos, ni siquiera los personajes que hoy controlan como líderes lo que ocurre en ese mundo de rutas y ganancias, lo que recordaremos, sino lo que, como siempre sucede, le ocurre al ciudadano promedio que observa cómo su barca se llena, literalmente, de agua hasta hundirse.
Pienso en la novela Cómo pesa el silencio de los muertos (Editorial Gato Blanco, 2023) de la también poeta Zel Cabrera, y no me equivoco. La novela —que resultó finalista del Premio Nacional de Novela Negra “Una vuelta de tuerca” 2022— apuesta, sobre lo estruendoso, por la sencillez de un escenario más cercano: la periferia del periodismo, donde lo que no se cuenta es tan escandaloso como aquello que sale en ocho columnas. La historia se enfoca en la periodista Viri, reportera del diario Hora21, y su eventual acercamiento con Horacio, director de inteligencia del Departamento de Policía de Cuernavaca, mientras intentan dar con el o la culpable del asesinato del primo de Rebeca, mejor amiga de la protagonista.
El viaje de Viri —que es el viaje de nosotros, los lectores— ocurre en un México donde los secuestros, ajustes de cuentas y atentados son el pan nuestro de cada día, con el plus de que Viri es, antes que periodista, una ciudadana común y corriente que no puede, ni quiere, permanecer indiferente al horror cotidiano. La novela nos presenta, en una suerte de caballeresca, los avatares de una profesión a la que lo mismo la rodea la admiración que el rechazo social, porque sus ejecutantes —qué remedio— emprenden a diario el viaje al mismo infierno que implica moverse en un país —ni cómo negarlo— que, cuando no está lleno de balas, está esperando mostrarnos sus fauces saturadas de cuerpos.
Y aquí es donde otra pregunta irrumpe: ¿ejerce el camino a la degradación cierta fascinación en la humanidad? Probablemente. Aunque yo agregaría que, más que embeleso, lo que ansiamos como lectores sea quizá encontrar las claves que nos permitan pasar sobre las minas con las que hemos debido familiarizarnos. Los personajes de Cómo pesa el silencio de los muertos deambulan en una sociedad aplastante en torno a un centro más poderoso que les recuerda, a destajo, que la justicia es una meta inalcanzable; peor, dogmática. Así vemos a Viri sumergirse, con un humor delicioso a ratos y en otros francamente doloroso, en las entrañas mismas del mal.
La novela muestra y escenifica, a través de Viri, las garras de la violencia sobre la sociedad, pero especialmente sobre cada individuo, sin que se nos muestre del todo la fórmula para romper dichas cadenas. Lo que recuerda a Viri su pequeñez no sólo es la violencia que, como periodista, testifica y vacía en las páginas de Hora21, sino su enfrentamiento diario con personajes que, aunque no pertenecen a la narcoviolencia, ejercen ese mismo poder aplastante donde sus voluntades propias son las únicas que importan. Aunque el narcotráfico está presente, Cabrera parece mostrarnos una verdad peor: no todo lo que nos oprime es culpa de él.
Una conversación sostenida entre los personajes Rebeca y Viri remarca la crisis que hunde al colectivo al saberse presa de cierta —y diría que a veces justificada— ignorancia:
—Lo que no me vi venir es lo que me dices del pinche Rafael. ¿Narco? ¿Tratante de personas? (…)
En suma, no se trata de una violencia ¿apocalíptica?, sino más bien causal. Espeluznantemente lógica. Cabrera une al horror de la violencia el de sus participantes, con personajes que sucumben a la ola de la descomposición y luego, medio rotos, están aquellos que intentan dar batalla, aunque en la lucha salgan peor que como entraron.
Sí, como sugiere Viri más adelante, no sólo pesa lo que se sabe, sino también aquello que, ausente, revela la materia de la que están hechas las pesadillas en un país dormido convenientemente y por omisión. ⚅
[Foto: Gonzalo Pérez]
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