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Una beca para el Jaibo

  • Vanessa Hernández
  • 28 jul
  • 3 Min. de lectura
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Como siempre, llegué algo tarde a la miniserie Adolescencia (Reino Unido, 2025). Como a la mayoría, me gustaron algunos momentos, especialmente el segundo capítulo, que inicia con un larguísimo paneo por los aires y nos sitúa, literalmente, dentro del mundo que construye Adolescencia. Estamos, nos queda claro, en el primer mundo. La clase media británica no es la clase media mexicana y, sin embargo, se perfilan las mismas carencias, los mismos atavismos. Eso queda claro en una escena donde dos policías visitan la escuela de Jamie, el adolescente de 13 años que apuñaló hasta la muerte a una compañera, y sostienen una descorazonadora conversación en la que, sin culpa alguna, manifiestan total rechazo hacia los adolescentes. Ni siquiera el hecho de que uno de ellos tenga un hijo mayor basta para que manifieste empatía —ya no digamos conexión— con el chico, salvo cuando se le ofrece algo a cambio, como sucede al llevarlo a probar su comida favorita.

Philip Barantini, director de la serie, nos muestra la crudeza de ese limbo del crecimiento donde las emociones parecen fuera de control, y las que gobiernan a ese grupo de almas, aparentemente, son las peores. No hay figuras adultas de respeto, y las pocas que intentan sostener el control —como en el caso de Eddie Miller, padre de Jamie, o la terapeuta del centro de corrección infantil, Briony Aniston— no logran sino ser violentadas por su impericia. Estamos ante una adolescencia que se hace a sí misma, sin reglas ni figuras de contención.

Por supuesto, resultó sencillo traer a la memoria Los olvidados (México, 1950), obra máxima —en mi opinión— del cineasta Luis Buñuel (Calanda, Teruel, 1900), quien, a través de una historia ocurrida en el corazón más pobre del país, retrató el viaje de un grupo de adolescentes y niños guiados por la retorcida mente de quien es, probablemente, el enemigo número uno de todos los mexicanos: El Jaibo, actuado por el extraordinario Roberto Cobo (Ciudad de México, 1930). En ambas historias se nos presentan almas abandonadas a su suerte, donde, como ocurre con mayor precisión en Los olvidados, los protagonistas se devoran a sí mismos como un acto de supervivencia extrema.

Lo que en Barantini es sutileza, en Buñuel es extrapolación. Con Buñuel la metáfora es literal: no hay realismo mágico, sino crudeza en su estado más burdo. Hoy como ayer, no sólo los factores externos conspiran contra sus hijos más pequeños, sino la propia sociedad. El territorio para niños y adolescentes en 2025 no puede ser más inhóspito: el espacio los persigue y vuelve aún más complejas sus existencias. Unitarios como La rosa de Guadalupe o Como dice el dicho, entre otros, ofrecen tramas sin profundizar en su desarrollo, para en cambio recalcar la idea de que el bien es premiado y el mal castigado bajo una visión atávico-religiosa. Los niños no son niños, sino adultos atrapados en cuerpos infantiles, que viven anticipadamente complejas tramas de sexo, drogadicción y demás.

En 2019, el entonces presidente Andrés Manuel López Obrador desarrolló el que posiblemente sea uno de los esfuerzos más interesantes por sumar a ese sector que constituyen los niños, adolescentes y jóvenes a la sociedad: el programa de Becas para el Bienestar Benito Juárez. La meta era sencilla: evitar la deserción estudiantil de poco más de 13 millones de personas. Pero la pregunta persiste: ¿realmente funciona este plan? No se sabe, o no aún.

Estamos, deduzco, ante una tentativa primera fase de integración de dicho sector, pero sin una segunda o tercera etapa de trabajo que podamos identificar plenamente. Diría que hasta el momento desconocemos las metas de este proyecto a largo plazo, que además de evitar la deserción o de minimizar los factores que la provocan, busca —según se ha dicho— mejorar el desempeño escolar. Las preguntas se amontonan: ¿es apoyar económicamente todo lo que el gobierno puede hacer por los niños, adolescentes y jóvenes del país?

Existe una intención, pero al mismo tiempo, una indiferencia elocuente que proviene del mismo lugar. Y si no, cítese la terrible tríada: no los dejan estudiar (Ayotzinapa); no los dejan trabajar (Teuchtitlán); no los dejan tener derechos laborales (Axe Ceremonia). Sí, hay continuidad, pero no la que nos gustaría, o no todavía.

Más actual que la serie Adolescencia resulta Los olvidados, con su destrucción total desde todos los flancos. Hay un grito de auxilio intermitente en el país, y no hablo sólo de los niños, adolescentes y jóvenes. ⚅

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[Foto: Carlos Ortiz]

 
 
 

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